Con una mano sujeta una copa de vino, con la otra retiene el camino. Pero no se puede sujetar algo que no es el destino, no se puede complacer al corazón sin atender la razón, ni tampoco se puede encajar de un solo lado, pues es fatal, se queda helado tanto el antojo como el embrujo. Déjalo ir, abre la puerta, empieza a sentir, no te hagas la muerta porque no vivir ahuyenta. Vamos, despierta, comparte tu vino con nuevas propuestas y muestra al destino que ya estás lista. No agonices por lo que no dices, di lo que sientas que quien lo quiera escuchar lo entenderá, y si no lo comprende, si no lo defiende, no merecerá abrir las puertas ni compartir la copa, pues estará rota antes de comenzar, con la primera mirada que se quedará helada, y no volverá a caminar a tu lado. Es cosa del pasado, y el futuro, incierto, será igual de duro pero permanecerá alado hasta que el vino fluya en el paladar y se vuelva a apreciar que proviene de un viñedo maduro, que lejos de estar helado, es un acierto para el paladar y para la mano izquierda que lo sostiene y la cuerda que lo retiene. Y volverás a sonreír, porque lo habrás dejado ir y aun sabiendo que volverás a sufrir, te lo puedes permitir, porque el corazón roto solamente es un esbozo y cicatriza al sentir, garantiza