10. “Cambia tus pensamientos, el color de tu prisma y cambiarás tu dolor”

10. “Cambia tus pensamientos, el color de tu prisma y cambiarás tu dolor”

El dolor no siempre se marcha, pero a veces se transforma si le cambiamos la luz. Un mismo día puede ser gris o arcoíris, según el prisma desde el que lo miremos. No es magia, es enfoque: entrenar la mente para encontrar color donde parecía que solo había sombra.

No niego lo que duele. Sería absurdo y pretencioso ignorar la punzada que a veces nos atraviesa. Pero elijo pintarlo con otros matices. Elijo buscar la pequeña rendija de luz en la oscuridad más profunda, la pincelada de esperanza en el lienzo de la desesperación. Es una decisión consciente, un acto de voluntad que se repite cada mañana, al abrir los ojos y enfrentar el día.

Porque la vida, con sus altibajos, nos presenta desafíos constantes. El dolor, también.

Este cambio de perspectiva no minimiza la validez de nuestro sufrimiento, sino que lo dota de un propósito, de una oportunidad para el crecimiento. Al cambiar el color de nuestro prisma, no estamos borrando el dolor, sino que lo estamos viendo a través de un cristal diferente, uno que nos permite apreciar las lecciones que esconde, la fuerza que nos impulsa a seguir adelante. Es un acto de resiliencia, de valentía, de fe en nuestra propia capacidad para sanar y reinventarnos.

❤️ Yo escojo unas gafas rosas para mirar mi nuevo mundo

El dolor no siempre se desvanece, pero a menudo se transforma si le infundimos una luz diferente. Un mismo día puede teñirse de gris o resplandecer con los colores del arcoíris, dependiendo del prisma a través del cual lo observemos. No es magia, sino enfoque: es el arte de entrenar la mente para descubrir el color donde antes solo percibíamos sombras. Esta habilidad no surge de la negación, sino de una profunda aceptación de la realidad para luego elegir conscientemente cómo interactuamos con ella. Es un viaje interior, un camino que nos invita a ser arquitectos de nuestra propia percepción.

No pretendo negar la existencia del sufrimiento. Sería absurdo y pretencioso ignorar la punzada que, en ocasiones, nos atraviesa el alma, dejando cicatrices invisibles pero profundas. Sin embargo, elijo conscientemente pintarla con otros matices, con una paleta de esperanza y resiliencia. Elijo buscar la pequeña rendija de luz en la oscuridad más profunda, esa chispa que ilumina el camino, la pincelada de esperanza en el lienzo de la desesperación. Es una decisión consciente, un acto de voluntad que se renueva cada mañana al abrir los ojos y enfrentar el día, sabiendo que, aunque no podamos controlar todas las circunstancias, sí podemos elegir nuestra respuesta ante ellas. Es un ejercicio diario de empoderamiento, una afirmación de nuestra capacidad para influir en nuestro propio bienestar emocional.

Porque la vida, con sus incesantes altibajos, nos presenta desafíos constantes. El dolor, también, es uno de ellos. Es una sombra persistente que, si bien no podemos erradicar por completo, sí podemos reinterpretar, dándole un nuevo significado. Al igual que un artista transforma un lienzo en blanco en una obra maestra, nosotros podemos transformar nuestro sufrimiento en una fuente de aprendizaje y fortaleza. Cada caída, cada herida, puede convertirse en un escalón hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

Este cambio de perspectiva no minimiza la validez de nuestro sufrimiento, sino que lo dota de un propósito, de una oportunidad invaluable para el crecimiento personal y la introspección. Al cambiar el color de nuestro prisma, no estamos borrando el dolor como si nunca hubiera existido, sino que lo estamos observando a través de un cristal diferente, uno que nos permite apreciar las lecciones intrínsecas que esconde, la fuerza silenciosa que nos impulsa a seguir adelante, incluso cuando el camino parece intransitable. Es un acto de resiliencia inquebrantable, de valentía frente a la adversidad más desalentadora, y de una fe profunda en nuestra propia capacidad para sanar, reinventarnos y florecer. Es la convicción inquebrantable de que, incluso en los momentos más oscuros y desoladores, poseemos la capacidad innata de encontrar la luz, de extraer sabiduría de la experiencia y de emerger más fuertes, más sabios y más completos. Este proceso es una oda a la tenacidad del espíritu humano, una danza entre la aceptación y la transformación, que nos permite abrazar la vida en todas sus facetas.

❤️ Escoger unas gafas rosas para mirar mi nuevo mundo, para abrazar las nuevas posibilidades con una mente abierta y un corazón valiente, y para tejer una realidad donde la esperanza siempre encuentra su camino, sin importar cuán intrincado sea el laberinto. Es una elección consciente de vivir con optimismo, de buscar la belleza en lo cotidiano y de construir un futuro donde la alegría y la serenidad sean las protagonistas.

