9. “Podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o”

9. “Podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o”

Esta frase encierra una verdad fundamental que a menudo olvidamos en nuestra cultura de la entrega incondicional.

Desde pequeños, nos inculcan la idea de dar sin medida, de vaciarnos por los demás, como si ese acto de autosacrificio fuera la máxima expresión del amor o la solidaridad. Sin embargo, esta visión, aunque bienintencionada, es insostenible y, a la larga, perjudicial.

El autocuidado, lejos de ser un acto de egoísmo, es el cimiento sobre el cual se construye nuestra capacidad de sostener a los demás. Es la base indispensable desde donde podemos operar de manera efectiva y compasiva. No se trata de una elección entre cuidar de uno mismo o de los demás, sino de reconocer que uno es prerrequisito del otro. Es un acto de responsabilidad personal que, paradójicamente, beneficia a todos a nuestro alrededor.

La metáfora del avión es perfecta para ilustrar esto: primero oxígeno para mí, luego manos extendidas para quien lo necesite. Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. Si no atendemos nuestras propias necesidades básicas –físicas, emocionales, mentales–, terminaremos agotados, frustrados e ineficaces.

Cuidarse a uno mismo es un acto de honestidad con uno mismo y, por extensión, con los demás. Porque solo desde un lugar de plenitud y equilibrio podemos ofrecer lo mejor de nosotros, no lo que nos queda después de habernos vaciado.

❤️ Así, mi manera más honesta y efectiva de cuidar a otros es, en primer lugar, cuidarme a mí misma.

En un mundo que constantemente nos exige dar, la frase «podrás aportar a los demás si antes te aportas a ti misma/o» se erige como un faro de sabiduría esencial, una verdad fundamental que, paradójicamente, a menudo olvidamos en nuestra cultura de la entrega incondicional y el autosacrificio. Desde nuestra más tierna infancia, somos bombardeados con la noción de dar sin medida, de vaciarnos por el bienestar ajeno, como si este acto de abnegación fuera la cúspide del amor o la solidaridad. Sin embargo, esta visión, aunque enraizada en las mejores intenciones, es profundamente insostenible y, a la larga, perjudicial para todos los involucrados.

El autocuidado, lejos de ser un acto egoísta o una indulgencia superflua, es el cimiento inquebrantable sobre el cual se construye nuestra genuina capacidad de sostener, acompañar y nutrir a los demás. Es la base indispensable, el punto de partida desde donde podemos operar de manera efectiva, compasiva y sostenible. La dicotomía entre cuidar de uno mismo y cuidar de los demás es, en realidad, una falsa elección. Reconocer que el autocuidado es un prerrequisito para el cuidado ajeno no es un acto de egoísmo, sino un acto de profunda responsabilidad personal que, de manera paradójica pero innegable, beneficia a todos a nuestro alrededor.

La metáfora del avión ilustra esta verdad con una claridad meridiana: en una situación de emergencia, la instrucción es colocarse la mascarilla de oxígeno primero, antes de intentar ayudar a otros. Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. Si descuidamos nuestras propias necesidades básicas –físicas, emocionales, mentales, espirituales–, terminaremos agotados, frustrados, resentidos e ineficaces. Nuestra capacidad de dar se verá mermada, y lo que ofrezcamos será una versión disminuida y vacía de nosotros mismos.

Cuidarse a uno mismo es, en esencia, un acto de honestidad profunda con uno mismo y, por extensión natural, con los demás. Es reconocer nuestros límites, nuestras vulnerabilidades y nuestras necesidades, y atenderlas con la misma diligencia y compasión que aplicaríamos al cuidado de un ser querido. Porque solo desde un lugar de plenitud, equilibrio y bienestar genuino podemos ofrecer lo mejor de nosotros, no las migajas que nos quedan después de habernos vaciado por completo.

Implica escuchar a nuestro cuerpo, honrar nuestras emociones, nutrir nuestra mente y espíritu, establecer límites claros y proteger nuestro tiempo y energía. Significa decir «no» cuando es necesario para decir «sí» a nuestra propia salud y bienestar. Es un compromiso activo y constante con nuestra propia vitalidad, que se traduce en una mayor resiliencia, creatividad y capacidad para amar y conectar.

❤️ Así, mi manera más honesta, efectiva y sostenible de cuidar a otros, de ser un verdadero apoyo y una fuente de luz en sus vidas, es, en primer lugar y sin reservas, cuidarme a mí misma. Solo desde esa fortaleza interior y esa autenticidad podemos irradiar una influencia positiva duradera y construir relaciones significativas y recíprocas, lejos de dinámicas de sacrificio y agotamiento. El autocuidado no es un lujo; es una necesidad imperiosa para una vida plena y una contribución significativa al mundo.

8.  “Tu fuerza está en tu ternura, en tu capacidad de cuidar lo que amas, en seguir cuando todo pesa”

8.  “Tu fuerza está en tu ternura, en tu capacidad de cuidar lo que amas, en seguir cuando todo pesa”

La fuerza no siempre se manifiesta en estruendos o en la habilidad de mover montañas.

A veces, es un susurro apenas perceptible, la persistente decisión de seguir cuidando, de seguir amando con el corazón abierto, y de continuar avanzando paso a paso, incluso cuando el alma arrastra los pies, cansada por el peso del mundo.

Es la valentía de levantarse cada mañana, no porque no haya dolor, sino porque hay una razón más grande para seguir adelante.

