Salirse de rositas o irse de rositas significa salir o evadirse de un asunto en el que deberían haberse afrontado responsabilidades.
Pero en realidad, nadie se va de rositas. Siempre se paga un precio a la cobardía o la traición.
Dar la cara es un patrón de comportamiento que conlleva valor, coraje, madurez, honestidad, respeto, empatía, amor… Todos nos equivocamos, todos tomamos malas decisiones, todos nos evadimos a veces de las responsabilidades… Yo no soy mejor que nadie, no pretendo dar ninguna lección de nada, sólo son gritos en voz bajita y un lienzo de falso desahogo, pero a pesar de mis muchos errores y/o defectos siempre doy la cara y digo lo que tengo que decir, como hice cuando solamente se ha escuchado el eco, siempre soy honesta todo lo que puedo y fiel a mis principios y valores, a mi coherencia. Mi conciencia está tranquila, mi coherencia también. Mi dolor no tanto, porque la actuación de los demás escapa de mi propio control y la frustración de no poder hacer nada es tremendamente dolorosa. Me duele ensuciar una historia por el comportamiento de otro. Me duelen mis perspectivas erróneas, mi sobre estimación, mi idolatría en alguien, y la tremenda caída emocional que supone. Me duele el hilo rojo, el mío, que se tensa y se tensa, pero no hay forma de romperlo por mucho que lo intento, y he de vivir con él atado a mi corazón maltrecho. Me duele el duelo, y el alma.
Estamos muy expuestos a ver actuaciones, reacciones y comportamientos, y no es sano, no es agradable, y a veces desmonta aquello a lo que aún una se aferraba: a conservar algo bonito de una vivencia, a honrar los sentimientos acontecidos. No obstante, a veces eso tampoco es posible y no está en nuestra mano, sino en la mano del otro. ¡Y qué difícil es defender la dignidad y el amor propio, y también el ego y orgullo cuando “se van de rositas”! O eso creen, porque la vida, siempre pasa factura. Yo ayer decidí, y me costó mucho, no seguir viendo tu jardín. No he podido cortar mi hilo rojo, no sé si podré algún día, y he tenido que ser muy valiente entre sollozos para escogerme a mi, para elegir dejar de ver, y pretender que así no siento. Siento. Pero al menos sigo mi camino sin esperanzas, sabiendo obvio que el hilo es sólo mío, y siempre lo ha sido.
Te deseo lo mejor, de verdad, porque cuando yo amo el amor no se me evapora, eso me resulta imposible, y el amor es algo puro y bello. Yo si me voy de rositas, he dicho lo que tenía que decir, he actuado como creo que tenía que actuar, siempre, he esperado lo que tenía que esperar, y pasaré mis duelos como los tengo que pasar para sanar. He sido, sobre todo, fiel a mis sentimientos y a mi misma siempre.
Que te vaya muy bien, que tus rositas nunca te pinchen, de corazón te lo deseo.
Yo prefiero dejar de ver tus flores por mi propia salud, por mi recuperación, y porque mis heridas sanen bien y las púas de la traición y la mentira se curen para que vuelvan a brotar rosas, y muchas otras flores. Ahora lo entiendo todo, aunque la crueldad me parta el corazón. Ahora sé que hace tiempo que te fuiste, de hecho, es probable que en realidad, nunca estuvieras. El vínculo que identifiqué y sentí, tan profundo, tan intenso, siempre fue solamente mío, infundado, irreal, mi hilo es real, pero es unilateral. Nunca quise creerlo, pero ahora se ha hecho más tangible que nunca, y un mes y medio es tiempo de sobra para ver. ¡Qué lástima haberme equivocado tanto, haber confiado, pero no siento lástima de haber amado!
En el fondo, siempre esperaré que vuelvas, pero no tú, sino la persona que creí reconocer y que quise desde el primer “hola”. Me tuviste desde entonces, pero, en realidad, nunca me mereciste. No se escoge, el corazón hace lo que la razón no comprende y la mía está atada con hilos rojos a las nubes, siempre…
Siempre te querré, aunque siempre me duelas. Llevaré mi proceso como pueda, el tiempo que sea necesario para volver a bailar. Y bailaré. Nunca entenderé nada, aunque ya lo entienda todo. No es que yo haya sido efímera para ti, es que en realidad, nunca he sido. Aunque creo que nadie lo es, ni tú mismo. Yo creí ver más allá de tus párpados, dentro, muy dentro, reconocerte, pero me equivoqué al admirarte, erré al valorarte. Lo que peor llevo es la decepción, es haber visto en ti a un ser extraordinario que no concuerda con sus actos, nunca, que no aporta nada extra y es ordinario. Te habría acompañado al infinito, y posiblemente más allá, y por suerte no lo he hecho o habría perecido en el camino de una manera aún más terrible si cabe, con el paso del tiempo.
Gracias por enseñarme tanto, vida.