9. “Podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o”

9. “Podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o”

Esta frase encierra una verdad fundamental que a menudo olvidamos en nuestra cultura de la entrega incondicional.

Desde pequeños, nos inculcan la idea de dar sin medida, de vaciarnos por los demás, como si ese acto de autosacrificio fuera la máxima expresión del amor o la solidaridad. Sin embargo, esta visión, aunque bienintencionada, es insostenible y, a la larga, perjudicial.

El autocuidado, lejos de ser un acto de egoísmo, es el cimiento sobre el cual se construye nuestra capacidad de sostener a los demás. Es la base indispensable desde donde podemos operar de manera efectiva y compasiva. No se trata de una elección entre cuidar de uno mismo o de los demás, sino de reconocer que uno es prerrequisito del otro. Es un acto de responsabilidad personal que, paradójicamente, beneficia a todos a nuestro alrededor.

La metáfora del avión es perfecta para ilustrar esto: primero oxígeno para mí, luego manos extendidas para quien lo necesite. Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. Si no atendemos nuestras propias necesidades básicas –físicas, emocionales, mentales–, terminaremos agotados, frustrados e ineficaces.

Cuidarse a uno mismo es un acto de honestidad con uno mismo y, por extensión, con los demás. Porque solo desde un lugar de plenitud y equilibrio podemos ofrecer lo mejor de nosotros, no lo que nos queda después de habernos vaciado.

❤️ Así, mi manera más honesta y efectiva de cuidar a otros es, en primer lugar, cuidarme a mí misma.

En un mundo que constantemente nos exige dar, la frase «podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o» se erige como un faro de sabiduría esencial, una verdad fundamental que, paradójicamente, a menudo olvidamos en nuestra cultura de la entrega incondicional y el autosacrificio. Desde nuestra más tierna infancia, somos bombardeados con la noción de dar sin medida, de vaciarnos por el bienestar ajeno, como si este acto de abnegación fuera la cúspide del amor o la solidaridad. Sin embargo, esta visión, aunque enraizada en las mejores intenciones, es profundamente insostenible y, a la larga, perjudicial para todos los involucrados.

El autocuidado, lejos de ser un acto egoísta o una indulgencia superflua, es el cimiento inquebrantable sobre el cual se construye nuestra genuina capacidad de sostener, acompañar y nutrir a los demás. Es la base indispensable, el punto de partida desde donde podemos operar de manera efectiva, compasiva y sostenible. La dicotomía entre cuidar de uno mismo y cuidar de los demás es, en realidad, una falsa elección. Reconocer que el autocuidado es un prerrequisito para el cuidado ajeno no es un acto de egoísmo, sino un acto de profunda responsabilidad personal que, de manera paradójica pero innegable, beneficia a todos a nuestro alrededor.

La metáfora del avión ilustra esta verdad con una claridad meridiana: en una situación de emergencia, la instrucción es colocarse la mascarilla de oxígeno primero, antes de intentar ayudar a otros. Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. Si descuidamos nuestras propias necesidades básicas –físicas, emocionales, mentales, espirituales–, terminaremos agotados, frustrados, resentidos e ineficaces. Nuestra capacidad de dar se verá mermada, y lo que ofrezcamos será una versión disminuida y vacía de nosotros mismos.

Cuidarse a uno mismo es, en esencia, un acto de honestidad profunda con uno mismo y, por extensión natural, con los demás. Es reconocer nuestros límites, nuestras vulnerabilidades y nuestras necesidades, y atenderlas con la misma diligencia y compasión que aplicaríamos al cuidado de un ser querido. Porque solo desde un lugar de plenitud, equilibrio y bienestar genuino podemos ofrecer lo mejor de nosotros, no las migajas que nos quedan después de habernos vaciado por completo.

Implica escuchar a nuestro cuerpo, honrar nuestras emociones, nutrir nuestra mente y espíritu, establecer límites claros y proteger nuestro tiempo y energía. Significa decir «no» cuando es necesario para decir «sí» a nuestra propia salud y bienestar. Es un compromiso activo y constante con nuestra propia vitalidad, que se traduce en una mayor resiliencia, creatividad y capacidad para amar y conectar.

❤️ Así, mi manera más honesta, efectiva y sostenible de cuidar a otros, de ser un verdadero apoyo y una fuente de luz en sus vidas, es, en primer lugar y sin reservas, cuidarme a mí misma. Solo desde esa fortaleza interior y esa autenticidad podemos irradiar una influencia positiva duradera y construir relaciones significativas y recíprocas, lejos de dinámicas de sacrificio y agotamiento. El autocuidado no es un lujo; es una necesidad imperiosa para una vida plena y una contribución significativa al mundo.