La ternura, lejos de ser una debilidad, es un músculo invisible de inmensa potencia. Sostiene mucho más de lo que a simple vista podría parecer, construyendo puentes donde otros ven abismos y ofreciendo refugio en medio de la tempestad. Es la red silenciosa que atrapa las caídas y la suave luz que guía en la oscuridad, una fuerza tranquila que une y fortalece.

Ser fuerte no implica endurecerse ni erigir muros, sino, por el contrario, abrazar la propia vulnerabilidad y no dejar de ser sensible.

Es permitir que el corazón sienta plenamente, tanto la alegría como el dolor, y encontrar en esa apertura la verdadera profundidad del coraje.

Es la capacidad de mostrar compasión y empatía, de entender que la conexión humana es la mayor de las fortalezas, y de saber que, en la delicadeza de cada gesto de amor y cuidado, reside una resiliencia inquebrantable.

La verdadera fortaleza reside en la capacidad de amar sin reservas y de proteger aquello que da sentido a nuestra existencia.

❤️ Yo soy fuerte porque amo

La verdadera fortaleza a menudo se esconde de las miradas superficiales, manifestándose no en el estruendo de grandes hazañas o en la habilidad de mover montañas con una voluntad férrea, sino en un susurro apenas perceptible. Es la persistente decisión de seguir cuidando, de seguir amando con el corazón abierto a pesar de las heridas, y de continuar avanzando paso a paso, incluso cuando el alma arrastra los pies, cansada por el peso del mundo. Es la valentía silenciosa de levantarse cada mañana, no porque no haya dolor o desesperanza, sino porque existe una razón más grande, un amor profundo, que impulsa a seguir adelante.

La ternura, lejos de ser una debilidad o una característica secundaria, es, en realidad, un músculo invisible de inmensa potencia. Es la fuerza que sostiene mucho más de lo que a simple vista podría parecer, construyendo puentes de conexión y entendimiento donde otros solo ven abismos de diferencia e incomprensión. Es la que ofrece refugio seguro en medio de la tempestad, un ancla emocional cuando todo alrededor parece tambalearse. La ternura es la red silenciosa que atrapa las caídas inesperadas, amortiguando los golpes del destino, y la suave luz que guía con delicadeza en la más profunda oscuridad, una fuerza tranquila y constante que une los corazones y fortalece el espíritu de la comunidad.

Ser fuerte, por lo tanto, no implica endurecerse ni erigir muros impenetrables alrededor del propio ser, sino, por el contrario, abrazar la propia vulnerabilidad con coraje y no dejar de ser sensible a las emociones propias y ajenas. Es permitirse que el corazón sienta plenamente, experimentando tanto la alegría desbordante como el dolor más profundo, y encontrar en esa apertura y aceptación la verdadera profundidad del coraje humano. Es la capacidad de mostrar compasión y empatía hacia los demás, de entender que la conexión humana, forjada en la comprensión y el apoyo mutuo, es la mayor de las fortalezas. Es saber que, en la delicadeza de cada gesto de amor, en cada acto de cuidado desinteresado, reside una resiliencia inquebrantable, una capacidad de recuperarse y florecer a pesar de las adversidades.

La verdadera fortaleza, en su esencia más pura, reside en la capacidad incondicional de amar sin reservas, de entregarse por completo a aquello que da sentido a nuestra existencia, y de proteger con ahínco lo que consideramos preciado. Es un amor que no teme mostrarse, que se expande y abraza, convirtiéndose en el motor que impulsa la vida y en el refugio que protege el alma.

7.  “Si tengo ocho horas para derribar un árbol, gastaré seis de ellas afilando mi hacha”

7.  “Si tengo ocho horas para derribar un árbol, gastaré seis de ellas afilando mi hacha”

La prisa es compañera constante de nuestro día a día, nos seduce con la promesa de atajos y soluciones rápidas.

Nos invita a saltarnos pasos, a buscar la vía más corta, a creer que la inmediatez es sinónimo de eficiencia. Sin embargo, a menudo, lo que la prisa entrega son heridas; consecuencias no deseadas que, tarde o temprano, se manifiestan en forma de errores, omisiones o resultados insatisfactorios.

Prepararse, en cambio, se nos presenta como un camino más lento, más deliberado, incluso tedioso. Implica paciencia, dedicación y una inversión inicial de esfuerzo que no siempre parece justificada en el momento.

Sin embargo, esta aparente lentitud es, en realidad, una inversión inteligente que al final ahorra dolores.

La preparación es el cimiento sólido sobre el que se construye el éxito duradero.

Un ejemplo claro de esta filosofía se encuentra en la metáfora de afilar el hacha. Antes de talar un árbol, un leñador sabio dedica tiempo a asegurar que su herramienta esté en perfectas condiciones.

Afilar el hacha no es, de ninguna manera, perder el tiempo. Es, por el contrario, un acto fundamental de cuidado: cuidado de la herramienta, que garantiza su eficacia; cuidado de la energía, ya que un hacha afilada requiere menos esfuerzo para cortar; y, en un sentido más profundo, cuidado de la esperanza, pues la certeza de tener los medios adecuados alimenta la confianza en el éxito de la tarea.

A veces la lucha está en el filo, no en el golpe. Está en la agudeza del pensamiento, en la claridad de la estrategia, en la perfección de la herramienta o en la preparación mental. Es en ese filo, invisible para el observador casual, donde se gesta la eficacia y donde reside el verdadero poder. Es la calidad de nuestra preparación lo que, en última instancia, determina la potencia y la dirección de cada golpe que damos en la vida.

