6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

Hay heridas que dejan grietas, y grietas que nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse.

El arte ancestral del kintsugi nos susurra una profunda verdad: lo roto no se esconde, se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia y superación.

Las cicatrices, lejos de ser defectos, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido y de las calmas que nos han permitido sanar.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección.

El oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción.

Es un recordatorio palpable de que la vulnerabilidad puede ser nuestra mayor fortaleza, y que en cada fragmento reunido reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas.Aquí están los Pelusamientos de Pelusa

Hay heridas que dejan grietas profundas, surcos imborrables en el alma, y estas grietas, lejos de ser un símbolo de debilidad, nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse. Son la esencia de nuestra humanidad, el testimonio silencioso de las batallas libradas y las tormentas superadas.

El arte ancestral del kintsugi, esa filosofía japonesa que eleva la reparación a una forma de arte, nos susurra una profunda verdad que resuena en lo más íntimo de nuestro ser: lo roto no se esconde, no se desecha, sino que se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, esas cicatrices invisibles que llevamos, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia inquebrantable y superación. Es una oda a la imperfección, un reconocimiento de que nuestras fallas nos hacen únicos y, paradójicamente, más completos.

Las cicatrices, lejos de ser defectos que avergonzar, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido hasta los cimientos y de las calmas que nos han permitido sanar y reconstruirnos. Cada una de ellas cuenta una historia, un capítulo de nuestra existencia, y en su relieve se inscribe la memoria de un camino recorrido, de obstáculos vencidos y de un crecimiento constante.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es más que una simple unión; es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección, más profunda y significativa. Este oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza ni de la nuestra; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción, de su renacimiento.

Es un recordatorio palpable y constante de que la vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, puede ser nuestra mayor fortaleza, el cimiento sobre el cual edificamos nuestra resiliencia. En cada fragmento reunido, en cada grieta dorada, reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original, una belleza que emana de la experiencia, de la superación y de la aceptación de nuestra propia historia, con todas sus luces y sus sombras.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas, por mis cicatrices, por mi historia.

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante.

La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas.

No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes.

Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio.

Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad.

Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufimiento.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme.

En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia. El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante. La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas. No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes. Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio. Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad. Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufrimiento.

Cada amanecer, cuando la luz se filtra por la ventana, se presenta como un nuevo pacto, una renovación silenciosa de mi compromiso. A veces, la tregua con mi cuerpo es tan tenue que un simple movimiento, un suspiro, amenaza con romperla. Sin embargo, en esos momentos de fragilidad extrema, la resistencia no se desvanece; se transmuta. Se convierte en la quietud, en la aceptación serena de lo que es, y en la búsqueda de la mínima fuerza para sostener esa aceptación.

La verdadera batalla no se libra con espadas ni escudos, sino con la quietud interna, con la voz silenciosa que me dice: «Sigue, un poco más». Es en esa voz donde reside la esencia de mi resistencia. No es una voz fuerte y clara, sino un murmullo constante, persistente, que me guía a través de la neblina del malestar. Es una danza entre la rendición y la lucha, donde aprender a ceder a veces es la forma más profunda de resistencia, porque evita el desgaste inútil y conserva la energía para cuando realmente importa.

La resistencia se manifiesta en la elección de una canción que me eleva, en el sabor de una comida sencilla, en la caricia de una manta suave. Son estos pequeños actos de autocuidado los que nutren la llama de mi voluntad, impidiendo que el dolor la ahogue por completo. Cada detalle, por insignificante que parezca, es una victoria, un pequeño bastión que fortifica mi espíritu.

A veces, la resistencia es simplemente el acto de recordar quién soy más allá del dolor, de la enfermedad. Es despojarme de la identidad de «enferma» o «sufriente» y reconectar con la esencia de mi ser: una persona capaz de amar, de crear, de sentir alegría, a pesar de las circunstancias. Es un proceso de desidentificación que me permite flotar por encima de las sensaciones físicas y encontrar un espacio de paz interior.

En los días más oscuros, cuando la marea del dolor amenaza con engullirme, mi resistencia se convierte en un faro. No es un faro que aleja la tormenta, sino uno que me permite navegar a través de ella, recordándome que, aunque las olas sean inmensas, mi barco, aunque pequeño y maltrecho, sigue a flote.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme. Y en esa firmeza, encuentro mi mayor fortaleza, mi dignidad inquebrantable, y la certeza de que, mientras respire, seguiré plantada en el campo de mi propia existencia.

 

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

El humor es la mejor de las terapias para vencer el miedo al dolor.