8.  “Tu fuerza está en tu ternura, en tu capacidad de cuidar lo que amas, en seguir cuando todo pesa”

8.  “Tu fuerza está en tu ternura, en tu capacidad de cuidar lo que amas, en seguir cuando todo pesa”

La fuerza no siempre se manifiesta en estruendos o en la habilidad de mover montañas.

A veces, es un susurro apenas perceptible, la persistente decisión de seguir cuidando, de seguir amando con el corazón abierto, y de continuar avanzando paso a paso, incluso cuando el alma arrastra los pies, cansada por el peso del mundo.

Es la valentía de levantarse cada mañana, no porque no haya dolor, sino porque hay una razón más grande para seguir adelante.

La ternura, lejos de ser una debilidad, es un músculo invisible de inmensa potencia. Sostiene mucho más de lo que a simple vista podría parecer, construyendo puentes donde otros ven abismos y ofreciendo refugio en medio de la tempestad. Es la red silenciosa que atrapa las caídas y la suave luz que guía en la oscuridad, una fuerza tranquila que une y fortalece.

Ser fuerte no implica endurecerse ni erigir muros, sino, por el contrario, abrazar la propia vulnerabilidad y no dejar de ser sensible.

Es permitir que el corazón sienta plenamente, tanto la alegría como el dolor, y encontrar en esa apertura la verdadera profundidad del coraje.

Es la capacidad de mostrar compasión y empatía, de entender que la conexión humana es la mayor de las fortalezas, y de saber que, en la delicadeza de cada gesto de amor y cuidado, reside una resiliencia inquebrantable.

La verdadera fortaleza reside en la capacidad de amar sin reservas y de proteger aquello que da sentido a nuestra existencia.

❤️ Yo soy fuerte porque amo

La verdadera fortaleza a menudo se esconde de las miradas superficiales, manifestándose no en el estruendo de grandes hazañas o en la habilidad de mover montañas con una voluntad férrea, sino en un susurro apenas perceptible. Es la persistente decisión de seguir cuidando, de seguir amando con el corazón abierto a pesar de las heridas, y de continuar avanzando paso a paso, incluso cuando el alma arrastra los pies, cansada por el peso del mundo. Es la valentía silenciosa de levantarse cada mañana, no porque no haya dolor o desesperanza, sino porque existe una razón más grande, un amor profundo, que impulsa a seguir adelante.

La ternura, lejos de ser una debilidad o una característica secundaria, es, en realidad, un músculo invisible de inmensa potencia. Es la fuerza que sostiene mucho más de lo que a simple vista podría parecer, construyendo puentes de conexión y entendimiento donde otros solo ven abismos de diferencia e incomprensión. Es la que ofrece refugio seguro en medio de la tempestad, un ancla emocional cuando todo alrededor parece tambalearse. La ternura es la red silenciosa que atrapa las caídas inesperadas, amortiguando los golpes del destino, y la suave luz que guía con delicadeza en la más profunda oscuridad, una fuerza tranquila y constante que une los corazones y fortalece el espíritu de la comunidad.

Ser fuerte, por lo tanto, no implica endurecerse ni erigir muros impenetrables alrededor del propio ser, sino, por el contrario, abrazar la propia vulnerabilidad con coraje y no dejar de ser sensible a las emociones propias y ajenas. Es permitirse que el corazón sienta plenamente, experimentando tanto la alegría desbordante como el dolor más profundo, y encontrar en esa apertura y aceptación la verdadera profundidad del coraje humano. Es la capacidad de mostrar compasión y empatía hacia los demás, de entender que la conexión humana, forjada en la comprensión y el apoyo mutuo, es la mayor de las fortalezas. Es saber que, en la delicadeza de cada gesto de amor, en cada acto de cuidado desinteresado, reside una resiliencia inquebrantable, una capacidad de recuperarse y florecer a pesar de las adversidades.

La verdadera fortaleza, en su esencia más pura, reside en la capacidad incondicional de amar sin reservas, de entregarse por completo a aquello que da sentido a nuestra existencia, y de proteger con ahínco lo que consideramos preciado. Es un amor que no teme mostrarse, que se expande y abraza, convirtiéndose en el motor que impulsa la vida y en el refugio que protege el alma.

7.  “Si tengo ocho horas para derribar un árbol, gastaré seis de ellas afilando mi hacha”

7.  “Si tengo ocho horas para derribar un árbol, gastaré seis de ellas afilando mi hacha”

La prisa es compañera constante de nuestro día a día, nos seduce con la promesa de atajos y soluciones rápidas.

Nos invita a saltarnos pasos, a buscar la vía más corta, a creer que la inmediatez es sinónimo de eficiencia. Sin embargo, a menudo, lo que la prisa entrega son heridas; consecuencias no deseadas que, tarde o temprano, se manifiestan en forma de errores, omisiones o resultados insatisfactorios.