❤️ En mi proceso, preparo y afilo todas las herramientas que puedan ayudar en mi proceso de dolor crónico

En la vorágine de la vida moderna, donde el tiempo es un tirano implacable y la inmediatez una aspiración constante, nos encontramos a menudo seducidos por la quimera de los atajos. La prisa, esa compañera constante y sigilosa, nos susurra al oído promesas de soluciones rápidas, de caminos que evitan la ardua labor y el tedio de la preparación. Nos incita a saltarnos etapas, a buscar la vía más corta, a creer que la celeridad es sinónimo de eficiencia y que la velocidad garantiza el éxito.

Sin embargo, lo que la prisa entrega con demasiada frecuencia son heridas invisibles, pero profundas. Consecuencias no deseadas que, como grietas en la pared, tarde o temprano se manifiestan en forma de errores lamentables, omisiones significativas o, lo que es aún más desalentador, resultados insatisfactorios que nos dejan con un sabor amargo. La inmediatez, lejos de ser la panacea, se convierte en un arma de doble filo que, si bien nos da la ilusión de avanzar, a menudo nos desvía del verdadero camino hacia la excelencia.

Frente a esta tentación de la rapidez, se erige el concepto de preparación, un sendero que a primera vista se nos presenta como más lento, más deliberado, incluso tedioso. Implica una inversión inicial de paciencia, dedicación y un esfuerzo que, en el momento, puede parecer desproporcionado o injustificado. Nos exige detenernos, reflexionar, planificar, y en ocasiones, incluso retroceder para asegurar que cada paso sea firme y consciente.

Pero esta aparente lentitud es, en realidad, una inversión inteligente que al final ahorra dolores y desengaños. La preparación es el cimiento inquebrantable sobre el que se construye el éxito duradero y la resiliencia ante los desafíos. Es la arquitectura invisible que sostiene cada logro significativo, la garantía de que cada esfuerzo no será en vano.

Un ejemplo elocuente de esta filosofía, que resuena con una verdad atemporal, se encuentra en la metáfora del leñador que afila su hacha. Antes de enfrentarse a la monumental tarea de talar un árbol, un leñador sabio no se lanza impulsivamente al trabajo. Al contrario, dedica un tiempo precioso a asegurar que su herramienta, el hacha, esté en perfectas condiciones. Este acto de afilar, lejos de ser una pérdida de tiempo, es un gesto fundamental de cuidado.

Es, en primer lugar, un cuidado de la herramienta en sí, garantizando su eficacia máxima y prolongando su vida útil. Un hacha bien afilada corta con precisión, minimizando el esfuerzo y maximizando el impacto. En segundo lugar, es un cuidado de la energía del leñador. Un hacha roma exige una fuerza desmedida y un desgaste innecesario, mientras que un hacha afilada permite que cada golpe sea certero y eficiente, conservando la vitalidad para el resto de la tarea. Y, en un sentido más profundo y trascendente, es un cuidado de la esperanza. La certeza de poseer los medios adecuados, de tener una herramienta que responde con fiabilidad, alimenta la confianza en el éxito de la empresa, disipando la incertidumbre y fortaleciendo la voluntad.

A menudo, la verdadera lucha no reside en el golpe brutal, en la acción desenfrenada, sino en el filo sutil y agudo de la preparación. La batalla se libra en la agudeza del pensamiento que precede a la acción, en la claridad de una estrategia meticulosamente diseñada, en la perfección de la herramienta que elegimos y cuidamos, o en la preparación mental que nos permite afrontar los retos con entereza. Es en ese filo, invisible para el observador casual, donde se gesta la eficacia real y donde reside el verdadero poder. Es la calidad intrínseca de nuestra preparación lo que, en última instancia, determina la potencia, la dirección y el impacto de cada golpe que asestamos en la vida.

En mi propio camino, especialmente en la travesía desafiante del dolor crónico, esta filosofía de la preparación ha cobrado un significado aún más profundo. Es un recordatorio constante de que no puedo enfrentarme a esta lucha sin antes preparar y afilar todas las herramientas posibles: la fortaleza mental, las estrategias de afrontamiento, el conocimiento sobre mi condición, las terapias y apoyos adecuados. Cada una de ellas es un «filo» que debo mantener en óptimas condiciones para navegar por las complejidades del dolor y construir una vida plena a pesar de él. Porque, al final, la verdadera maestría no está en evitar la lucha, sino en estar lo suficientemente preparado para ganarla.

6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

6. “En el kintsugi, lo que se rompe puede volverse aún más precioso”

Hay heridas que dejan grietas, y grietas que nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse.

El arte ancestral del kintsugi nos susurra una profunda verdad: lo roto no se esconde, se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia y superación.

Las cicatrices, lejos de ser defectos, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido y de las calmas que nos han permitido sanar.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección.

El oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción.

Es un recordatorio palpable de que la vulnerabilidad puede ser nuestra mayor fortaleza, y que en cada fragmento reunido reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas.

Hay heridas que dejan grietas profundas, surcos imborrables en el alma, y estas grietas, lejos de ser un símbolo de debilidad, nos recuerdan que seguimos siendo barro vivo, maleable y con la capacidad infinita de transformarse. Son la esencia de nuestra humanidad, el testimonio silencioso de las batallas libradas y las tormentas superadas.

