La experiencia del sufrimiento me ha convertido en una examinadora implacable.

Ya no acepto verdades ajenas como dogmas inmutables, sino que lo cuestiono y filtro todo, tratando de saber qué pesa con valor de la verdad y qué carece de sustancia real.

Mi nueva visión es escéptica, sí, pero profundamente sabia, cimentada en la amarga escuela de la adversidad.

En un mundo saturado de voces, donde todo el mundo aconseja, todo el mundo se erige en profeta y todos creen saber qué hacer, la realidad es que no se puede hacer caso de todo lo que te dicen sin caer en locura.

Por supuesto, el consejo es a menudo bienintencionado, de buena fe de quienes nos rodean, sin embargo, una verdad ineludible es que muchos de esos consejeros no han vivido ni residen en el dolor y sufrimiento de la misma manera que una. La profundidad de la herida, la persistencia de la aflicción, otorgan una perspectiva que no se aprende en libros ni se transmite en palabras.

Además, si una se propusiera aplicar cada uno de los consejos de salud que le prodiga el mundo entero, la vida se convertiría en una carrera frenética e inalcanzable.

No habría tiempo ni energía suficientes para seguir cada dieta milagrosa, cada rutina de ejercicios, cada técnica de relajación… Tampoco la economía personal, a menudo ya mermada por las circunstancias, podría soportar la adquisición de tantos remedios saludables, pociones de bruja, claves de éxito que prometen la felicidad instantánea o planes milagrosos que rara vez cumplen lo que aseguran.

Esta nueva perspectiva, nacida del crisol del sufrimiento, me ha enseñado a discernir. Me ha otorgado la capacidad de escuchar con atención, pero también de evaluar con rigor, de tomar lo que resuena con mi propia verdad (y mi red de apoyo profesional) y de descartar lo que se siente ajeno.

Es una libertad conquistada, la de elegir mi propio camino, informada por experiencia y guiada por una sabiduría que, aunque forjada en el dolor, se ha convertido en mi brújula más fiable. El escepticismo, lejos de ser una actitud negativa, es para mí herramienta de supervivencia y camino hacia una comprensión más profunda y auténtica de la existencia.

❤️ Yo soy dudacionista

La experiencia del sufrimiento me ha transformado radicalmente, convirtiéndome en una examinadora implacable de la vida. Aquellas verdades que antes aceptaba ciegamente como dogmas inmutables, ahora son sometidas a un riguroso escrutinio. Cuestiono y filtro cada creencia, cada aseveración, tratando de discernir qué posee el valor de la verdad genuina y qué, en cambio, carece de sustancia real.

Esta nueva visión, aunque escéptica, es profundamente sabia, forjada en la amarga escuela de la adversidad. En un mundo saturado de voces, donde todos parecen erigirse en profetas y consejeros, la realidad me ha enseñado que no es posible ni saludable atender a cada sugerencia sin caer en una profunda confusión o incluso la locura.

Reconozco que el consejo suele estar bienintencionado, emanando de la buena fe de quienes nos rodean. Sin embargo, una verdad ineludible es que muchos de esos consejeros no han vivido ni residen en el dolor y el sufrimiento de la misma manera que una. La profundidad de la herida, la persistencia de la aflicción, otorgan una perspectiva que no se aprende en libros ni se transmite fácilmente con palabras. Es una sabiduría visceral, adquirida a través de la propia vivencia, que dota de una comprensión única de la existencia.

Además, si una se propusiera aplicar cada uno de los consejos de salud, bienestar o éxito que le prodiga el mundo entero, la vida se convertiría en una carrera frenética, inalcanzable y, en última instancia, agotadora. No habría tiempo ni energía suficientes para seguir cada dieta milagrosa, cada rutina de ejercicios exhaustiva, cada técnica de relajación de moda o cada gurú espiritual. Tampoco la economía personal, a menudo ya mermada por las circunstancias adversas, podría soportar la adquisición de tantos remedios saludables, «pócimas de bruja» para la felicidad instantánea, claves de éxito que prometen riquezas fáciles o planes milagrosos que rara vez cumplen lo que aseguran. La búsqueda incesante de soluciones externas puede llevar a un ciclo de frustración y desesperanza.

Esta nueva perspectiva, nacida del crisol del sufrimiento, me ha enseñado a discernir con una agudeza renovada. Me ha otorgado la capacidad de escuchar con atención y empatía, pero también de evaluar con rigor y sensatez. Ahora sé cómo tomar aquello que resuena con mi propia verdad interior, apoyada además por mi red de apoyo profesional y de confianza, y descartar lo que se siente ajeno, impostado o irreal.

Es una libertad conquistada, la de elegir mi propio camino, informada por la experiencia vivida y guiada por una sabiduría que, aunque forjada en el dolor más profundo, se ha convertido en mi brújula más fiable. El escepticismo, lejos de ser una actitud negativa o de mero rechazo, es para mí una herramienta de supervivencia indispensable y un camino hacia una comprensión más profunda y auténtica de la existencia humana.

❤️ Yo soy dudacionista y en la duda encuentro mi paz y mi fuerza porque me cuestiono cosas.