Mi escritura es un arma de doble filo. Me hiere al exponer mi verdad, porque la transparencia me hace vulnerable. Pero a la vez, me libera.

Al usar la prosa poética para vomitar mis emociones, suelto el dolor y transformo el sufrimiento en, lo que a mí humildemente me parece arte. La pluma es mi medicina, mi forma de dar a luz a mi nueva identidad. Cada palabra que trazo es una exposición cruda y honesta de mi misma, un acto de escritura que me confronta con mi propia verdad. Esta transparencia, aunque necesaria, me envuelve en una profunda vulnerabilidad, abriendo heridas que, de otro modo, permanecerían ocultas.

Sin embargo, en este mismo acto de autoexposición reside mi más profunda liberación. La escritura se convierte en el cauce a través del cual cuento mis emociones, mis miedos más íntimos y mis dolores más punzantes. Al transformar este torrente de sufrimiento en un diario público, suelto las amarras que me atan, permitiendo que el dolor se disipe y se convierta en algo bello y tangible.

Las palabras, en mis manos, son más que un simple instrumento; son mi medicina, mi bálsamo, y siempre lo han sido, desde los infinitos diarios cuando era niña. Es el medio por el cual doy a luz mi identidad, y una versión de mí misma que emerge fortalecida y resiliente de cada experiencia. Cada texto es un renacimiento, una afirmación de mi capacidad para sanar y para encontrar belleza incluso en las profundidades del sufrimiento. Es mi voz, mi refugio y mi eterna metamorfosis.

❤️ Yo me doy el lujo de sangrar mi verdad con tinta

Mi escritura es, en esencia, la encarnación de una paradoja. Es un arma de doble filo, afilada en ambos extremos: uno para cortar y el otro para suturar. Se erige como un instrumento de inmenso poder creativo y destructivo, pero, sobre todo, funciona como un espejo implacable que, al sostenerlo frente a mi alma, me devuelve mi reflejo más crudo, sin adornos ni piedad.

Esta confrontación es, invariablemente, dolorosa. Me hiere profundamente al obligarme a desmantelar las estructuras defensivas y a exponer mi verdad más íntima sin el barniz de la cortesía social o la autocomplacencia. Esta transparencia radical, que busco y persigo con fervor casi religioso, me sitúa en un estado de vulnerabilidad perpetua. Cada sílaba que trazo sobre el papel o la pantalla no es solo tinta; es una hendidura en la armadura que la vida me ha obligado a construir, un acto de fe arrojado al abismo de la autoexposición. Escribir es un descenso a mis propias profundidades, un viaje sin garantías de retorno indemne.

Pero es precisamente en ese acto de desnudamiento, en el instante exacto en que me reconozco despojada de todo artificio, donde reside la posibilidad de mi más profunda y anhelada liberación. El dolor de la verdad es el precio de la libertad del alma.La Alquimia del Dolor: De la Sombra al Arte Resiliente

La elección de la prosa poética no es casual, sino una necesidad intrínseca del proceso. Es el lenguaje que busca la belleza y el ritmo incluso en la más densa de las sombras, y por ello, se convierte en el vehículo perfecto para la catarsis. No se trata de una simple descripción de sentimientos superficiales; es una expulsión visceral, un vómito espiritual y absolutamente necesario. La escritura se vuelve la esclusa que permite soltar el dolor acumulado, dejarlo fluir sin resistencia desde las entrañas del alma hasta la fría blancura de la página.

Es en esta transferencia donde ocurre la alquimia: transformar el sufrimiento más punzante, aquello que quema y anula, en lo que, con toda humildad, me atrevo a llamar arte. La pluma deja de ser solo un medio para convertirse en mi medicina. Es el bisturí que incide con precisión quirúrgica, cortando lo infectado, lo que me detiene, y a la vez, es el hilo de sutura que cose y sella la herida, permitiendo que el tejido cicatricial sea más fuerte que la piel original.

Cada palabra trazada es, por tanto, una exposición cruda y honesta de mí misma. Es un acto de escritura que me confronta sin concesiones con mi propia verdad, obligándome a mirar de frente aquellos miedos, complejos y dolores enquistados que, de otro modo, la inercia del día a día, la velocidad de la supervivencia, mantendría cuidadosamente ocultos bajo capas y capas de negación y autoengaño. Esta vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, se convierte en la única carga pesada, pero absolutamente esencial, para iniciar el verdadero proceso de sanación y crecimiento.El Diario Público y el Renacimiento Constante

En este proceso de autoexposición, la escritura se transforma en el cauce torrencial a través del cual fluyen, sin control aparente, mis emociones, mis miedos más íntimos y mis dolores más punzantes, aquellos que se alojan y parasitan en el rincón más oscuro y olvidado del alma. Al dar forma a este torrente de sufrimiento y transformarlo en un diario que no solo es personal sino que, con frecuencia, decido hacerlo público, suelto las amarras invisibles que me atan al pasado y a la experiencia traumática. La publicación es el último eslabón de la liberación, el acto de soltar para que el mundo sea testigo y, al mismo tiempo, el contenedor de mi dolor.

Permitir que el dolor se disipe, que se convierta en algo bello, tangible y duradero –una obra, un texto con resonancia– es la máxima expresión de mi alquimia personal. Es el intento consciente de encontrar un significado trascendente a aquello que, en su momento, pareció querer destruirme.

Las palabras, en mis manos, son mucho más que un simple instrumento de comunicación o una herramienta literaria; son mi bálsamo sanador, el ungüento que calma la fiebre y la quemadura. Y siempre lo han sido, desde aquellos infinitos diarios garabateados con letra infantil, cuando el mundo exterior se sentía demasiado grande y hostil. La escritura es el medio supremo por el cual doy a luz una nueva identidad, una versión de mí misma que emerge fortalecida, profundamente resiliente y, crucialmente, más sabia de cada experiencia vivida, por oscura que esta fuera.

Cada texto que finalizo no es meramente una pieza literaria; es un renacimiento en tiempo real. Es la afirmación constante e inquebrantable de mi capacidad intrínseca para sanar, para reconfigurarme, para encontrar la luz y la belleza sutil incluso en las profundidades más oscuras del sufrimiento humano. Es mi voz inconfundible, mi refugio inexpugnable ante el caos y el testimonio vivo de mi eterna metamorfosis. Es, en última instancia, el compromiso inquebrantable de honrar cada ápice de mi experiencia, por difícil que haya sido narrarla.

❤️ Yo me doy el lujo de sangrar mi verdad con tinta y convertir la herida en mi máxima expresión de vida.