La lucha contra el dolor puede ser una batalla interminable y agotadora si mi enfoque se limita únicamente al síntoma físico o emocional. Es una trampa en la que muchas veces caemos, quedándonos en la superficie de lo que nos aflige. Sin embargo, mi verdadera contienda, la que nutre mi alma y me impulsa cada día, es por la vida misma, por esencia romántica que se esconde en cada rincón de mi existencia.

Peleo por los rojos intensos que tiñen el otoño, por la pasión que emana de cada hoja que se desprende y danza en el viento. Lucho por el color burdeos de mi copa de vino, un matiz que encierra historias, celebraciones y momentos de quietud contemplativa. Son esos instantes efímeros, irrepetibles, que si no los observo con atención y gratitud, se desvanecen como el humo en el aire, perdiéndose para siempre en el olvido. Y muchos ahora se han evaporado, y quiero que regresen. 

Esta es mi manera de transmutar lo cotidiano en algo sublime, de encontrar la belleza en lo aparentemente insignificante. Es mi recordatorio constante al dolor, forma de exigirle modales, de no permitirle que eclipse la luz de la vida. La belleza, en su expresión más pura y sensorial, se convierte en un acto de resistencia, una declaración de principios frente a la adversidad. Es una armadura que me protege y un faro que me guía, siempre, y ahora con mayor relevancia aún. .

❤️ Yo defiendo mi derecho inalienable a la belleza sensorial, a experimentar la vida con todos mis sentidos, a saborear cada instante y a encontrar la poesía en cada detalle. Porque al final, no se trata de evitar el dolor, sino de aprender a bailar con él mientras abrazo con fuerza la exquisitez de vivir.

La lucha contra el dolor puede ser una batalla interminable y agotadora si mi enfoque se limita únicamente al síntoma físico o emocional. Es una trampa en la que muchas veces caemos, quedándonos en la superficie de lo que nos aflige, tratando de extirpar una espina sin comprender la raíz del rosal. El dolor es un maestro severo, pero si solo busco silenciar su voz, pierdo la lección que trae consigo.

Sin embargo, mi verdadera contienda, la que nutre mi alma y me impulsa cada día, no es una negación de la sombra, sino una afirmación rotunda de la luz: es por la vida misma, por esa esencia romántica e indomable que se esconde en cada rincón de mi existencia, esperando ser descubierta y celebrada. Es un cambio de perspectiva radical: de la huida a la búsqueda, de la resistencia pasiva a la acción poética.

Peleo por los rojos intensos que tiñen el otoño, por la pasión que emana de cada hoja que se desprende y danza en el viento, un ballet melancólico que solo sucede una vez. Lucho por el color burdeos de mi copa de vino, un matiz denso y profundo que encierra historias de cosechas pasadas, celebraciones espontáneas y momentos de quietud contemplativa. Este burdeos no es solo un color; es un portal hacia la memoria sensorial, hacia la promesa de que la belleza persiste.

Son esos instantes efímeros, irrepetibles, que si no los observo con la atención de un orfebre y la gratitud de un náufrago, se desvanecen como el humo en el aire, perdiéndose para siempre en el olvido. Y lo sé bien, pues muchos ahora se han evaporado en la bruma de la rutina o la sombra de la aflicción, y mi alma clama con una nostalgia punzante: quiero que regresen. Quiero revivir la textura de ese terciopelo, el aroma de la tierra húmeda, el eco de esa risa olvidada.

Esta es mi alquimia personal, mi manera de transmutar lo cotidiano en algo sublime. Es la práctica constante de encontrar la belleza en lo aparentemente insignificante: la veta perfecta en una tabla de madera, el juego de luces en un charco después de la lluvia, la primera nota de una pieza de jazz.

Es mi recordatorio constante y firme al dolor, mi forma de exigirle modales, de no permitirle que eclipse la luz total de la vida. La belleza, en su expresión más pura y sensorial, se convierte en un acto de resistencia, una declaración de principios frente a la adversidad. No es un lujo, sino una necesidad vital. Es una armadura que me protege de la indiferencia y un faro que me guía a través de las noches más oscuras, siempre, y ahora con mayor relevancia aún, cuando la tormenta arrecia.

❤️ Yo defiendo mi derecho inalienable a la belleza sensorial, a experimentar la vida con todos mis sentidos despiertos y afinados. Defiendo mi derecho a saborear cada instante con la intensidad de un primer beso, a encontrar la poesía oculta en cada detalle, incluso en la cicatriz que enseña y en la sombra que define la forma. Porque al final, la vida no se trata de evitar el dolor –una quimera inalcanzable– sino de aprender a bailar con él, un tango agridulce, mientras abrazo con una fuerza desesperada y feliz la exquisitez irreductible de vivir. El dolor es el telón de fondo; el burdeos, la protagonista.