Empiezo por reírme de mí misma, de mis torpezas y mis dramas cotidianos, y entonces la vida, con todas sus complejidades, se encoge y se vuelve más ligera, casi etérea.

No es que el dolor desaparezca por arte de magia, ni que las heridas se curen instantáneamente, pero pierde autoridad, se desdibuja, cuando le saco la lengua con descaro o me planto una nariz de payaso imaginaria.

Es en ese gesto de rebeldía, de absurdo, donde reside la clave para despojarlo de su poder opresor.

Reírse es la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma.

Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros.

Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana.

Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior, esa que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de todo.

❤️ Reírse es la mejor medicina…

Una de las herramientas más poderosas que poseemos es el sentido del humor, la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Esta habilidad, a menudo subestimada, se revela como la terapia más eficaz para disipar el miedo al dolor y afrontar las complejidades de la vida con una perspectiva renovada.

Comenzar el día riéndome de mis propias torpezas, de los pequeños dramas cotidianos que a veces magnificamos, tiene un efecto transformador. La vida, con todas sus intrincadas capas, de repente se encoge, se vuelve más ligera, casi etérea. No es que el dolor desaparezca mágicamente o que las heridas se curen al instante; más bien, pierde su autoridad opresora. Se desdibuja, se vuelve menos intimidante cuando le saco la lengua con descaro, cuando me planto una nariz de payaso imaginaria y lo observo con una mirada de absurdo. En ese gesto de rebeldía, en esa aceptación de lo ridículo, reside la clave para despojar al sufrimiento de su poder.

La risa es, sin duda, la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma. Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros. Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra, intrínsecamente ligada a nuestra naturaleza humana.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana. Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, sí, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior. Esa fuerza es la que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de los reveses, a pesar de las caídas. Es la chispa que nos recuerda que somos resilientes, capaces de encontrar la belleza y el gozo incluso en medio de la tempestad.

En definitiva, reírse es un acto de amor propio, una elección consciente de abrazar la vida con todas sus imperfecciones. Es una invitación a ver el mundo con ojos de niño, a encontrar la alegría en lo simple y a recordar que, al final del día, una buena carcajada puede ser el remedio más potente para cualquier dolencia del alma. ❤️

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada.

Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece.

No busco la perfección en mis movimientos, sino la autenticidad de mi expresión.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza de que cada error es una lección y cada cicatriz, una nueva melodía.

La música de la vida sigue sonando y mi baile no se detiene.

Mis pies, cansados pero decididos, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, siempre pasará, dejando tras de sí un arcoíris de posibilidades.

❤️ Yo, bailo.

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada. Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece, arraigándose como un roble ancestral que desafía el vendaval. No busco la perfección en mis movimientos, en la gracia etérea de un bailarín experimentado, sino la autenticidad de mi expresión, la verdad cruda y palpable que se esconde en cada tropezón y cada intento.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza inquebrantable de que cada error es una lección magistral, cincelada con la paciencia del tiempo, y cada cicatriz, una nueva melodía que se añade a la sinfonía de mi existencia. La música de la vida sigue sonando, a veces un suave murmullo, otras un estruendoso crescendo, y mi baile no se detiene, no se permite el lujo de la inmovilidad.

Mis pies, cansados por la jornada, pero decididos con una voluntad férrea, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, por mucho que arremeta con furia desatada, siempre pasará. Y tras su partida, dejando atrás la desolación y el caos, se alzará majestuoso un arcoíris de posibilidades infinitas, un puente de esperanza que invita a la exploración, a la renovación, a la vida misma.

❤️ Yo, bailo, y en cada movimiento, celebro la inquebrantable fuerza del espíritu humano.

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

Hay dolores que no se negocian: llegan, se instalan, y nos recuerdan que el cuerpo también tiene voz.

Lo que sí podemos elegir es no darles las llaves de la casa. El dolor es huésped, pero el sufrimiento es mudanza permanente.

Aprender a distinguirlos es un arte: aceptar lo que duele, pero no dejar que nos robe la risa, la calma, de nosotros depende cómo los gestionamos.

El dolor puede ser un huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Pero el sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Aprender a distinguir entre ambos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud.

Aceptar lo que duele no significa resignarse, sino reconocer la realidad de una situación. Es decir: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita». Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida. Soy yo quien decide. El dolor es una señal, no un destino. Y en esa distinción reside nuestro poder más profundo.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. 