Prepararse, en cambio, se nos presenta como un camino más lento, más deliberado, incluso tedioso. Implica paciencia, dedicación y una inversión inicial de esfuerzo que no siempre parece justificada en el momento.

Sin embargo, esta aparente lentitud es, en realidad, una inversión inteligente que al final ahorra dolores.

La preparación es el cimiento sólido sobre el que se construye el éxito duradero.

Un ejemplo claro de esta filosofía se encuentra en la metáfora de afilar el hacha. Antes de talar un árbol, un leñador sabio dedica tiempo a asegurar que su herramienta esté en perfectas condiciones.

Afilar el hacha no es, de ninguna manera, perder el tiempo. Es, por el contrario, un acto fundamental de cuidado: cuidado de la herramienta, que garantiza su eficacia; cuidado de la energía, ya que un hacha afilada requiere menos esfuerzo para cortar; y, en un sentido más profundo, cuidado de la esperanza, pues la certeza de tener los medios adecuados alimenta la confianza en el éxito de la tarea.

A veces la lucha está en el filo, no en el golpe. Está en la agudeza del pensamiento, en la claridad de la estrategia, en la perfección de la herramienta o en la preparación mental. Es en ese filo, invisible para el observador casual, donde se gesta la eficacia y donde reside el verdadero poder. Es la calidad de nuestra preparación lo que, en última instancia, determina la potencia y la dirección de cada golpe que damos en la vida.

❤️ En mi proceso, preparo y afilo todas las herramientas que puedan ayudar en mi proceso de dolor crónico

En la vorágine de la vida moderna, donde el tiempo es un tirano implacable y la inmediatez una aspiración constante, nos encontramos a menudo seducidos por la quimera de los atajos. La prisa, esa compañera constante y sigilosa, nos susurra al oído promesas de soluciones rápidas, de caminos que evitan la ardua labor y el tedio de la preparación. Nos incita a saltarnos etapas, a buscar la vía más corta, a creer que la celeridad es sinónimo de eficiencia y que la velocidad garantiza el éxito.

Sin embargo, lo que la prisa entrega con demasiada frecuencia son heridas invisibles, pero profundas. Consecuencias no deseadas que, como grietas en la pared, tarde o temprano se manifiestan en forma de errores lamentables, omisiones significativas o, lo que es aún más desalentador, resultados insatisfactorios que nos dejan con un sabor amargo. La inmediatez, lejos de ser la panacea, se convierte en un arma de doble filo que, si bien nos da la ilusión de avanzar, a menudo nos desvía del verdadero camino hacia la excelencia.

Frente a esta tentación de la rapidez, se erige el concepto de preparación, un sendero que a primera vista se nos presenta como más lento, más deliberado, incluso tedioso. Implica una inversión inicial de paciencia, dedicación y un esfuerzo que, en el momento, puede parecer desproporcionado o injustificado. Nos exige detenernos, reflexionar, planificar, y en ocasiones, incluso retroceder para asegurar que cada paso sea firme y consciente.

Pero esta aparente lentitud es, en realidad, una inversión inteligente que al final ahorra dolores y desengaños. La preparación es el cimiento inquebrantable sobre el que se construye el éxito duradero y la resiliencia ante los desafíos. Es la arquitectura invisible que sostiene cada logro significativo, la garantía de que cada esfuerzo no será en vano.

Un ejemplo elocuente de esta filosofía, que resuena con una verdad atemporal, se encuentra en la metáfora del leñador que afila su hacha. Antes de enfrentarse a la monumental tarea de talar un árbol, un leñador sabio no se lanza impulsivamente al trabajo. Al contrario, dedica un tiempo precioso a asegurar que su herramienta, el hacha, esté en perfectas condiciones. Este acto de afilar, lejos de ser una pérdida de tiempo, es un gesto fundamental de cuidado.

Es, en primer lugar, un cuidado de la herramienta en sí, garantizando su eficacia máxima y prolongando su vida útil. Un hacha bien afilada corta con precisión, minimizando el esfuerzo y maximizando el impacto. En segundo lugar, es un cuidado de la energía del leñador. Un hacha roma exige una fuerza desmedida y un desgaste innecesario, mientras que un hacha afilada permite que cada golpe sea certero y eficiente, conservando la vitalidad para el resto de la tarea. Y, en un sentido más profundo y trascendente, es un cuidado de la esperanza. La certeza de poseer los medios adecuados, de tener una herramienta que responde con fiabilidad, alimenta la confianza en el éxito de la empresa, disipando la incertidumbre y fortaleciendo la voluntad.

A menudo, la verdadera lucha no reside en el golpe brutal, en la acción desenfrenada, sino en el filo sutil y agudo de la preparación. La batalla se libra en la agudeza del pensamiento que precede a la acción, en la claridad de una estrategia meticulosamente diseñada, en la perfección de la herramienta que elegimos y cuidamos, o en la preparación mental que nos permite afrontar los retos con entereza. Es en ese filo, invisible para el observador casual, donde se gesta la eficacia real y donde reside el verdadero poder. Es la calidad intrínseca de nuestra preparación lo que, en última instancia, determina la potencia, la dirección y el impacto de cada golpe que asestamos en la vida.

