Cuando la luna canta, anuda la garganta de una forma abrupta, casi corrupta, y por norma destruye la duda, porque te desnuda. Ya no sientes miedo, sólo con contemplarla, húmedo el corazón y el ojo se empaña, con razón. Es magnánimo su embrujo, y el ánimo cruje en una sonrisa sin prisa, perfecta, correcta, despierta. Cuando la luna vierte su magia convierte la melancolía en suerte, y no plagia la fantasía, sino que despierta el alma en una utopía en calma, abierta a la fechoría del amor y del color de la noche sin dolor, del derroche de pasión, y se alía con una canción que tarareas sin razón y con la que mareas la noche…