El arte ancestral del kintsugi, esa filosofía japonesa que eleva la reparación a una forma de arte, nos susurra una profunda verdad que resuena en lo más íntimo de nuestro ser: lo roto no se esconde, no se desecha, sino que se realza, se celebra con la belleza de lo reparado. No busca disimular las marcas del tiempo y del dolor, esas cicatrices invisibles que llevamos, sino convertirlas en un testimonio visible de resiliencia inquebrantable y superación. Es una oda a la imperfección, un reconocimiento de que nuestras fallas nos hacen únicos y, paradójicamente, más completos.

Las cicatrices, lejos de ser defectos que avergonzar, se revelan como mapas intrincados de todo lo que hemos atravesado, de los vendavales que nos han sacudido hasta los cimientos y de las calmas que nos han permitido sanar y reconstruirnos. Cada una de ellas cuenta una historia, un capítulo de nuestra existencia, y en su relieve se inscribe la memoria de un camino recorrido, de obstáculos vencidos y de un crecimiento constante.

Cada línea de oro que traza el kintsugi sobre una pieza de cerámica rota es más que una simple unión; es una narrativa de resistencia, una oda a la imperfección que se convierte en una nueva forma de perfección, más profunda y significativa. Este oro no tapa la fractura, no la borra de la memoria de la pieza ni de la nuestra; al contrario, la convierte en arte, en un punto de luz que magnifica la historia de su propia reconstrucción, de su renacimiento.

Es un recordatorio palpable y constante de que la vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, puede ser nuestra mayor fortaleza, el cimiento sobre el cual edificamos nuestra resiliencia. En cada fragmento reunido, en cada grieta dorada, reside una belleza renovada, más rica y profunda que la original, una belleza que emana de la experiencia, de la superación y de la aceptación de nuestra propia historia, con todas sus luces y sus sombras.

❤️ Quizá yo también sea más valiosa por mis líneas imperfectas, por mis cicatrices, por mi historia.

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

5. “En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia”

El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante.

La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas.

No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes.

Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio.

Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad.

Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufimiento.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme.

En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia. El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante. La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas. No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes. Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.

Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio. Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad. Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufrimiento.

Cada amanecer, cuando la luz se filtra por la ventana, se presenta como un nuevo pacto, una renovación silenciosa de mi compromiso. A veces, la tregua con mi cuerpo es tan tenue que un simple movimiento, un suspiro, amenaza con romperla. Sin embargo, en esos momentos de fragilidad extrema, la resistencia no se desvanece; se transmuta. Se convierte en la quietud, en la aceptación serena de lo que es, y en la búsqueda de la mínima fuerza para sostener esa aceptación.

La verdadera batalla no se libra con espadas ni escudos, sino con la quietud interna, con la voz silenciosa que me dice: «Sigue, un poco más». Es en esa voz donde reside la esencia de mi resistencia. No es una voz fuerte y clara, sino un murmullo constante, persistente, que me guía a través de la neblina del malestar. Es una danza entre la rendición y la lucha, donde aprender a ceder a veces es la forma más profunda de resistencia, porque evita el desgaste inútil y conserva la energía para cuando realmente importa.

La resistencia se manifiesta en la elección de una canción que me eleva, en el sabor de una comida sencilla, en la caricia de una manta suave. Son estos pequeños actos de autocuidado los que nutren la llama de mi voluntad, impidiendo que el dolor la ahogue por completo. Cada detalle, por insignificante que parezca, es una victoria, un pequeño bastión que fortifica mi espíritu.

A veces, la resistencia es simplemente el acto de recordar quién soy más allá del dolor, de la enfermedad. Es despojarme de la identidad de «enferma» o «sufriente» y reconectar con la esencia de mi ser: una persona capaz de amar, de crear, de sentir alegría, a pesar de las circunstancias. Es un proceso de desidentificación que me permite flotar por encima de las sensaciones físicas y encontrar un espacio de paz interior.

En los días más oscuros, cuando la marea del dolor amenaza con engullirme, mi resistencia se convierte en un faro. No es un faro que aleja la tormenta, sino uno que me permite navegar a través de ella, recordándome que, aunque las olas sean inmensas, mi barco, aunque pequeño y maltrecho, sigue a flote.

❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme. Y en esa firmeza, encuentro mi mayor fortaleza, mi dignidad inquebrantable, y la certeza de que, mientras respire, seguiré plantada en el campo de mi propia existencia.

 

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

4. “Una de las mejores herramientas es el sentido del humor y reírse de una/o misma/o”

El humor es la mejor de las terapias para vencer el miedo al dolor.

Empiezo por reírme de mí misma, de mis torpezas y mis dramas cotidianos, y entonces la vida, con todas sus complejidades, se encoge y se vuelve más ligera, casi etérea.

No es que el dolor desaparezca por arte de magia, ni que las heridas se curen instantáneamente, pero pierde autoridad, se desdibuja, cuando le saco la lengua con descaro o me planto una nariz de payaso imaginaria.

Es en ese gesto de rebeldía, de absurdo, donde reside la clave para despojarlo de su poder opresor.

Reírse es la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma.

Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros.

Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana.

Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior, esa que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de todo.

❤️ Reírse es la mejor medicina…

Una de las herramientas más poderosas que poseemos es el sentido del humor, la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Esta habilidad, a menudo subestimada, se revela como la terapia más eficaz para disipar el miedo al dolor y afrontar las complejidades de la vida con una perspectiva renovada.