En mi propio camino, especialmente en la travesía desafiante del dolor crónico, esta filosofía de la preparación ha cobrado un significado aún más profundo. Es un recordatorio constante de que no puedo enfrentarme a esta lucha sin antes preparar y afilar todas las herramientas posibles: la fortaleza mental, las estrategias de afrontamiento, el conocimiento sobre mi condición, las terapias y apoyos adecuados. Cada una de ellas es un «filo» que debo mantener en óptimas condiciones para navegar por las complejidades del dolor y construir una vida plena a pesar de él. Porque, al final, la verdadera maestría no está en evitar la lucha, sino en estar lo suficientemente preparado para ganarla.

6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

Hay heridas que dejan grietas, y grietas que nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse.

El arte ancestral del kintsugi nos susurra una profunda verdad: lo roto no se esconde, se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia y superación.

Las cicatrices, lejos de ser defectos, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido y de las calmas que nos han permitido sanar.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección.

El oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción.

Es un recordatorio palpable de que la vulnerabilidad puede ser nuestra mayor fortaleza, y que en cada fragmento reunido reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas.

Hay heridas que dejan grietas profundas, surcos imborrables en el alma, y estas grietas, lejos de ser un símbolo de debilidad, nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse. Son la esencia de nuestra humanidad, el testimonio silencioso de las batallas libradas y las tormentas superadas.

El arte ancestral del kintsugi, esa filosofía japonesa que eleva la reparación a una forma de arte, nos susurra una profunda verdad que resuena en lo más íntimo de nuestro ser: lo roto no se esconde, no se desecha, sino que se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, esas cicatrices invisibles que llevamos, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia inquebrantable y superación. Es una oda a la imperfección, un reconocimiento de que nuestras fallas nos hacen únicos y, paradójicamente, más completos.

Las cicatrices, lejos de ser defectos que avergonzar, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido hasta los cimientos y de las calmas que nos han permitido sanar y reconstruirnos. Cada una de ellas cuenta una historia, un capítulo de nuestra existencia, y en su relieve se inscribe la memoria de un camino recorrido, de obstáculos vencidos y de un crecimiento constante.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es más que una simple unión; es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección, más profunda y significativa. Este oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza ni de la nuestra; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción, de su renacimiento.

Es un recordatorio palpable y constante de que la vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, puede ser nuestra mayor fortaleza, el cimiento sobre el cual edificamos nuestra resiliencia. En cada fragmento reunido, en cada grieta dorada, reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original, una belleza que emana de la experiencia, de la superación y de la aceptación de nuestra propia historia, con todas sus luces y sus sombras.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas, por mis cicatrices, por mi historia.

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante.

La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas.

No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes.

Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio.

Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad.

Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufimiento.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme.

En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia. El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante. La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas. No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes. Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio. Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad. Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufrimiento.

Cada amanecer, cuando la luz se filtra por la ventana, se presenta como un nuevo pacto, una renovación silenciosa de mi compromiso. A veces, la tregua con mi cuerpo es tan tenue que un simple movimiento, un suspiro, amenaza con romperla. Sin embargo, en esos momentos de fragilidad extrema, la resistencia no se desvanece; se transmuta. Se convierte en la quietud, en la aceptación serena de lo que es, y en la búsqueda de la mínima fuerza para sostener esa aceptación.

La verdadera batalla no se libra con espadas ni escudos, sino con la quietud interna, con la voz silenciosa que me dice: «Sigue, un poco más». Es en esa voz donde reside la esencia de mi resistencia. No es una voz fuerte y clara, sino un murmullo constante, persistente, que me guía a través de la neblina del malestar. Es una danza entre la rendición y la lucha, donde aprender a ceder a veces es la forma más profunda de resistencia, porque evita el desgaste inútil y conserva la energía para cuando realmente importa.

La resistencia se manifiesta en la elección de una canción que me eleva, en el sabor de una comida sencilla, en la caricia de una manta suave. Son estos pequeños actos de autocuidado los que nutren la llama de mi voluntad, impidiendo que el dolor la ahogue por completo. Cada detalle, por insignificante que parezca, es una victoria, un pequeño bastión que fortifica mi espíritu.

A veces, la resistencia es simplemente el acto de recordar quién soy más allá del dolor, de la enfermedad. Es despojarme de la identidad de «enferma» o «sufriente» y reconectar con la esencia de mi ser: una persona capaz de amar, de crear, de sentir alegría, a pesar de las circunstancias. Es un proceso de desidentificación que me permite flotar por encima de las sensaciones físicas y encontrar un espacio de paz interior.

