La dureza del dolor invita a cerrarse, hacerse bichobola, ponerse coraza, pero yo elijo resistir con un arma más potente y sutil: la ternura.

Es una elección consciente, un acto de rebeldía frente a la brutalidad de la herida.

En un mundo que a menudo glorifica la fortaleza impasible y la invulnerabilidad, yo me permito la suavidad como mi más profunda expresión de poder.

La ternura hacia mí misma no es debilidad, sino un anclaje. Sostiene lo que tiembla en mi interior, esa fragilidad inherente a la experiencia humana que el dolor amenaza con pulverizar.

Es el abrazo invisible que envuelve mis fisuras emocionales, impidiendo que la presión externa o la angustia interna las conviertan en fractura total.

Cada gesto de amabilidad, cada pensamiento compasivo dirigido a mi propio ser, actúa como un bálsamo que calma la inflamación del alma.

Yo me trato con suavidad para no romperme. Esta es una verdad fundamental que he aprendido a honrar.

La autoexigencia implacable, la crítica mordaz o el desprecio hacia mis propias heridas solo acelerarían el colapso. En cambio, opto por la delicadeza, por el entendimiento. Comprendo que, al igual que un junco se dobla con el viento para no partirse, yo también necesito flexibilidad y compasión para transitar las tormentas.

La ternura es, en esencia, un acto de preservación, un compromiso inquebrantable con mi propia integridad en medio de la adversidad. Es mi refugio, mi sanación y mi más valiente declaración de amor propio.

❤️ Yo, quiero ser una magdalena

En la palestra de la existencia, donde el dolor nos incita a construir fortalezas inexpugnables, a mutar en erizos acorazados, he elegido una forma de resistencia singular, infinitamente más poderosa y sutil: la ternura. Esta elección no es un capricho fugaz, sino una declaración de principios, un acto de rebelión consciente y un desafío frontal a la brutalidad inherente a la herida. Es la negación rotunda a endurecerme, a permitir que el mundo me despoje de mi esencia más humana.

En una sociedad que con frecuencia glorifica la fortaleza impasible, que eleva la invulnerabilidad a la cúspide del ser, me concedo la gracia de la suavidad. La considero mi expresión más genuina de poder, una fuente de resiliencia inagotable. La ternura hacia mí misma no es una muestra de debilidad, sino un anclaje inquebrantable que me sostiene. Es el cimiento que soporta cada fibra temblorosa de mi ser, esa fragilidad intrínseca a la experiencia humana que el dolor, en su afán destructivo, amenaza con pulverizar. Es el recordatorio constante de que, a pesar de las cicatrices, sigo siendo merecedora de amor y cuidado, especialmente de mi propio amor.

La ternura es el abrazo invisible que envuelve mis fisuras emocionales, impidiendo que la presión externa o la angustia interna las conviertan en una fractura total. Es el bálsamo que calma la inflamación del alma, el ungüento que mitiga el ardor de las heridas internas. Cada gesto de amabilidad, cada pensamiento compasivo dirigido a mi propio ser, se convierte en un acto de sanación. Es como aplicar una capa protectora sobre una herida abierta, permitiendo que respire y se cure a su propio ritmo, sin ser expuesta a las inclemencias de la autocrítica o el juicio.

Me trato con suavidad para no romperme. Esta es una verdad fundamental, grabada a fuego en el alma a fuerza de caídas estrepitosas y levantadas heroicas, una máxima que he llegado a honrar como un credo personal. La autoexigencia implacable, la crítica mordaz, el desprecio hacia mis propias heridas, solo acelerarían el colapso. Son como intentar curar una herida con sal, infligiéndome un dolor mayor y obstaculizando cualquier posibilidad de recuperación. En su lugar, elijo la delicadeza, la comprensión profunda, la paciencia infinita. Entiendo que, al igual que un junco se dobla con la brisa para no partirse, yo también necesito flexibilidad y compasión para transitar las tormentas de la vida. Necesito la capacidad de adaptarme, de fluir con las circunstancias adversas, para no sucumbir ante la inmensidad de la adversidad.

La ternura es, en su esencia más pura, un acto de preservación, un compromiso inquebrantable con mi propia integridad en medio de la adversidad más descarnada. Es mi refugio más seguro, el santuario donde puedo ser vulnerable sin miedo a ser juzgada. Es mi fuente de sanación más profunda, el manantial del que bebo para restaurar mi espíritu. Y, sin duda alguna, es mi más valiente declaración de amor propio, un acto de afirmación de mi valor intrínseco, a pesar de las imperfecciones y las heridas. Es el susurro constante que me recuerda: «Eres suficiente, eres digna, eres amada».

❤️ Yo, quiero ser una magdalena, dulce, suave y reconfortante. Quiero encarnar esa delicadeza en cada fibra de mi ser, ofreciendo consuelo y calidez, primero a mí misma, y luego, desde esa plenitud, al mundo que me rodea.