Esta profunda verdad resuena en cada fibra de nuestra existencia, revelando una distinción crucial entre dos experiencias humanas universales. Hay dolores que no se negocian, que irrumpen en nuestras vidas sin previo aviso: una enfermedad repentina, una pérdida desgarradora, una herida física o emocional. Llegan, se instalan, y nos recuerdan con una contundencia ineludible que el cuerpo, ese templo que habitamos, también tiene voz, y a menudo, es una voz que nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad. Estos dolores son parte inherente de la condición humana, mensajeros de nuestra fragilidad y, paradójicamente, de nuestra capacidad de sentir.

Sin embargo, lo que sí podemos elegir, y esta es la clave de nuestra libertad interior, es no darles las llaves de la casa. El dolor es un huésped, sí, a veces inesperado y siempre incómodo, pero sigue siendo un visitante. El sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente. Es la decisión, consciente o inconsciente, de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia, transformando una visita temporal en una ocupación total.

Aprender a distinguirlos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud. Es el arte de aceptar lo que duele, de reconocer su presencia sin intentar negarla ni luchar contra ella en vano, pero sin dejar que nos robe la risa, la calma, la capacidad de maravillarnos ante la belleza del mundo, o la esperanza en el futuro. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación punzante.

El dolor puede ser ese huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Nos obliga a detenernos, a mirar hacia dentro, a cuidar una herida. Pero el sufrimiento, en cambio, es una elección que hacemos, a veces por miedo, otras por costumbre o por una identificación profunda con la victimización. Es permitir que esa visita se convierta en una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de alimentar la queja y el lamento, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Confundir ambos es ceder nuestro poder.

Aceptar lo que duele no significa resignarse a la pasividad o a la desesperanza. No es una capitulación ante la adversidad. Es, por el contrario, un acto de valentía y autoconciencia: reconocer la realidad de una situación. Es decir, con honestidad brutal pero también con una firmeza interior: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita en este momento.» Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. Al contrario, es el primer paso para retomar el control. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, que opaque cada rayo de sol en nuestro día a día, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma, esos espacios de luz que ni el dolor más profundo puede extinguir si no le damos permiso.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte de mis límites, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad inherente. Me enseña sobre la vida y sobre mí mismo. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida si yo no lo permito. Soy yo quien decide cómo respondo a su presencia. El dolor es una señal, un mensajero, no un destino ineludible. Y en esa distinción fundamental, en esa capacidad de elegir nuestra respuesta ante lo inevitable, reside nuestro poder más profundo, nuestra verdadera libertad.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. Y en esa decisión radica la diferencia entre ser una víctima de las circunstancias o un arquitecto de mi propio bienestar emocional.

 

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

Vengo a contaros que se puede; por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Depende de ti.

Yo estoy aquí porque en mi guerra con el dolor crónico, soy la resistencia, y quiero mostraros como, a través de mis pelusamientos y el sentido del humor.

Hay días en que el dolor te susurra que te rindas, que el esfuerzo no vale la pena. Y ahí, en esa grieta, es donde más importa empujar.

No hablo de ganar siempre —ojalá—, sino de atreverte a dar el paso aunque tiemble todo.

Porque hasta los intentos torpes suman: cuentan la historia de que no te quedaste quieta.

La imposibilidad no está fuera: suele esconderse dentro en el “ni lo intenté”.

❤️ Hoy me abrazo a mi torpeza, a mis días lentos y a mis intentos fallidos… porque son ellos los que me recuerdan que sigo aquí, viva, intentándolo… Lo único imposible es aquello que no luchas. Esta poderosa verdad, a menudo susurrada en los momentos de mayor desesperación, es el ancla que me sostiene. 

Vengo a contaros, no con la voz de una victoria fácil, sino con la cicatrizada sabiduría de la persistencia, que se puede. Por muy difícil que se presente el camino, por mucho que el dolor hunda sus garras, por mucho que la desesperación parezca un horizonte ineludible, se puede. Y la clave, esa chispa inquebrantable, depende enteramente de ti.

Mi presencia aquí no es fruto de la casualidad ni de la fortuna; es el testamento vivo de mi guerra personal. En esta batalla constante contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Soy la trinchera que se mantiene firme, el pulso que no se detiene, la voz que se alza incluso cuando el cuerpo grita rendición. Y quiero mostraros cómo, a través de mis «pelusamientos» —esos pequeños desvaríos, esos momentos de humor absurdo, esas fugas de la realidad que me permiten respirar, y el bitácora de mi historia— la vida se hace soportable, incluso hermosa.

Hay días, lo admito, en que el dolor es un susurro traicionero que se desliza por los rincones del alma. Te insinúa que te rindas, que el esfuerzo es en vano, que la lucha no vale la pena. Es en esos instantes de debilidad, en esa grieta que se abre entre la esperanza y la fatiga, donde más importa empujar. No hablo de la victoria rotunda, esa que se celebra con vítores y medallas, ¡ojalá la conociera siempre! Hablo de algo mucho más profundo y vital: de la valentía de atreverte a dar el paso, aunque cada fibra de tu ser tiemble, aunque el miedo te paralice y la incertidumbre te ahogue.