En los días más oscuros, cuando la marea del dolor amenaza con engullirme, mi resistencia se convierte en un faro. No es un faro que aleja la tormenta, sino uno que me permite navegar a través de ella, recordándome que, aunque las olas sean inmensas, mi barco, aunque pequeño y maltrecho, sigue a flote.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme. Y en esa firmeza, encuentro mi mayor fortaleza, mi dignidad inquebrantable, y la certeza de que, mientras respire, seguiré plantada en el campo de mi propia existencia.

 

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

El humor es la mejor de las terapias para vencer el miedo al dolor.

Empiezo por reírme de mí misma, de mis torpezas y mis dramas cotidianos, y entonces la vida, con todas sus complejidades, se encoge y se vuelve más ligera, casi etérea.

No es que el dolor desaparezca por arte de magia, ni que las heridas se curen instantáneamente, pero pierde autoridad, se desdibuja, cuando le saco la lengua con descaro o me planto una nariz de payaso imaginaria.

Es en ese gesto de rebeldía, de absurdo, donde reside la clave para despojarlo de su poder opresor.

Reírse es la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma.

Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros.

Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana.

Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior, esa que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de todo.

❤️ Reírse es la mejor medicina…

Una de las herramientas más poderosas que poseemos es el sentido del humor, la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Esta habilidad, a menudo subestimada, se revela como la terapia más eficaz para disipar el miedo al dolor y afrontar las complejidades de la vida con una perspectiva renovada.

Comenzar el día riéndome de mis propias torpezas, de los pequeños dramas cotidianos que a veces magnificamos, tiene un efecto transformador. La vida, con todas sus intrincadas capas, de repente se encoge, se vuelve más ligera, casi etérea. No es que el dolor desaparezca mágicamente o que las heridas se curen al instante; más bien, pierde su autoridad opresora. Se desdibuja, se vuelve menos intimidante cuando le saco la lengua con descaro, cuando me planto una nariz de payaso imaginaria y lo observo con una mirada de absurdo. En ese gesto de rebeldía, en esa aceptación de lo ridículo, reside la clave para despojar al sufrimiento de su poder.

La risa es, sin duda, la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma. Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros. Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra, intrínsecamente ligada a nuestra naturaleza humana.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana. Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, sí, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior. Esa fuerza es la que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de los reveses, a pesar de las caídas. Es la chispa que nos recuerda que somos resilientes, capaces de encontrar la belleza y el gozo incluso en medio de la tempestad.

En definitiva, reírse es un acto de amor propio, una elección consciente de abrazar la vida con todas sus imperfecciones. Es una invitación a ver el mundo con ojos de niño, a encontrar la alegría en lo simple y a recordar que, al final del día, una buena carcajada puede ser el remedio más potente para cualquier dolencia del alma. ❤️

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada.

Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece.

No busco la perfección en mis movimientos, sino la autenticidad de mi expresión.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza de que cada error es una lección y cada cicatriz, una nueva melodía.

La música de la vida sigue sonando y mi baile no se detiene.

Mis pies, cansados pero decididos, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, siempre pasará, dejando tras de sí un arcoíris de posibilidades.

❤️ Yo, bailo.

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada. Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece, arraigándose como un roble ancestral que desafía el vendaval. No busco la perfección en mis movimientos, en la gracia etérea de un bailarín experimentado, sino la autenticidad de mi expresión, la verdad cruda y palpable que se esconde en cada tropezón y cada intento.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza inquebrantable de que cada error es una lección magistral, cincelada con la paciencia del tiempo, y cada cicatriz, una nueva melodía que se añade a la sinfonía de mi existencia. La música de la vida sigue sonando, a veces un suave murmullo, otras un estruendoso crescendo, y mi baile no se detiene, no se permite el lujo de la inmovilidad.

Mis pies, cansados por la jornada, pero decididos con una voluntad férrea, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, por mucho que arremeta con furia desatada, siempre pasará. Y tras su partida, dejando atrás la desolación y el caos, se alzará majestuoso un arcoíris de posibilidades infinitas, un puente de esperanza que invita a la exploración, a la renovación, a la vida misma.

❤️ Yo, bailo, y en cada movimiento, celebro la inquebrantable fuerza del espíritu humano.

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

Hay dolores que no se negocian: llegan, se instalan, y nos recuerdan que el cuerpo también tiene voz.

Lo que sí podemos elegir es no darles las llaves de la casa. El dolor es huésped, pero el sufrimiento es mudanza permanente.

Aprender a distinguirlos es un arte: aceptar lo que duele, pero no dejar que nos robe la risa, la calma, de nosotros depende cómo los gestionamos.

El dolor puede ser un huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Pero el sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Aprender a distinguir entre ambos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud.

