En medio del ruido del dolor, ese estruendo que a veces parece querer ensordecerlo todo, siempre queda un murmullo suave.

Es esa voz pequeña, casi imperceptible, que nos recuerda que aún hay belleza en el mundo, que las alas no han dejado de batir.

Las mariposas, criaturas de una delicadeza asombrosa, no gritan; susurran.

Sus mensajes no se imponen con estridencia, sino que se deslizan silenciosamente, invitándonos a escuchar con el corazón.

Y a veces, basta con agudizar el oído para percibir el suave aleteo de sus alas.

En ese sonido etéreo, en esa danza silenciosa, reside la sabiduría de que la vida no es solo el pesar que oprime el alma, no es únicamente la herida que sangra.

La vida es también aquello que late, aquello que pulsa con una fuerza indomable, recordándonos la capacidad de regeneración, la promesa de nuevos amaneceres.

Es la persistencia de la esperanza que se niega a ser aplastada por la sombra, la resiliencia que nos impulsa a seguir adelante, a buscar la luz incluso en los días más oscuros.

Incluso en mi tormenta personal, cuando los vientos de la adversidad soplan con más furia y las nubes amenazan con anegar mi espíritu, siempre hay un vuelo que me guía.

Un vuelo que se alza sobre la tempestad, señalando el camino hacia la calma.

Ese faro, esa brújula infalible, es el amor. El amor que me rodea, que se manifiesta en cada gesto de apoyo, en cada palabra de aliento, en la presencia de aquellos que caminan a mi lado.

Pero también, y con una fuerza igual de vital, el amor de mí misma.

Esa aceptación incondicional, esa mirada compasiva hacia mis propias fragilidades y fortalezas, es el ancla que me sostiene, la fuerza interior que me permite desplegar mis propias alas y danzar al ritmo de mis mariposas, a pesar de cualquier dolor.

Es la certeza de que, incluso en la soledad de la tormenta, no estoy perdida, porque llevo conmigo la chispa inextinguible de mi propio ser.

❤️ Yo, soy mariposa en mi metamorfosis

En medio del estruendo ensordecedor del dolor, cuando la tempestad amenaza con anegar cada rincón del alma, siempre persiste un murmullo suave, casi imperceptible. Es la voz intrínseca de nuestras mariposas internas, recordándonos la belleza que aún reside en el mundo, la incesante danza de la esperanza. Las mariposas, con su delicadeza etérea, no gritan; susurran. Sus mensajes no se imponen con estridencia, sino que se deslizan silenciosamente, invitándonos a una escucha profunda, con el corazón abierto.

A veces, basta con agudizar el oído, con silenciar el ruido externo e interno, para percibir el suave aleteo de sus alas. En ese sonido etéreo, en esa danza silenciosa y resiliente, reside la sabiduría ancestral de que la vida no se reduce al peso abrumador del pesar, ni a la herida que sangra sin cesar. La vida es, también y fundamentalmente, aquello que late con una fuerza indomable, aquello que pulsa con la energía vital de la regeneración, la promesa constante de nuevos amaneceres. Es la persistencia obstinada de la esperanza que se niega a ser aplastada por las sombras más densas, la resiliencia inherente que nos impulsa a seguir adelante, a buscar la luz incluso en los días más oscuros y desoladores.

Incluso en mis propias tormentas personales, cuando los vientos de la adversidad soplan con la furia de un huracán y las nubes amenazan con anegar por completo mi espíritu, siempre emerge un vuelo, un aleteo constante que me guía. Es un vuelo que se alza majestuosamente sobre la tempestad, señalando con delicadeza el camino hacia la calma anhelada, hacia la quietud que precede a la serenidad.

Ese faro inquebrantable, esa brújula infalible que me orienta en la oscuridad, es el amor. El amor que me rodea, que se manifiesta en cada gesto de apoyo incondicional, en cada palabra de aliento que nutre el alma, en la presencia constante de aquellos que caminan a mi lado, compartiendo la carga y la esperanza. Pero también, y con una fuerza igual de vital y transformadora, es el amor de mí misma. Esa aceptación incondicional de mi ser, esa mirada compasiva y honesta hacia mis propias fragilidades y fortalezas, es el ancla que me sostiene firmemente en la marea más brava, la fuerza interior que me permite desplegar mis propias alas con valentía y danzar al ritmo hipnótico de mis mariposas, a pesar de cualquier dolor que intente paralizarme. Es la certeza profunda de que, incluso en la soledad aparente de la tormenta, no estoy perdida, porque llevo conmigo la chispa inextinguible de mi propio ser, una luz que nunca se apaga.

❤️ Yo, soy mariposa en mi metamorfosis. Y en cada aleteo, me redescubro, me reconstruyo, y me elevo.