La vida con dolor crónico y enfermedad es navegar en aguas turbulentas. Hay momentos en que el pesimismo amenaza con hundirme, el abismo de la autocompasión me llama con su voz seductora y peligrosa. Pero mi salvación, mi ancla en la tempestad, es un objeto ligero y flotante: el sentido del humor. Me lo pongo sin pensar, casi por instinto, como quien se agarra a una tabla en medio del naufragio. Me río de mis propias torpezas, de la absurdidad de la situación, de la ironía del destino que a veces parece tener un guion escrito por un dramaturgo cruel.
No es que la amenaza del dolor y la desesperación desaparezcan. Las olas de la enfermedad siguen azotando la embarcación de mi cuerpo. Pero el humor me mantiene a flote, me permite respirar cuando siento que me ahogo, y me devuelve la perspectiva necesaria para no perder la cabeza. Es como un paraguas que, aunque no detenga la lluvia, me protege de la tormenta más fuerte.
Reírse y hacer reír, empezando por reírme de mí misma, para mí es un acto de resistencia vital. Es la prueba tangible de que, aunque el cuerpo duela y se doblegue bajo el peso de la enfermedad, el espíritu se niega a ahogarse, a rendirse. Es un grito silencioso de rebeldía, una declaración de que, a pesar de todo, la vida sigue valiendo la pena, y que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para una carcajada, para un guiño cómplice al absurdo de la existencia. Es mi armadura más efectiva contra la desesperación, mi arma secreta para enfrentar cada día con un ápice de luz y esperanza. El humor inteligente es mi chaleco salvavidas y el humor absurdo, mi flotador, y trato siempre de tener dibujada una sonrisa.
❤️ Yo floto en las olas con una carcajada.
La existencia, para quienes navegamos las procelosas aguas del dolor crónico y la enfermedad persistente, se convierte en una odisea ininterrumpida. No son los apacibles lagos de la bonanza, sino un vasto y tumultuoso océano donde la incertidumbre es una bruma constante y el sufrimiento, una corriente subterránea que amenaza con arrastrar. En este periplo, hay simas de oscuridad casi insondable, momentos en los que el pesimismo, cual criatura abisal, emerge con su fauce abierta, dispuesto a engullir cada atisbo de esperanza y hundirme en las más gélidas profundidades. El abismo de la autocompasión, con su voz meliflua y seductora, susurra promesas de una paz ilusoria en la rendición, de un dulce abandono a la desesperación más profunda.
Pero en el epicentro de esta perpetua tempestad, mi ancla, mi refugio inexpugnable, se materializa en un objeto sorprendentemente etéreo y boyante: el sentido del humor. Me lo ciño sin vacilación, con la premura y el instinto primario con que un náufrago se aferra a la única tabla disponible en medio del naufragio más desolador. Me río, no como un autómata, sino con una risa genuina que brota del reconocimiento de mis propias torpezas, de la absurdidad palmaria de ciertas situaciones cotidianas, y de la ironía a veces cruel del destino, que en ocasiones parece orquestado por un dramaturgo con un gusto macabro por el giro inesperado y grotesco.
Esta risa no es una negación pueril de la realidad; no implica que la amenaza latente del dolor y la desesperación se disuelvan por arte de magia. Las olas implacables de la enfermedad continúan azotando sin piedad la frágil embarcación de mi cuerpo, haciendo que sus maderos crujan y se bamboleen peligrosamente. Sin embargo, el humor actúa como una fuerza invisible, una especie de escudo energético que me mantiene a flote, una burbuja de aire puro que me permite respirar cuando siento que la asfixia es inminente. Me devuelve esa perspectiva vital, ese distanciamiento cognitivo tan necesario que evita que pierda la cabeza, que me sumerja por completo en la vorágine del sufrimiento. Es como un paraguas resistente, una robusta sombrilla que, si bien no tiene el poder de detener la lluvia implacable de la adversidad, sí me ofrece un refugio invaluable contra la tormenta más furiosa, impidiendo que sus embates me empapen hasta los huesos del alma, preservando mi esencia.
Para mí, reír y procurar la risa en los demás, comenzando por la capacidad de reírme con benevolencia de mí misma, es mucho más que una simple reacción fisiológica; es un acto de resistencia vital en su forma más pura y desafiante. Es la prueba tangible, una evidencia innegable, de que, aunque el cuerpo duela, se doblegue y se resquebraje bajo el peso aplastante de la enfermedad, el espíritu se niega rotundamente a ahogarse, a rendirse. Es un grito silencioso pero potente de rebeldía, una declaración audaz y desafiante que proclama que, a pesar de todo el sufrimiento inherente a la condición humana, la vida sigue valiendo la pena ser vivida en toda su plenitud. Proclama que, incluso en los rincones más oscuros y desoladores de la existencia, siempre hay un espacio, por mínimo que sea, para una carcajada liberadora, para un guiño cómplice al absurdo inherente que impregna la vida misma.
Este humor, ya sea inteligente y perspicaz o irreverente y absurdo, es mi armadura más efectiva contra la desesperación que acecha en cada esquina, mi arma secreta, forjada en la fragua incandescente de la resiliencia, para enfrentar cada nuevo día con un ápice de luz renovada y una chispa inquebrantable de esperanza. El humor inteligente, con su agudeza y su capacidad de ver más allá de lo evidente, es mi chaleco salvavidas principal, el que me sostiene firmemente en las profundidades de la reflexión. Y el humor absurdo, con su ligereza inherente y su capacidad de descontextualizar las situaciones más graves, es mi flotador individual, el que me permite mantener la cabeza fuera del agua en los momentos más difíciles y claustrofóbicos. Mi meta, mi pequeño gran desafío diario y constante, es mantener siempre dibujada una sonrisa en mis labios, un gesto que, para mí, simboliza la victoria inalienable del espíritu sobre la adversidad.
❤️ Yo floto en las olas incesantes de la vida, incluso en las más turbulentas y amenazantes, impulsada por la fuerza incontrolable e incontenible de una carcajada que resuena, vibrante y llena de vida, en el corazón del universo.