Hoy, por primera vez en mucho tiempo, se ha hecho un pequeño claro en mi caos, y en mi #resiliencia.
No una certeza —todavía no—, pero sí una palabra que encaja demasiado bien en mis sombras: #fibromialgia. El doctor la dijo con la suavidad de quien enciende una lámpara en una habitación donde llevo año y medio tropezando a oscuras.
No sabemos si es, pero todo encaja como un rompecabezas que, de repente, muestra una hoja de ruta posible. Mis síntomas, mi cansancio brutal, la niebla mental, el dolor que se pasea por mi cuerpo como un huésped sin modales, la sensibilidad que se dispara, la rigidez, la inflamación silenciosa, los días que duelen incluso antes de empezar…De pronto todo tiene un idioma que puedo empezar a interpretar, y un sentido del que llevo escribiendo aquí meses, sin saberlo…
Y qué curioso: nombrar algo no lo cura, pero lo ilumina. La incertidumbre, esa enemiga astuta, se disipa un poco. Porque lo más cruel no es el dolor: es no saber de dónde viene. Es caminar a oscuras, y paradójicamente, ahora veo una lucecita y no estoy en penumbra, y eso me da mucha paz, a pesar de que la Fibromialgia es fea y dura, complicada, pero siento un halo de paz.
Si es fibromialgia —o alguna de sus hermanas intermedias en el camino— al menos tengo sendero. Un mapa. Un “por aquí”. Y eso, después de tanto tiempo perdida tras mi segunda operación, es una caricia mental.
La raíz, lo sé, nació en la primera operación cervical. Aquella herida profunda en mi sistema nervioso dejó un eco que nunca calló del todo. Ese eco, quizá, es el que ahora tiene nombre.
La fibromialgia es dura, incomprendida, caprichosa, dolorosa. Es un oxímoron viviente: dolor y agotamiento crónico con apariencia invisible, tormenta dentro de un cuerpo que por fuera parece calma. Pero también es tratable, acompañable, entendible. ¡Esperanza!
No corro, no concluyo, no me precipito. Solo respiro la paz de tener dirección. Porque a veces, cuando llevas mucho tiempo perdida, no necesitas llegar: necesitas saber hacia dónde caminar.
❤️ Hoy empiezo ese camino.Y, por primera vez en meses, siento que la vida me ha dejado una luz encendida.
“Podría tratarse de Fibromialgia”: La Luz en el Laberinto del Caos
Hoy, por primera vez en lo que se siente como un milenio de bruma y tropezones, un pequeño, pero significativo, claro ha rasgado el espeso caos que me envuelve, un caos que durante meses ha puesto a prueba los límites de mi autodenominada #resiliencia.
No es una certeza definitiva —aún estoy a la espera del veredicto final que lo confirme o desmienta—, pero sí es algo mucho más valioso en este momento de mi travesía: es una palabra. Una única palabra que, con una punzante precisión, encaja en el contorno afilado de todas mis sombras: #fibromialgia. El doctor la pronunció con la delicadeza y la calma de quien, finalmente, encuentra el interruptor y enciende una lámpara potente en una habitación donde yo, la inquilina involuntaria, llevo un año y medio tropezando a oscuras, sufriendo los golpes del desconocimiento y la frustración.
No podemos afirmar que lo sea con total seguridad, no todavía, pero la sola posibilidad ha actuado como un catalizador mental. De repente, todo mi universo sintomático encaja. No de una manera forzada, sino con la lógica impecable de un rompecabezas largamente disperso que, al fin, muestra una hoja de ruta posible.
Mis síntomas, esas anomalías crónicas que he vivido y he narrado aquí sin entender su origen, ahora tienen un idioma:
- El cansancio brutal y aplastante, una fatiga que no se cura durmiendo y que me deja agotada incluso antes de levantarme.
- La niebla mental (o fibrofog), esa sensación densa y viscosa que me roba la concentración y la memoria, haciendo que tareas sencillas parezcan escaladas al Everest.
- El dolor errático que se pasea por mi cuerpo como un huésped sin modales ni respeto, que hoy está en la espalda y mañana en las muñecas, siempre intenso.
- La hipersensibilidad que se dispara, haciendo que un roce o un cambio de temperatura se sientan como una agresión.
- La rigidez matutina y vespertina, que me convierte en una estatua dolorosa.
- La inflamación silenciosa que siento en lo profundo de mis tejidos, aunque por fuera no se vea.
- Los días que, literalmente, duelen incluso antes de empezar, marcados por una sensación premonitoria de malestar.
De pronto, todo tiene un nombre que puedo empezar a interpretar. Un sentido que llevo meses persiguiendo y escribiendo sin saberlo, tratando de describir lo indescriptible.
Y qué curioso, qué paradójico resulta. Nombrar algo no lo cura, pero lo ilumina. La incertidumbre, esa enemiga astuta, silenciosa y la más cruel de todas, se disipa un poco. Porque lo más despiadado de esta enfermedad no ha sido el dolor físico —que es inmenso—, sino el no saber de dónde venía. Es esa tortura psicológica de caminar a ciegas, de ser catalogada como «histérica», «ansiosa» o «exagerada». Y paradójicamente, ahora que tengo ante mí la posibilidad de un diagnóstico duro y complejo, veo una lucecita al final del túnel y salgo de la penumbra del «no-saber».
Esto me infunde una inmensa paz, a pesar de que la fibromialgia es una patología intrínsecamente fea, dura, crónica, incomprendida y, sobre todo, complicada de gestionar. Siento un halo de paz porque la ignorancia ha sido reemplazada por la posibilidad de un mapa.
Si, finalmente, es fibromialgia —o alguna de sus hermanas intermedias en el camino, como el dolor crónico generalizado— al menos tengo un sendero. Un mapa. Un “por aquí”. Y eso, después de tantísimo tiempo sintiéndome completamente perdida tras mi segunda operación cervical, es más que un alivio; es una caricia mental y emocional.
La raíz, lo sé intuitivamente, no es accidental. Nació o se despertó en la primera operación cervical. Aquella herida profunda en mi sistema nervioso dejó un eco que nunca calló del todo, un ruido de fondo constante. Ese eco, esa distorsión de la señal nerviosa, quizá, es lo que ahora tiene un nombre: Fibromialgia. Es la cicatriz de mi sistema nervioso central manifestándose de una nueva forma.
La fibromialgia es, sin duda, dura, caprichosa, incomprendida socialmente, y dolorosa hasta lo indecible. Es un oxímoron viviente: un estado de dolor y agotamiento crónico que, para el mundo exterior, es completamente invisible. Soy una tormenta de sensaciones y malestar dentro de un cuerpo que, por fuera, parece estar en perfecta calma.
Pero también es tratable, acompañable, y, lo más importante, entendible. El diagnóstico, o su posibilidad, abre la puerta a un equipo de especialistas y a terapias multidisciplinares. Abre la puerta a la ¡Esperanza! No corro, no concluyo ni me precipito hacia la autodiagnosis. Solo respiro profundamente y me inundo con la paz de tener, por fin, una dirección. Porque a veces, cuando llevas mucho tiempo perdida y dando palos de ciego, no necesitas llegar inmediatamente a la meta: lo único vital es saber hacia dónde empezar a caminar.
❤️ Hoy, con cautela y una renovada serenidad, empiezo ese camino. Y, por primera vez en meses de oscuridad, siento que la vida no me ha abandonado a mi suerte; me ha dejado una luz encendida para guiar mis pasos.

