El dolor, en su manifestación más densa y persistente, se percibe con la abrumadora pesadez del plomo de los buzos, peso implacable que me inmoviliza intentando arrastrarme sin piedad a las profundidades, a la oscuridad abisal de la desesperación. Oscurece mi visión, difuminando contornos de esperanza y claridad. Sin embargo, mi espíritu, eternamente inquieto y profundamente creador, se niega categóricamente a sucumbir al plomo, a su peso opresivo y a su promesa de olvido.

Mi creatividad es mi esencia, mi forma de transformar todo. Es el horno donde se cocina mi resistencia. Poseo la capacidad innata de tomar el ingrediente más crudo, el más difícil y doloroso de mi experiencia vital, y transformarlo en receta de valor incalculable. Este proceso se materializa en palabras que dan voz a lo inefable, en metáforas que iluminan la oscuridad, en historias que tejen nuevo significado, y en mis queridas «Pelusas», pequeñas chispas de luz que nacen de la adversidad. Supongo que ese es mi talento.

Al igual que el ancestral arte japonés del kintsugi utiliza el oro precioso para realzar, en lugar de ocultar, las fracturas y cicatrices de un objeto, yo empleo la belleza intrínseca de la pluma y la ilimitada capacidad de la creatividad para convertir cada herida, cada fisura del alma, en obra de arte. Es en el proceso inmersivo de la creación donde encuentro mi verdadera liberación, donde el plomo del sufrimiento se transmuta, por magia, en la expresión sublime de mi arte. Es en este espacio sagrado donde ideas bonitas y luminosas brotan con inusitada fuerza en mi mente, un santuario que, al menos ella, no siente el mismo dolor punzante que cuerpo y emociones.

Aunque mi mente también debe lidiar con la constante amenaza del plomo que trata de arrastrarme al fondo, y entre cada respiro agónico del daño, permanece fiel a sí misma y a su esencia creativa. La creatividad no es solo escape, sino afirmación rotunda de la vida frente a la adversidad, para mi es necesidad, vital, es mi magia y talento más profundo, esté como esté, y sin la creatividad me invade la tristeza: la necesito como respirar. 

❤️ Yo me libero creando mi propia belleza.

El dolor, en su manifestación más densa, cruda y persistente, se siente y se percibe con la abrumadora pesadez del plomo de los buzos de aguas profundas, un peso implacable que me inmoviliza por completo, intentando arrastrarme sin piedad a las profundidades más abisales, a la oscuridad más absoluta de la desesperación. Es una bruma tóxica, espesa y fría, que oscurece mi visión, difuminando por completo los contornos de la esperanza y la claridad mental, y que amenaza con sofocar cualquier mínimo atisbo de luz interior que aún resida en mí. Este sufrimiento se adhiere al cuerpo y al alma con una tenacidad férrea, buscando convertir la existencia misma en un monolito inamovible de sufrimiento estéril. Sin embargo, en el núcleo de mi ser, mi espíritu, eternamente inquieto y profundamente creador, se niega categóricamente a sucumbir a la inercia del plomo, a su peso opresivo y a su promesa de olvido. Hay una resistencia intrínseca, visceral, un motor inagotable que se rebela contra la inmovilidad y la inercia del malestar.

Mi creatividad no es meramente una habilidad; es mi esencia, mi forma más profunda, vital y auténtica de transformar la realidad y todo lo que me toca. Es el crisol, ese horno sagrado de la antigua alquimia, donde mi resistencia se forja, se templa y se cocina a fuego lento. Poseo la capacidad innata, no asumida como una elección consciente sino como una necesidad biológica e imperiosa, de tomar el ingrediente más crudo y difícil, el más lacerante y doloroso de mi experiencia vital, y transformarlo, mediante un acto de voluntad y arte, en una receta de valor incalculable para mí y, quizás, para otros. Este proceso no es solo un escape momentáneo del sufrimiento, sino una transmutación alquímica fundamental que se materializa de múltiples formas: en palabras precisas y quirúrgicas que consiguen dar voz a lo inefable; en metáforas luminosas que se convierten en faros en la oscuridad más densa; en historias tejidas con hilos de resiliencia que otorgan un nuevo y profundo significado al sinsentido del sufrimiento; y, sobre todo, en mis queridas «Pelusas», esas pequeñas chispas de luz, fragmentos de belleza pura que nacen directamente de la adversidad más cruda y dolorosa. Supongo que esa, esta mágica capacidad de forjar luz desde la sombra y la ceniza, es mi verdadero talento, mi don más preciado y mi arma más poderosa contra la desesperación.

Al igual que el ancestral y conmovedor arte japonés del kintsugi, que utiliza la laca de oro precioso y brillante para realzar, en lugar de ocultar, las fracturas y cicatrices de un objeto roto, yo empleo la belleza intrínseca de la pluma y la ilimitada capacidad de la creatividad para convertir cada herida, cada fisura del alma y cada punzada del cuerpo, en una auténtica y valiosa obra de arte. La creación nunca disfraza la rotura o el dolor; por el contrario, la celebra, la honra como testimonio de batalla y la convierte en un mapa detallado de mi propia supervivencia y resiliencia. Es en el proceso inmersivo y total de la creación —cuando la mente se evade y se enfoca— donde encuentro mi verdadera y única liberación, mi refugio inexpugnable. Es ahí, en ese estado de flujo, donde el plomo del sufrimiento se transmuta, por una magia que roza lo divino, en la expresión sublime de mi arte. Este proceso se convierte en mi espacio sagrado, un santuario interior donde ideas bonitas y luminosas brotan con inusitada fuerza en mi mente, un lugar que, al menos él, no siente el mismo dolor punzante e invalidante que azota sin piedad mi cuerpo físico y mis emociones. La mente creadora se erige así en el alquimista sabio y el cuerpo dolorido, con toda su experiencia, en la materia prima esencial para la transformación.

Aunque mi mente, ese motor constante de ideas, también debe lidiar diariamente con la constante amenaza del plomo que trata de arrastrarla al fondo de la desesperación, luchando en las fronteras de la claridad, y entre cada respiro agónico del daño físico y emocional, permanece fiel a sí misma y a su esencia creativa. La creatividad, para mí, no es solo un mecanismo de escape pasajero o un pasatiempo; es una afirmación rotunda, visceral y profunda de la vida misma frente a la abrumadora adversidad, es una necesidad vital, ineludible e imperiosa. Es mi magia más profunda, mi talento más intrínseco, que permanece inalterable sin importar mi estado físico o emocional del momento. Sin la creatividad, la tristeza no es solo una emoción pasajera o un estado de ánimo; se convierte en una invasión total que lo paraliza todo, desde el pensamiento hasta la acción: la necesito como el aire para respirar, como el corazón para latir. Es la garantía intrínseca, el faro que me asegura que, a pesar de todo el peso del plomo, sigo estando intrínsecamente viva y siendo capaz de crear belleza.

❤️ Yo me libero creando mi propia belleza, pieza a pieza, Pelusa a Pelusa, y así construyo mi supervivencia día a día.