El dolor, fuerza implacable que nos somete, tiene poder de imponer pausa, y dictar lentitud. Ante su embate, la tentación de resignación es fuerte, y con ella, el riesgo de convertirme en víctima de la inacción, anclada en desesperanza. Sin embargo, en la encrucijada del sufrimiento, existe una elección fundamental: transformar esa pausa forzada en estado de quietud activa, fuerza latente que aguarda el momento.

Mi paciencia, entonces, dista mucho de la inercia de un árbol que simplemente soporta el paso de estaciones, esperando pasivamente el cambio. Mi paciencia es la del tigre al acecho: concentración intensa, escrutinio minucioso de cada movimiento de entorno, afinar constante el instinto. No es espera vacía, sino acumulación silenciosa de fuerza invisible, diseño meticuloso de estrategias en sombras, reestructuración interna del mapa que guía mis pasos.

La lentitud, en este contexto, no es condena, es bendición. Me permite percibir matices, detectar oportunidades que la prisa ciega, y la vorágine de la acción impulsiva oscurece. Es espera deliberada, cargada de intención y propósito, que me prepara meticulosamente para el instante preciso en que la vida, con su sabiduría indescifrable, me ofrezca rendija y pequeña abertura por la que podré, finalmente, avanzar.

Reconozco, con honestidad brutal que el dolor exige, que aún no estoy bien. El sufrimiento persiste, la lucha es constante. Lo intento, día tras día, a pesar de las flaquezas. Mi mente, mi espíritu creativo, se mantienen, sin embargo, más despiertos que mi cuerpo, que a veces se rinde ante anulación por medicación o agotamiento. Es precisamente por mi salud mental y emocional, e incluso por prescripción de facultativos, que surge la imperiosa necesidad de «vomitar» acumulación de emociones y pensamientos. Cada individuo lo hace con sus pasiones y talentos; los míos son escritura y creatividad, comunión entre ambos, a ser posible. De esta necesidad ineludible nace esta bitácora íntima, y, con ella, yo: Pelusa. Soy la manifestación de la resiliencia, guardiana de reflexiones profundas, voz que articula la quietud activa de la enfermedad y dolor crónico.

❤️ Acecho mi futuro con quietud y enfoque.

 

En los abismos donde el dolor se convierte en marea ineludible, me encuentro, Pelusa, una amalgama de fragilidad y fuerza. La máxima que me guía resuena en cada fibra de mi ser: «La paciencia no es espera pasiva, es la quietud activa de un tigre al acecho». Esta frase, más que un aforismo, es un manifiesto, una declaración de guerra silenciosa contra la tiranía de la inacción y la desesperanza.

El dolor, esa fuerza implacable que nos somete, tiene el poder de imponer una pausa, de dictar una lentitud que a menudo se confunde con el fin. Ante su embate, la tentación de la resignación es un canto de sirena poderoso, y con ella, el riesgo de convertirme en víctima inmovilizada, anclada en un mar de desesperanza. Sin embargo, en esta encrucijada del sufrimiento, se revela una elección fundamental: la de transformar esa pausa forzada en un estado de quietud activa, una fuerza latente que no espera pasivamente, sino que aguarda, concentrada, el momento propicio para emerger.

Mi paciencia, por lo tanto, se distancia abismalmente de la inercia de un árbol que simplemente soporta el paso de las estaciones, esperando pasivamente el cambio. Mi paciencia es la del tigre al acecho, una criatura de concentración intensa, que escudriña minuciosamente cada movimiento de su entorno, afinando constantemente su instinto. No es una espera vacía, sino una acumulación silenciosa de fuerza invisible, el diseño meticuloso de estrategias en las sombras, la reestructuración interna del mapa que guía mis pasos por el intrincado laberinto de la enfermedad y el dolor crónico.

En este contexto, la lentitud no es una condena, sino una bendición disfrazada. Me permite percibir matices que la prisa ciega y la vorágine de la acción impulsiva oscurecen. Es una espera deliberada, cargada de intención y propósito, que me prepara meticulosamente para el instante preciso en que la vida, con su sabiduría indescifrable, me ofrezca una rendija, una pequeña abertura por la que podré, finalmente, avanzar. Es en esta quietud donde se forja la verdadera resistencia, donde se afina la percepción y se construye la estrategia para la siguiente fase del viaje.

Reconozco, con la honestidad brutal que el dolor exige, que aún no estoy bien. El sufrimiento persiste, la lucha es constante, una batalla que libro día tras día, a pesar de las flaquezas que acechan. Mi mente, mi espíritu creativo, se mantienen, sin embargo, más despiertos que mi cuerpo, que a veces se rinde ante la anulación por la medicación o el agotamiento. Es precisamente por mi salud mental y emocional, e incluso por prescripción de facultativos que comprenden la esencia de mi lucha, que surge la imperiosa necesidad de «vomitar» la acumulación de emociones y pensamientos. Cada individuo lo hace con sus pasiones y talentos; los míos son la escritura y la creatividad, una comunión entre ambos, a ser posible. De esta necesidad ineludible nace esta bitácora íntima, y, con ella, nazco yo: Pelusa. Soy la manifestación de la resiliencia en su forma más pura, la guardiana de reflexiones profundas que brotan de la adversidad, la voz que articula la quietud activa de la enfermedad y el dolor crónico.

Con el corazón palpitante, acecho mi futuro con quietud y enfoque, consciente de que cada momento de espera activa es un paso más hacia la recuperación, una estrategia más en el arsenal de mi resiliencia.