Aceptar lo que duele no significa resignarse, sino reconocer la realidad de una situación. Es decir: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita». Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida. Soy yo quien decide. El dolor es una señal, no un destino. Y en esa distinción reside nuestro poder más profundo.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. 

Esta profunda verdad resuena en cada fibra de nuestra existencia, revelando una distinción crucial entre dos experiencias humanas universales. Hay dolores que no se negocian, que irrumpen en nuestras vidas sin previo aviso: una enfermedad repentina, una pérdida desgarradora, una herida física o emocional. Llegan, se instalan, y nos recuerdan con una contundencia ineludible que el cuerpo, ese templo que habitamos, también tiene voz, y a menudo, es una voz que nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad. Estos dolores son parte inherente de la condición humana, mensajeros de nuestra fragilidad y, paradójicamente, de nuestra capacidad de sentir.

Sin embargo, lo que sí podemos elegir, y esta es la clave de nuestra libertad interior, es no darles las llaves de la casa. El dolor es un huésped, sí, a veces inesperado y siempre incómodo, pero sigue siendo un visitante. El sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente. Es la decisión, consciente o inconsciente, de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia, transformando una visita temporal en una ocupación total.

Aprender a distinguirlos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud. Es el arte de aceptar lo que duele, de reconocer su presencia sin intentar negarla ni luchar contra ella en vano, pero sin dejar que nos robe la risa, la calma, la capacidad de maravillarnos ante la belleza del mundo, o la esperanza en el futuro. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación punzante.

El dolor puede ser ese huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Nos obliga a detenernos, a mirar hacia dentro, a cuidar una herida. Pero el sufrimiento, en cambio, es una elección que hacemos, a veces por miedo, otras por costumbre o por una identificación profunda con la victimización. Es permitir que esa visita se convierta en una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de alimentar la queja y el lamento, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Confundir ambos es ceder nuestro poder.

Aceptar lo que duele no significa resignarse a la pasividad o a la desesperanza. No es una capitulación ante la adversidad. Es, por el contrario, un acto de valentía y autoconciencia: reconocer la realidad de una situación. Es decir, con honestidad brutal pero también con una firmeza interior: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita en este momento.» Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. Al contrario, es el primer paso para retomar el control. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, que opaque cada rayo de sol en nuestro día a día, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma, esos espacios de luz que ni el dolor más profundo puede extinguir si no le damos permiso.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte de mis límites, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad inherente. Me enseña sobre la vida y sobre mí mismo. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida si yo no lo permito. Soy yo quien decide cómo respondo a su presencia. El dolor es una señal, un mensajero, no un destino ineludible. Y en esa distinción fundamental, en esa capacidad de elegir nuestra respuesta ante lo inevitable, reside nuestro poder más profundo, nuestra verdadera libertad.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. Y en esa decisión radica la diferencia entre ser una víctima de las circunstancias o un arquitecto de mi propio bienestar emocional.

 

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

Vengo a contaros que se puede; por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Depende de ti.

Yo estoy aquí porque en mi guerra con el dolor crónico, soy la resistencia, y quiero mostraros como, a través de mis pelusamientos y el sentido del humor.

Hay días en que el dolor te susurra que te rindas, que el esfuerzo no vale la pena. Y ahí, en esa grieta, es donde más importa empujar.

No hablo de ganar siempre —ojalá—, sino de atreverte a dar el paso aunque tiemble todo.

Porque hasta los intentos torpes suman: cuentan la historia de que no te quedaste quieta.

La imposibilidad no está fuera: suele esconderse dentro en el “ni lo intenté”.

❤️ Hoy me abrazo a mi torpeza, a mis días lentos y a mis intentos fallidos… porque son ellos los que me recuerdan que sigo aquí, viva, intentándolo… Lo único imposible es aquello que no luchas. Esta poderosa verdad, a menudo susurrada en los momentos de mayor desesperación, es el ancla que me sostiene. 

Vengo a contaros, no con la voz de una victoria fácil, sino con la cicatrizada sabiduría de la persistencia, que se puede. Por muy difícil que se presente el camino, por mucho que el dolor hunda sus garras, por mucho que la desesperación parezca un horizonte ineludible, se puede. Y la clave, esa chispa inquebrantable, depende enteramente de ti.

Mi presencia aquí no es fruto de la casualidad ni de la fortuna; es el testamento vivo de mi guerra personal. En esta batalla constante contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Soy la trinchera que se mantiene firme, el pulso que no se detiene, la voz que se alza incluso cuando el cuerpo grita rendición. Y quiero mostraros cómo, a través de mis «pelusamientos» —esos pequeños desvaríos, esos momentos de humor absurdo, esas fugas de la realidad que me permiten respirar, y el bitácora de mi historia— la vida se hace soportable, incluso hermosa.

