No vine a abrir trincheras; vengo a contar un alivio.
Hace unos meses empecé con el Dr. Mario Gestoso, traumatólogo de espalda. Me recetó CBD y una crema (Tiobec). Ahora voy a la Unidad del Dolor: el Dr. Miguel Tejero me ha confirmado que lo están aprobando en la Seguridad Social. No hablo de psicotrópicos; hablo de cannabidiol, de su modo discreto de enfriar incendios. Hay palabras que no curan, pero calman: esta es una de ellas.
Resistir y ser resiliente ya no son sinónimos: hacen turnos. Sentir dolor cada día durante año y medio te vacía los bolsillos del ánimo, te desgasta el físico, te cruje las emociones. En ese paisaje, cualquier mano tendida se vuelve medicina. Yo la encuentro en estos preparados… y, sí, a veces también en el humo con apellido de risa. No para escapar, sino para regresar al cuerpo sin que arda.
El CBD no me hace “otra”; me permite ser la de siempre con un poco menos de ruido. Es un vendaje, no una bandera. Un vaso de agua en mitad del desierto del nervio. Un intermedio donde el dolor baja el volumen y el resto de mí puede hablar.
Los médicos piensan que se legalizará con receta para fines terapéuticos: paliativos, dolores crónicos, neurología, esclerosis… Ojalá. No para abrir puertas de fiesta, sino para entornar ventanas de alivio. Porque hay días en que el mundo se rompe en mil pedazos y el único gesto posible es reunir dos, apenas dos, y sostenerlos.
Si no te duele, celebra. Si te duele, quizá este texto te abrace sin juicio. No vengo a convencer a nadie; solo a decir que a veces la empatía es el mejor analgésico, y que toda ayuda, bien indicada, es buena noticia.
❤️ Hoy, con CBD en la mesilla y crema en el cajón, consigo dormir dos horas seguidas. En mi guerra, eso ya es una victoria. Y la apunto. Como quien toma aire. Como quien, por fin, puede.
No vine a abrir trincheras; vengo a contar un alivio. Un alivio que, para muchos, aún se susurra en voz baja, pero que merece ser gritado a los cuatro vientos cuando transforma la vida de quienes lo experimentan.
Hace unos meses, la búsqueda de este alivio me llevó al Dr. Mario Gestoso, un traumatólogo de espalda que, con una visión abierta y empática, me recetó CBD y una crema llamada Tiobec. Este fue el primer paso en un camino que me ha conducido hasta la Unidad del Dolor, donde el Dr. Miguel Tejero, con su conocimiento y experiencia, me ha confirmado una noticia esperanzadora: el CBD está en proceso de aprobación en la Seguridad Social. Y aquí es crucial hacer una distinción clara: no hablo de psicotrópicos, de sustancias que alteran la percepción o la conciencia. Hablo de cannabidiol, de su modo discreto, pero potente, de enfriar incendios internos que consumen el cuerpo y el espíritu. Hay palabras que no curan una herida física, pero que calman el alma y la mente; esta, para mí, es una de ellas.
La vida con dolor crónico redefine el significado de resistencia y resiliencia. Ya no son sinónimos; ahora hacen turnos, se alternan en una danza agotadora. Sentir dolor cada día, durante un año y medio, te vacía los bolsillos del ánimo, te desgasta el físico hasta los huesos, te cruje las emociones hasta el límite. En ese paisaje desolador, cualquier mano tendida se convierte en medicina, en un bálsamo para el alma. Yo la encuentro en estos preparados que la ciencia y la naturaleza me ofrecen… y, sí, a veces también en el humo con apellido de risa. No es una huida, no es un escape de la realidad, sino un camino para regresar al cuerpo, para habitarlo de nuevo sin que cada fibra arda en un sufrimiento constante.
El CBD no me convierte en “otra” persona; al contrario, me permite ser la de siempre, pero con un poco menos de ruido, con un poco más de paz. No es una solución mágica que borra el dolor por completo, sino un vendaje que lo contiene, que lo hace más manejable. No es una bandera que anuncia una cura milagrosa, sino un vaso de agua fresca en mitad del desierto ardiente del nervio. Es un intermedio, un respiro en la sinfonía del dolor, donde el volumen baja y el resto de mí, esa parte que el sufrimiento había silenciado, puede por fin hablar, existir, sentirse.
Los médicos, con una perspectiva esperanzadora y basada en la evidencia, piensan que el CBD se legalizará con receta para fines terapéuticos específicos: paliativos, dolores crónicos, neurología, esclerosis… ¡Ojalá! No para abrir puertas a la euforia o la fiesta, sino para entornar ventanas de alivio, para que entre un soplo de aire fresco en vidas asfixiadas por el sufrimiento. Porque hay días en que el mundo se rompe en mil pedazos, en que la desesperanza parece devorarlo todo, y el único gesto posible, la única victoria, es reunir dos de esos pedazos, apenas dos, y sostenerlos con la poca fuerza que queda.
Si no te duele, celebra cada día sin dolor como un regalo precioso. Si te duele, quizás este texto te abrace sin juicio, te ofrezca una pequeña rendija de esperanza. No vengo a convencer a nadie de nada; solo a compartir una experiencia personal, a decir que a veces la empatía es el mejor analgésico, y que toda ayuda, bien indicada y con el respaldo adecuado, es siempre una buena noticia, un faro en la oscuridad.
❤️ Hoy, con CBD en la mesilla de noche y crema en el cajón, consigo dormir dos horas seguidas. En mi guerra personal contra el dolor, eso ya es una victoria inmensa. Y la apunto en mi lista de logros, la celebro. Como quien toma un profundo respiro después de mucho tiempo conteniendo la respiración. Como quien, por fin, puede volver a sentir la vida, aunque sea por un breve instante.