Ayer empecé yoga terapéutico guiado por Alberto, mi fisio, y por Leyre, mi maestra en este nuevo camino. Entro con pies de respeto, principalmente por eso, por ellos.

Soy muy escéptica a todo el mundo yogui occidental, la verdad, porque creo que no es cosa de broma, y que el yoga engloba una cultura, una filosofía de vida, ancestral, de tierras lejanas, de culturas sabias, y pienso honestamente que lo hemos acogido sin ningún conocimiento ni historia, sin trayectoria ni entendimiento, sin respeto, y lo hemos banalizado y degradado a un ámbito superficial y mundano, cuando es todo lo contrario. 

Desconfío del “yogui de escaparate”:el yoga no es una coreografía con leggins, es un linaje, filosofía, disciplina, siglos, humildad, sabiduría …

Yo lo miro sin prisa, con hambre de aprender y con la humildad de quien no sabe nada.

En general tengo mucho respeto a lo desconocido, a lo que no se, y especialmente cuando es algo que tiene milenios de historia y cultura, y que engloba tanta importancia incluso ancestral, antropológica, lejana…

Dicho esto, mi momento es muy delicado y como sabéis, sufro, y mi presente es frágil y ruidoso. Convivo con el dolor .

Absorbo conocimientos saludables ajenos para mi transición y aceptación de mi nueva realidad con el dolor crónico. Me abro a remedios y costumbres para configurar un nuevo camino saludable. Me he rodeado de especialistas en salud, profesionales, recojo herramientas, y todos, me han recomendado está práctica para cuerpo, mente, emociones.

Necesito trabajar mi flexibilidad tras año y medio de quietud forzada y sedentarismo obligado, necesito aprender a respirar y buscar la paz interior, necesito almacenar nuevos conocimientos sobre mi misma, mi equilibrio, mi escucha interior, aprender la gramática de mi cuerpo: pausa, escucha, medida. Debo convivir con la gestión de mi dolor, mis emociones, mi psicología, mi calma… y el yoga terapéutico puede ayudarme en mi proceso, un gesto bien hecho, un músculo que despierta, un hilo de aire que me cose por dentro… 

Obviamente con una maestra formada, desde el conocimiento, la sensibilidad, profesional, capaz, y que tiene muchos años de práctica, credenciales y aprendizaje, trayectoria de humildad, y que vive en esta filosofía en cada poro de si misma y de su vida. 

Ayer comencé mi primera práctica, de su mano, y me sentí tan abrumada de mi misma, de mi proceso, de un silencio muy sonoro con un eco que solamente escuchaba yo y que me decía “tu puedes”, que rompí a llorar profundamente. No de derrota, sino de desarme.

Me desnudé por dentro y me quedé sola entre la demás gente, con silencio estridente, y con una voz dentro de mi que susurraba “enfréntate a tus miedos” que dejaba un halo de eco “miedos… miedos… miedos…” y es que mis miedos son muchos, son grandes, poderosos, son imponentes, crueles, pero yo, yo soy más fuerte.

Gracias, maestros.

 

 

Volver

Tu mensaje se ha enviado

Advertencia
Advertencia
Advertencia
Advertencia

Advertencia.