Hay días, lo admito, en que el dolor es un susurro traicionero que se desliza por los rincones del alma. Te insinúa que te rindas, que el esfuerzo es en vano, que la lucha no vale la pena. Es en esos instantes de debilidad, en esa grieta que se abre entre la esperanza y la fatiga, donde más importa empujar. No hablo de la victoria rotunda, esa que se celebra con vítores y medallas, ¡ojalá la conociera siempre! Hablo de algo mucho más profundo y vital: de la valentía de atreverte a dar el paso, aunque cada fibra de tu ser tiemble, aunque el miedo te paralice y la incertidumbre te ahogue.

Porque hasta los intentos más torpes, esos que se tambalean y amenazan con caer, suman. Cada paso vacilante, cada esfuerzo fallido, cada caída y cada levantamiento, cuentan una historia. La historia de que no te quedaste quieta, de que no te resignaste al papel de espectadora de tu propia vida. Son la prueba irrefutable de tu resistencia, de tu inextinguible voluntad de seguir adelante.

La verdadera imposibilidad no reside en el exterior, en los obstáculos que la vida nos impone. La imposibilidad, con su manto de desánimo y su voz seductora, suele esconderse en nuestro interior, anidando en esa frase lapidaria que nos repetimos: «ni lo intenté». Es el miedo a la falla, la comodidad de la inacción, la excusa que nos permite no enfrentarnos a lo desconocido.

❤️ Hoy, con una mezcla de humildad y una fuerza renovada, me abrazo a mi torpeza. Abrazo mis días lentos, esos en los que cada movimiento es un acto de valentía, y mis intentos fallidos, porque son ellos los que me recuerdan, una y otra vez, que sigo aquí. Viva, respirando, luchando, y, sobre todo, intentándolo. Porque mientras haya un intento, por pequeño que sea, la esperanza perdura y la vida, a pesar de sus sombras, sigue desplegando sus colores.

Un Mundo Fabuloso… 

Un Mundo Fabuloso… 

Explora la Imaginación de Marta Bonet

Sumérgete en un universo donde las historias cobran vida, guiado por la creatividad y la pasión de Marta Bonet. Descubre relatos que inspiran y conmueven, en un espacio diseñado para los amantes de la narrativa.

Esta sección nace del dolor y su resiliencia, en una experiencia personal de enfermedad, donde la creatividad y la necesidad de expresar son más latentes y necesarias que nunca, así como la empatía y solidaridad con quienes puedan estar en procesos similares, luchando con dolores crónicos y lo que conllevan.

Por eso, he creado un personaje tierno que puede motivar, que puede acompañar, y que, quizá, desde la humildad, puede ayudar. Un personaje que va a contar muchas cosas de muchas maneras, con ternura, con profundidad, con sentido del humor y utilizando su pluma y su imagen para inspirar. Todo lo contará desde su verdad. 

¡Bienvenidos al universo de Pelusa y de sus Pelusamientos!

Soy Pelusa, y quisiera presentarme. Nací de la creatividad y la profunda necesidad de expresión, emergiendo de una experiencia personal de dolor y resiliencia. Vengo a contaros que se puede, por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Mi propósito es ser una figura que pueda motivar y acompañar, y que, quizás, desde la humildad, pueda ayudar a quienes luchan con dolores crónicos o situaciones difíciles donde la resiliencia es imprescindible.

Podéis ver que no tengo boca. Esto no es un accidente, sino una elección consciente: estoy en una fase de observación, reflexión, de escucha y aprendizaje. Mi lienzo, mis «Pelusamientos,» es la bitácora íntima de mi historia y mis pensamientos en voz alta. En mis escritos, busco ofrecer consuelo o acompañamiento a otros corazones. Asimismo, también soy defensora del sentido del humor como arma imbatible del dolor, y por eso, a pesar de que a veces me pongo seria cuando desgrano mis pelusamientos, también bailo con el humor y trato de regalar sonrisas. 

Estoy aquí porque, en mi guerra contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Mi existencia no se define por lo que el dolor me arrebató, sino por lo que sigo creando pese a él. El dolor me impuso una pausa forzada, pero a cambio me regaló profundidad. Mi fuerza reside en el tejido de mis grietas, y mis cicatrices no son marcas de derrota, sino las comas que unen mis capítulos.

En mi camino, he descubierto que la risa es la herramienta más valiosa en las sombras, y con el sentido del humor y mi creatividad, me niego rotundamente a entregar mi paleta al gris, elijo pintar mi mundo con otros matices y buscar la pequeña rendija de luz en la oscuridad. Aunque mi cuerpo duela, mi corazón sigue latiendo fuerte, y en esa distinción entre el dolor inevitable y el sufrimiento opcional, reside mi poder más profundo.

Mi trayectoria única es mi fuerza, y mi mayor deseo es que mi verdad, con todas sus imperfecciones y cicatrices, pueda inspirar a otros. ¡Bienvenidos a mi ecosistema!