Porque hasta los intentos más torpes, esos que se tambalean y amenazan con caer, suman. Cada paso vacilante, cada esfuerzo fallido, cada caída y cada levantamiento, cuentan una historia. La historia de que no te quedaste quieta, de que no te resignaste al papel de espectadora de tu propia vida. Son la prueba irrefutable de tu resistencia, de tu inextinguible voluntad de seguir adelante.

La verdadera imposibilidad no reside en el exterior, en los obstáculos que la vida nos impone. La imposibilidad, con su manto de desánimo y su voz seductora, suele esconderse en nuestro interior, anidando en esa frase lapidaria que nos repetimos: «ni lo intenté». Es el miedo a la falla, la comodidad de la inacción, la excusa que nos permite no enfrentarnos a lo desconocido.

❤️ Hoy, con una mezcla de humildad y una fuerza renovada, me abrazo a mi torpeza. Abrazo mis días lentos, esos en los que cada movimiento es un acto de valentía, y mis intentos fallidos, porque son ellos los que me recuerdan, una y otra vez, que sigo aquí. Viva, respirando, luchando, y, sobre todo, intentándolo. Porque mientras haya un intento, por pequeño que sea, la esperanza perdura y la vida, a pesar de sus sombras, sigue desplegando sus colores.

Un Mundo Fabuloso… 

Un Mundo Fabuloso… 

Explora la Imaginación de Marta Bonet

Sumérgete en un universo donde las historias cobran vida, guiado por la creatividad y la pasión de Marta Bonet. Descubre relatos que inspiran y conmueven, en un espacio diseñado para los amantes de la narrativa.

Esta sección nace del dolor y su resiliencia, en una experiencia personal de enfermedad, donde la creatividad y la necesidad de expresar son más latentes y necesarias que nunca, así como la empatía y solidaridad con quienes puedan estar en procesos similares, luchando con dolores crónicos y lo que conllevan.

Por eso, he creado un personaje tierno que puede motivar, que puede acompañar, y que, quizá, desde la humildad, puede ayudar. Un personaje que va a contar muchas cosas de muchas maneras, con ternura, con profundidad, con sentido del humor y utilizando su pluma y su imagen para inspirar. Todo lo contará desde su verdad. 

¡Bienvenidos al universo de Pelusa y de sus Pelusamientos!

Soy Pelusa, y quisiera presentarme. Nací de la creatividad y la profunda necesidad de expresión, emergiendo de una experiencia personal de dolor y resiliencia. Vengo a contaros que se puede, por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Mi propósito es ser una figura que pueda motivar y acompañar, y que, quizás, desde la humildad, pueda ayudar a quienes luchan con dolores crónicos o situaciones difíciles donde la resiliencia es imprescindible.

Podéis ver que no tengo boca. Esto no es un accidente, sino una elección consciente: estoy en una fase de observación, reflexión, de escucha y aprendizaje. Mi lienzo, mis «Pelusamientos,» es la bitácora íntima de mi historia y mis pensamientos en voz alta. En mis escritos, busco ofrecer consuelo o acompañamiento a otros corazones. Asimismo, también soy defensora del sentido del humor como arma imbatible del dolor, y por eso, a pesar de que a veces me pongo seria cuando desgrano mis pelusamientos, también bailo con el humor y trato de regalar sonrisas. 

Estoy aquí porque, en mi guerra contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Mi existencia no se define por lo que el dolor me arrebató, sino por lo que sigo creando pese a él. El dolor me impuso una pausa forzada, pero a cambio me regaló profundidad. Mi fuerza reside en el tejido de mis grietas, y mis cicatrices no son marcas de derrota, sino las comas que unen mis capítulos.

En mi camino, he descubierto que la risa es la herramienta más valiosa en las sombras, y con el sentido del humor y mi creatividad, me niego rotundamente a entregar mi paleta al gris, elijo pintar mi mundo con otros matices y buscar la pequeña rendija de luz en la oscuridad. Aunque mi cuerpo duela, mi corazón sigue latiendo fuerte, y en esa distinción entre el dolor inevitable y el sufrimiento opcional, reside mi poder más profundo.

Mi trayectoria única es mi fuerza, y mi mayor deseo es que mi verdad, con todas sus imperfecciones y cicatrices, pueda inspirar a otros. ¡Bienvenidos a mi ecosistema!