Comenzar el día riéndome de mis propias torpezas, de los pequeños dramas cotidianos que a veces magnificamos, tiene un efecto transformador. La vida, con todas sus intrincadas capas, de repente se encoge, se vuelve más ligera, casi etérea. No es que el dolor desaparezca mágicamente o que las heridas se curen al instante; más bien, pierde su autoridad opresora. Se desdibuja, se vuelve menos intimidante cuando le saco la lengua con descaro, cuando me planto una nariz de payaso imaginaria y lo observo con una mirada de absurdo. En ese gesto de rebeldía, en esa aceptación de lo ridículo, reside la clave para despojar al sufrimiento de su poder.

La risa es, sin duda, la mejor medicina, el bálsamo más efectivo para el alma. Nos permite relativizar las adversidades, poner en perspectiva aquello que nos abruma y encontrar un resquicio de luz incluso en los momentos más oscuros. Es un acto de valentía, una declaración de principios que nos recuerda que, a pesar de las dificultades, la capacidad de encontrar alegría y ligereza sigue siendo nuestra, intrínsecamente ligada a nuestra naturaleza humana.

La risa no es una negación del sufrimiento, sino una herramienta para trascenderlo, para transformarlo en una experiencia más llevadera, más humana. Al reírnos, nos conectamos con nuestra propia vulnerabilidad, sí, pero también con nuestra inquebrantable fuerza interior. Esa fuerza es la que nos impulsa a seguir adelante, a pesar de los reveses, a pesar de las caídas. Es la chispa que nos recuerda que somos resilientes, capaces de encontrar la belleza y el gozo incluso en medio de la tempestad.

En definitiva, reírse es un acto de amor propio, una elección consciente de abrazar la vida con todas sus imperfecciones. Es una invitación a ver el mundo con ojos de niño, a encontrar la alegría en lo simple y a recordar que, al final del día, una buena carcajada puede ser el remedio más potente para cualquier dolencia del alma. ❤️

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

3. “La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia”

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada.

Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece.

No busco la perfección en mis movimientos, sino la autenticidad de mi expresión.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza de que cada error es una lección y cada cicatriz, una nueva melodía.

La música de la vida sigue sonando y mi baile no se detiene.

Mis pies, cansados pero decididos, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, siempre pasará, dejando tras de sí un arcoíris de posibilidades.

❤️ Yo, bailo.

La tormenta no siempre avisa, a veces te sorprende con el paraguas cerrado y el corazón cansado. Es en esos momentos inesperados, cuando el cielo se tiñe de gris sin previo aviso, que la verdadera esencia de la resiliencia se pone a prueba. Las gotas de lluvia, inicialmente suaves, se transforman en un aguacero que cala hasta los huesos, y el viento, un susurro, se convierte en un aullido que desordena el mundo. Y sin embargo, ahí está la lección, grabada en cada relámpago y cada trueno: no todo depende de esperar cielos despejados, de la promesa de un sol que quizás tarde en asomarse, sino de inventar pasos de baile nuevos bajo la lluvia y disfrutarla en presencia.

Es una invitación a la creatividad, a transformar lo adverso en una oportunidad para la expresión. A encontrar la belleza en el caos, la melodía en el estruendo. A bailar descalzo sobre los charcos, a sentir el abrazo frío del agua como una purificación, a reír ante la inminencia del chaparrón. Porque la vida, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, es precisamente eso: una danza constante, un ballet improvisado donde cada paso, cada giro, cada caída, nos enseña algo nuevo.

Yo sigo bailando, cada día aprendo nuevos pasos, aunque el suelo resbale y esté empapada. Con cada gota que me empapa, con cada resbalón que me hace dudar, mi determinación se fortalece, arraigándose como un roble ancestral que desafía el vendaval. No busco la perfección en mis movimientos, en la gracia etérea de un bailarín experimentado, sino la autenticidad de mi expresión, la verdad cruda y palpable que se esconde en cada tropezón y cada intento.

Me caigo, me levanto, una y otra vez, con la certeza inquebrantable de que cada error es una lección magistral, cincelada con la paciencia del tiempo, y cada cicatriz, una nueva melodía que se añade a la sinfonía de mi existencia. La música de la vida sigue sonando, a veces un suave murmullo, otras un estruendoso crescendo, y mi baile no se detiene, no se permite el lujo de la inmovilidad.

Mis pies, cansados por la jornada, pero decididos con una voluntad férrea, siguen el ritmo de mi corazón, que late con la fuerza indomable de quien sabe que la tormenta, por fuerte que sea, por mucho que arremeta con furia desatada, siempre pasará. Y tras su partida, dejando atrás la desolación y el caos, se alzará majestuoso un arcoíris de posibilidades infinitas, un puente de esperanza que invita a la exploración, a la renovación, a la vida misma.

❤️ Yo, bailo, y en cada movimiento, celebro la inquebrantable fuerza del espíritu humano.

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

2. “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”

Hay dolores que no se negocian: llegan, se instalan, y nos recuerdan que el cuerpo también tiene voz.

Lo que sí podemos elegir es no darles las llaves de la casa. El dolor es huésped, pero el sufrimiento es mudanza permanente.

Aprender a distinguirlos es un arte: aceptar lo que duele, pero no dejar que nos robe la risa, la calma, de nosotros depende cómo los gestionamos.

El dolor puede ser un huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Pero el sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Aprender a distinguir entre ambos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud.

