Hace ya casi 5 meses que me operaron, y parecen 5 años…

Ayer tomé la decisión de pedir una segunda opinión médica, pues algo no va bien, y mi médico está muy saturado y poco accesible. Es la segunda vez que me opero de un tema tan delicado con el gabinete de los Olabe, eminencias en la neurocirugía, no obstante, son tan eminentes que el pre y el post operatorio simplemente no lo cuidan todo lo que debieran, no cómo hace cinco años desde mi experiencia. Y digo yo, no sería más honesto, en lugar de hacernos sentir huérfanos en momentos de tanta incertidumbre, que nos dijeran: «mira, operamos mejor que nadie, pero no atendemos la continuidad, seguimiento, para ello, nos complementamos con este otro departamento o con fulanito».

Para ellos cada uno de nosotros somos una hormiguita entre cientos, pero no recuerdan que para nosotros, ellos son únicos y ponemos la mayor de las confianzas en sus manos: nuestra vida. Y lo hacemos llenitos a rebosar de miedos, dudas, traumas, y dolor. ¿Existe algo más delicado? ¿No creen que es lo bastante delicado, íntimo y profundo como para que nos dediquen algo de tiempo, atención y ternura? ¿No cambiaría nuestra dura recuperación si nos afianzaran la confianza y la motivación?

Es por ello, que mientras en mi visita de literalmente 3 minutos tras casi dos horas de espera el Dr. me acompañaba amablemente a la puerta, y me dedicaba una gran sonrisa tensa y vacía que se convertiría en una mueca del cansancio del final del día, y me invitaba a salir, mientras yo le explicaba que algo no iba bien, que tenía dolor, me fallaba la psicomotricidad del brazo derecho… Y decidí no conformarme.

Sé que la consulta estaba abarrotada, con casi dos horas de espera, entonces, algo no va bien en la base de la organización y probablemente, quiero pensar, los mismos doctores no se sienten bien con el tiempo que dedican a sus pacientes tampoco y von su propio cansancio. Y sí, he tardado, porque ya son muchas gotitas en un vaso que rebosa hace tiempo, tanto por lo que os comento, como la misma clínica Rotger, o Grupo Quirón, que se ha convertido en puro negocio y ha perdido la calidad humana que la caracterizaba desde, en mi caso, hace tres generaciones. Pero he intentado ponerme en la piel de mis Doctores hasta hoy, puesto que ahora la supervivencia me empuja a velar por mi recuperación como prioridad.

He solicitado una segunda opinión en otro gabinete de neurocirujanos y especialistas de espalda, los Llinás, ajenos a mi historial de ambas operaciones, a Quirón y a todo lo relacionado con mis doctores.

Voy a luchar todo lo que esté en mi mano por recuperarme bien, y haré lo que haga falta. No hay ahora mismo nada más importante para mi que sanar bien. Voy a saber por qué estoy mareada constantemente, tengo terribles vértigos, y mi brazo derecho o tiene hormigueo, o duele, o no responde a los movimientos, lo cual me asusta bastante. Desconozco si va a mejorar, si voy a mejorar…

Voy a combatir la Lírica o Pregabalina que tomo, que ya estoy en 125 gs. diarios, que es un inhibidor del sistema nervioso y que me mantiene cansada, atontada y muerta de sueño todo el día, y no lo quiero. No quiero dormir mi dolor o mis problemas, quiero saber qué los provoca, si se ha «tocado» algún nervio de mi operación, si hay secuelas, y reaccionar. Quiero saber. Quiero atención e información. Y la quiero con dedicación de tiempo y amabilidad. Quiero el cariño justo que conlleva la empatía que aplaque a mis propios fantasmas.

Voy a hacer que mi vida vuelva, y lo voy a hacer a mi manera.

En la penumbra de un día que se arrastra,
donde el dolor se sienta como un viejo amigo,
busco en el eco de mi voz temblorosa
una chispa que despierte mi alma ansiosa.

Las horas son ladrillos en un muro de silencio,
cada latido un recordatorio de lo que no soy,
pero en el susurro de un nuevo amanecer,
nace la esperanza, un deseo de renacer.

Pido una segunda opinión, un nuevo horizonte,
un faro que ilumine mi camino errante.
Porque en cada diagnóstico, en cada palabra,
hay un universo de opciones que el miedo desgarra.

La resiliencia florece en el jardín del sufrimiento,
como un brote que desafía al viento y al tiempo.
Y aunque el sendero sea áspero y tortuoso,
mi espíritu se aferra, no se siente espinoso.

Quiero volver a danzar con la brisa del mar,
sentir la energía que me invita a soñar.
Dejar atrás las sombras que me han acompañado,
y abrazar la vida con un abrazo renovado.

Cada lágrima caída es un paso hacia el sol,
cada suspiro profundo, un latido de amor.
Así que aquí estoy, con el corazón abierto,
buscando la cura, el camino correcto.

No hay dolor que dure, ni pena que no cese,
la vida es un ciclo que siempre se ofrece.
Así que alzo mi voz, con fe y con ironía,
pido una segunda oportunidad, una nueva melodía.

Y aunque el camino sea incierto y temido,
mi alma se aferra a lo que aún no ha sido.
Porque en cada batalla, en cada caída,
hay una lección que nos regala la vida.

Así que aquí estoy, lista para sanar,
con la mirada en alto, dispuesta a luchar.
Por un futuro brillante, sin sombras ni miedo,
una vida sin dolor, donde el amor sea el credo.

En este viaje de luz y sombra,
donde el dolor y la esperanza se entrelazan,
me levanto con fuerza, con carisma y pasión,
porque cada segundo es una nueva canción.