He perdido certezas innumerables veces, como hojas secas arrastradas por el viento del cambio, pero la confianza en mí misma, esa chispa sagrada, nunca se ha extinguido del todo. Permanece latente, esperando el momento de resurgir con más fuerza.
Me apoyo en un faro que ilumina el camino, no un faro físico en la costa, sino uno erigido en lo más profundo de mi ser. Su luz, aunque a veces tenue en medio de la niebla de la incertidumbre, siempre está ahí. Me señala un sendero que puede ser duro y opaco, plagado de desafíos y obstáculos inesperados, pero la luz me guía, disipando las sombras y mostrándome un horizonte que, aunque parezca lejano, se acerca cada día con cada paso, con cada aliento. Solo he de seguir esa luz brillante, su persistencia en la lejanía.
Esa luz es la esencia inquebrantable de mi ser, la chispa divina que reside en lo más profundo de mi alma, un recordatorio constante de quién soy en mi forma más pura y de lo que soy verdaderamente capaz. Es la voz interior que me susurra al oído cuando el mundo exterior grita dudas.
Es en esos momentos de vulnerabilidad, cuando las dudas amenazan con eclipsar mi luz, cuando el miedo intenta arraigarse y la desesperanza acecha, que mi fe en mí misma brilla con mayor intensidad. Es una fuerza resiliente que me impulsa a seguir creyendo, incluso cuando todo parece ir en contra. Es un acto de amor propio profundo e incondicional, un compromiso inquebrantable con la persona en la que me estoy convirtiendo, la versión evolucionada de mí misma.
Cada paso que doy, cada tropiezo del que me levanto, cada pequeña victoria que celebro, me acerca más a esa versión más auténtica, poderosa y plena de mí misma. Y sé, con una certeza que nace del alma, que mientras siga escuchando la voz de mi faro interior, esa guía inquebrantable, nunca me perderé en la oscuridad, por densa que esta se presente. Mi fe en mí misma es el timón que me permite navegar cualquier tempestad, sabiendo que, al final, siempre encontraré mi puerto seguro.
❤️ Yo sigo creyendo en mí, incluso en los días más torpes.
He perdido certezas innumerables veces. Como hojas secas, arrastradas sin rumbo por el viento implacable del cambio, he visto desvanecerse convicciones que creí inquebrantables. Han llegado momentos de desconcierto, donde los cimientos de mi realidad parecían resquebrajarse bajo mis pies. Sin embargo, en medio de esa vorágine de incertidumbre, la confianza en mí misma, esa chispa sagrada y primigenia, nunca se ha extinguido del todo. Permanece latente, como una brasa bajo las cenizas, esperando el momento preciso para resurgir con más fuerza, con una luz renovada que disipe las sombras.
Me apoyo en un faro que ilumina mi camino, no un faro físico en la costa, con su luz giratoria y su estructura imponente, sino uno erigido en lo más profundo e inexpugnable de mi ser. Su luz, aunque a veces se torna tenue y casi imperceptible en medio de la densa niebla de la incertidumbre y el auto-cuestionamiento, siempre está ahí. Es una guía persistente, un recordatorio silencioso de la dirección correcta. Me señala un sendero que, a menudo, se presenta duro y opaco, plagado de desafíos inesperados y obstáculos que parecen insuperables. Pero la luz de este faro interior me guía con determinación, disipando las sombras que intentan oscurecer mi visión y mostrándome un horizonte que, aunque a veces parezca inalcanzable, se acerca cada día con cada paso valiente, con cada respiro consciente. Mi tarea es simple, pero vital: solo he de seguir esa luz brillante, confiar en su persistencia en la lejanía y permitir que me conduzca.
Esa luz es la esencia inquebrantable de mi ser, la chispa divina que reside en lo más profundo de mi alma. Es un recordatorio constante de quién soy en mi forma más pura, despojada de las expectativas ajenas y los miedos autoimpuestos, y de lo que soy verdaderamente capaz de lograr. Es la voz interior, la intuición, que me susurra al oído con calma y sabiduría cuando el mundo exterior grita dudas y me inunda de ruidos ensordecedores que buscan desviarme de mi camino. Es el ancla que me mantiene firme cuando las mareas de la adversidad amenazan con arrastrarme.
Es precisamente en esos momentos de mayor vulnerabilidad, cuando las dudas, cual nubes oscuras, amenazan con eclipsar por completo mi luz interior; cuando el miedo intenta arraigarse en mi corazón y la desesperanza acecha en cada esquina, que mi fe en mí misma brilla con una intensidad sobrecogedora. Es una fuerza resiliente y vital que me impulsa a seguir creyendo, incluso cuando todas las circunstancias externas y las voces internas parecen conspirar en mi contra. Es un acto de amor propio profundo e incondicional, una declaración de lealtad a mi propio espíritu. Es un compromiso inquebrantable con la persona en la que me estoy convirtiendo, la versión evolucionada de mí misma, esa que surge de cada experiencia, de cada aprendizaje, de cada superación.
Cada paso que doy, por pequeño que sea; cada tropiezo doloroso del que me levanto, sacudiéndome el polvo y las lágrimas; cada pequeña victoria que celebro con gratitud, me acerca inexorablemente a esa versión más auténtica, poderosa y plena de mí misma. Y sé, con una certeza que nace del alma y resuena en cada fibra de mi ser, que mientras siga escuchando atentamente la voz de mi faro interior, esa guía inquebrantable y siempre presente, nunca me perderé en la oscuridad, por densa y envolvente que esta se presente. Mi fe en mí misma es el timón inquebrantable que me permite navegar cualquier tempestad, por feroz que sea, sabiendo, en lo más profundo de mi ser, que al final de cada travesía, siempre encontraré mi puerto seguro, mi lugar de paz y plenitud.
❤️ Yo sigo creyendo en mí, incluso en los días más torpes, en los que la inseguridad me visita y la vida parece jugarme en contra. Mi fe en mí misma es el regalo más preciado que me concedo cada día.