Aceptar lo que duele no significa resignarse, sino reconocer la realidad de una situación. Es decir: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita». Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida. Soy yo quien decide. El dolor es una señal, no un destino. Y en esa distinción reside nuestro poder más profundo.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. 

Esta profunda verdad resuena en cada fibra de nuestra existencia, revelando una distinción crucial entre dos experiencias humanas universales. Hay dolores que no se negocian, que irrumpen en nuestras vidas sin previo aviso: una enfermedad repentina, una pérdida desgarradora, una herida física o emocional. Llegan, se instalan, y nos recuerdan con una contundencia ineludible que el cuerpo, ese templo que habitamos, también tiene voz, y a menudo, es una voz que nos confronta con nuestra propia vulnerabilidad. Estos dolores son parte inherente de la condición humana, mensajeros de nuestra fragilidad y, paradójicamente, de nuestra capacidad de sentir.

Sin embargo, lo que sí podemos elegir, y esta es la clave de nuestra libertad interior, es no darles las llaves de la casa. El dolor es un huésped, sí, a veces inesperado y siempre incómodo, pero sigue siendo un visitante. El sufrimiento, en cambio, es una mudanza permanente. Es la decisión, consciente o inconsciente, de aferrarse a esa molestia, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia, transformando una visita temporal en una ocupación total.

Aprender a distinguirlos es, sin duda, un arte; un arte delicado y esencial para transitar la vida con plenitud. Es el arte de aceptar lo que duele, de reconocer su presencia sin intentar negarla ni luchar contra ella en vano, pero sin dejar que nos robe la risa, la calma, la capacidad de maravillarnos ante la belleza del mundo, o la esperanza en el futuro. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación punzante.

El dolor puede ser ese huésped inesperado, una visita incómoda que interrumpe nuestra rutina y nos exige atención. Nos obliga a detenernos, a mirar hacia dentro, a cuidar una herida. Pero el sufrimiento, en cambio, es una elección que hacemos, a veces por miedo, otras por costumbre o por una identificación profunda con la victimización. Es permitir que esa visita se convierta en una mudanza permanente, una elección consciente de aferrarse a esa molestia, de alimentar la queja y el lamento, de permitir que eche raíces profundas en nuestro espíritu y se adueñe de cada rincón de nuestra existencia. Confundir ambos es ceder nuestro poder.

Aceptar lo que duele no significa resignarse a la pasividad o a la desesperanza. No es una capitulación ante la adversidad. Es, por el contrario, un acto de valentía y autoconciencia: reconocer la realidad de una situación. Es decir, con honestidad brutal pero también con una firmeza interior: «Sí, esto me afecta, me incomoda, me limita en este momento.» Pero esta aceptación no debe confundirse con la capitulación. Al contrario, es el primer paso para retomar el control. De nosotros depende cómo los gestionamos, cómo decidimos interactuar con esa sensación. Podemos permitir que el dolor nos robe la risa, la calma, la alegría, que opaque cada rayo de sol en nuestro día a día, o podemos, con determinación y resiliencia, proteger esos tesoros de nuestra alma, esos espacios de luz que ni el dolor más profundo puede extinguir si no le damos permiso.

El dolor me toca, sí, me roza, me advierte de mis límites, me recuerda mi fragilidad y mi humanidad inherente. Me enseña sobre la vida y sobre mí mismo. Pero no me rige, no me gobierna, no dicta el rumbo de mi vida si yo no lo permito. Soy yo quien decide cómo respondo a su presencia. El dolor es una señal, un mensajero, no un destino ineludible. Y en esa distinción fundamental, en esa capacidad de elegir nuestra respuesta ante lo inevitable, reside nuestro poder más profundo, nuestra verdadera libertad.

❤️ Yo decido cómo gestiono mi dolor. Y en esa decisión radica la diferencia entre ser una víctima de las circunstancias o un arquitecto de mi propio bienestar emocional.

 

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

 1. “Lo único imposible es aquello que no luchas….”

Vengo a contaros que se puede; por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Depende de ti.

Yo estoy aquí porque en mi guerra con el dolor crónico, soy la resistencia, y quiero mostraros como, a través de mis pelusamientos y el sentido del humor.

Hay días en que el dolor te susurra que te rindas, que el esfuerzo no vale la pena. Y ahí, en esa grieta, es donde más importa empujar.

No hablo de ganar siempre —ojalá—, sino de atreverte a dar el paso aunque tiemble todo.

Porque hasta los intentos torpes suman: cuentan la historia de que no te quedaste quieta.

La imposibilidad no está fuera: suele esconderse dentro en el “ni lo intenté”.

❤️ Hoy me abrazo a mi torpeza, a mis días lentos y a mis intentos fallidos… porque son ellos los que me recuerdan que sigo aquí, viva, intentándolo… Lo único imposible es aquello que no luchas. Esta poderosa verdad, a menudo susurrada en los momentos de mayor desesperación, es el ancla que me sostiene. 

Vengo a contaros, no con la voz de una victoria fácil, sino con la cicatrizada sabiduría de la persistencia, que se puede. Por muy difícil que se presente el camino, por mucho que el dolor hunda sus garras, por mucho que la desesperación parezca un horizonte ineludible, se puede. Y la clave, esa chispa inquebrantable, depende enteramente de ti.

Mi presencia aquí no es fruto de la casualidad ni de la fortuna; es el testamento vivo de mi guerra personal. En esta batalla constante contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Soy la trinchera que se mantiene firme, el pulso que no se detiene, la voz que se alza incluso cuando el cuerpo grita rendición. Y quiero mostraros cómo, a través de mis «pelusamientos» —esos pequeños desvaríos, esos momentos de humor absurdo, esas fugas de la realidad que me permiten respirar, y el bitácora de mi historia— la vida se hace soportable, incluso hermosa.

Hay días, lo admito, en que el dolor es un susurro traicionero que se desliza por los rincones del alma. Te insinúa que te rindas, que el esfuerzo es en vano, que la lucha no vale la pena. Es en esos instantes de debilidad, en esa grieta que se abre entre la esperanza y la fatiga, donde más importa empujar. No hablo de la victoria rotunda, esa que se celebra con vítores y medallas, ¡ojalá la conociera siempre! Hablo de algo mucho más profundo y vital: de la valentía de atreverte a dar el paso, aunque cada fibra de tu ser tiemble, aunque el miedo te paralice y la incertidumbre te ahogue.

Porque hasta los intentos más torpes, esos que se tambalean y amenazan con caer, suman. Cada paso vacilante, cada esfuerzo fallido, cada caída y cada levantamiento, cuentan una historia. La historia de que no te quedaste quieta, de que no te resignaste al papel de espectadora de tu propia vida. Son la prueba irrefutable de tu resistencia, de tu inextinguible voluntad de seguir adelante.

La verdadera imposibilidad no reside en el exterior, en los obstáculos que la vida nos impone. La imposibilidad, con su manto de desánimo y su voz seductora, suele esconderse en nuestro interior, anidando en esa frase lapidaria que nos repetimos: «ni lo intenté». Es el miedo a la falla, la comodidad de la inacción, la excusa que nos permite no enfrentarnos a lo desconocido.

❤️ Hoy, con una mezcla de humildad y una fuerza renovada, me abrazo a mi torpeza. Abrazo mis días lentos, esos en los que cada movimiento es un acto de valentía, y mis intentos fallidos, porque son ellos los que me recuerdan, una y otra vez, que sigo aquí. Viva, respirando, luchando, y, sobre todo, intentándolo. Porque mientras haya un intento, por pequeño que sea, la esperanza perdura y la vida, a pesar de sus sombras, sigue desplegando sus colores.

Un Mundo Fabuloso… 

Un Mundo Fabuloso… 

Explora la Imaginación de Marta Bonet

Sumérgete en un universo donde las historias cobran vida, guiado por la creatividad y la pasión de Marta Bonet. Descubre relatos que inspiran y conmueven, en un espacio diseñado para los amantes de la narrativa.

Esta sección nace del dolor y su resiliencia, en una experiencia personal de enfermedad, donde la creatividad y la necesidad de expresar son más latentes y necesarias que nunca, así como la empatía y solidaridad con quienes puedan estar en procesos similares, luchando con dolores crónicos y lo que conllevan.

Por eso, he creado un personaje tierno que puede motivar, que puede acompañar, y que, quizá, desde la humildad, puede ayudar. Un personaje que va a contar muchas cosas de muchas maneras, con ternura, con profundidad, con sentido del humor y utilizando su pluma y su imagen para inspirar. Todo lo contará desde su verdad. 

¡Bienvenidos al universo de Pelusa y de sus Pelusamientos!

Soy Pelusa, y quisiera presentarme. Nací de la creatividad y la profunda necesidad de expresión, emergiendo de una experiencia personal de dolor y resiliencia. Vengo a contaros que se puede, por muy difícil que sea, por mucho que duela, se puede. Mi propósito es ser una figura que pueda motivar y acompañar, y que, quizás, desde la humildad, pueda ayudar a quienes luchan con dolores crónicos o situaciones difíciles donde la resiliencia es imprescindible.

Podéis ver que no tengo boca. Esto no es un accidente, sino una elección consciente: estoy en una fase de observación, reflexión, de escucha y aprendizaje. Mi lienzo, mis «Pelusamientos,» es la bitácora íntima de mi historia y mis pensamientos en voz alta. En mis escritos, busco ofrecer consuelo o acompañamiento a otros corazones. Asimismo, también soy defensora del sentido del humor como arma imbatible del dolor, y por eso, a pesar de que a veces me pongo seria cuando desgrano mis pelusamientos, también bailo con el humor y trato de regalar sonrisas. 

Estoy aquí porque, en mi guerra contra el dolor crónico, yo soy la resistencia. Mi existencia no se define por lo que el dolor me arrebató, sino por lo que sigo creando pese a él. El dolor me impuso una pausa forzada, pero a cambio me regaló profundidad. Mi fuerza reside en el tejido de mis grietas, y mis cicatrices no son marcas de derrota, sino las comas que unen mis capítulos.

En mi camino, he descubierto que la risa es la herramienta más valiosa en las sombras, y con el sentido del humor y mi creatividad, me niego rotundamente a entregar mi paleta al gris, elijo pintar mi mundo con otros matices y buscar la pequeña rendija de luz en la oscuridad. Aunque mi cuerpo duela, mi corazón sigue latiendo fuerte, y en esa distinción entre el dolor inevitable y el sufrimiento opcional, reside mi poder más profundo.

Mi trayectoria única es mi fuerza, y mi mayor deseo es que mi verdad, con todas sus imperfecciones y cicatrices, pueda inspirar a otros. ¡Bienvenidos a mi ecosistema!

 

El proyecto más complejo que he dirigido: mi salud

El proyecto más complejo que he dirigido: mi salud

Durante años fui directora de mis propios proyectos.
Coordiné clientes, equipos, campañas, aperturas, cronogramas.
Gestioné presupuestos, imprevistos y ese intangible que todo lo sostiene: las personas.
Sabía cómo planificar, prever, resolver, crear…
Hasta que la vida decidió asignarme el proyecto que ningún máster enseña: mi propio cuerpo.

En 2019 empezó la primera tormenta. Una hernia cervical se desparramó dentro de la médula y, sin previo aviso, mi cuerpo dejó de obedecer y comenzó a doler. Aguanté un año entero —dolor, parálisis, vértigo y mil síntomas más—, porque los autónomos no enfermamos; solo posponemos el colapso. Hasta que me quebré, literalmente, me desplomé en el centro de salud. Allí comenzó todo. La primera operación me salvó la vida, pero me dejó una cicatriz en el cuello y otra más profunda: la de saber que no todo se arregla con voluntad.

Pensé que ahí terminaba la pesadilla. Pero el cuerpo, como un proyecto mal cerrado, guarda siempre tareas pendientes. El COVID llegó después, arrasando lo poco que quedaba en pie. Y, como buena gestora, intenté reconstruir desde las ruinas. Acepté un nuevo cargo como Project Manager en una cadena hotelera. Volví a la acción, convencida de que el cuerpo estaba preparado. No lo estaba.

Cinco años después, la historia se repitió. Otra operación, otro parón, otro aprendizaje forzado. Esta vez sin titanio, pero con las mismas preguntas: ¿qué pasa cuando quien dirige proyectos se convierte en su propio caso de emergencia?

La nueva hoja de ruta

He aprendido que los proyectos personales también exigen fases, recursos y planificación.
Cuatro neurocirujanos, dos operaciones, traumatología, fisioterapia, resonancias incontables, millones de pruebas, me han mirado por fuera, por dentro… El veredicto: artrosis crónica, pérdida de curvatura cervical, daño neurológico en el lado derecho. No hay tercera cirugía posible. El plan ya no consiste en reparar, sino en sostener.

El equipo humano

Formé mi propio comité interdisciplinar, un engranaje de apoyo que funciona a base de ciencia y ternura:

• Ester Valencia, médica de cabecera y directora de orquesta.
• Pedro Llinás y Mario Gestoso, neurocirujano y traumatólogo.
• Alberto Rivas, fisioterapeuta

• Los servicios de ejercicio y salud de Sa Tribu, en Esporles.
• Leyre, profesora de yoga con una rama de yoga restaurativo terapéutico.
• Miguel Tejero, anestesista en la clínica y unidad del dolor Aliviam.
• Juan Arbona, osteópata especializado en la técnica Mackenzie.
• Natalia y Mari, psicólogas.

• En espera de la unidad del dolor de Son Espases

Ellos son mi comité de crisis, mi engranaje de reconstrucción.

El laboratorio interno

He pasado por un arsenal de medicamentos digno de una farmacia itinerante: meses de cortisona, Pregabalina (Lyrica) para apagar el incendio de los nervios, antiinflamatorios de caballo, infiltraciones con anestésicos y corticoides, Tramadol, morfina… pastillas que aliviaban un dolor mientras fabricaban otros y producían estragos en la autoestima física y emocional.

Hasta que un día di un golpe sobre la mesa: ¡basta!. Porque la medicación también duele. A veces repara, a veces destruye; a menudo ambas cosas a la vez.

Ahora solo mantengo un pequeño aliado: Duloxetina, un duendecillo químico que equilibra el dolor crónico y me deja respirar entre los picos. Y cuando el cuello ya no aguanta, recurro a un collarín unas horas, o a una esterilla de calor que silencia el grito físico por unos minutos, a cremas que alivian, y a alguna dosis de morfina si no puedo más. Vivir así es un ejercicio de logística: aprender a negociar con el cuerpo cada jornada.

La otra fractura

El dolor físico es solo la mitad del mapa. La otra mitad se libra dentro.

La mente y el corazón también se inflaman. El cansancio se vuelve emocional, la tristeza ocupa espacios que antes eran movimiento. Te cambia el espejo, la energía, la manera de mirarte. Te vuelve invisible en un mundo que no tiene tiempo ni ganas para quien camina más despacio, y más triste.

Hay días en que el cuerpo resiste y el alma se desmorona. Y otros en que el alma sostiene lo que el cuerpo ya no puede. Por eso cuido mi salud mental y emocional con la misma disciplina con que gestiono un cronograma: psicoterapia, escritura, silencio, lágrimas cuando toca, y ternura cuando puedo.

Porque la salud no es una cuestión de fuerza, sino de permisos: el de parar, el de llorar, el de volver a intentarlo.

Sostenibilidad y vida cotidiana

He entendido que no se trata de curar, sino de convivir con el dolor. Cada día tiene su propio acta de reunión: lo que se ha conseguido, lo que sigue pendiente, lo que duele y lo que aún da sentido.

He reducido el tabaco, casi eliminado el alcohol, y trato de que la comida sea aliada, no castigo. Uso geles de árnica, CBD, una máquina TENS, y paciencia como herramienta de trabajo. El sueño sigue siendo unos de mis KPI más débiles. Y mi casa —con calor, con amor, con colchón cansado— mi rincón de recogimiento. Recuerda que también hay que cuidar la infraestructura emocional del hogar, es muy importante sentirte bien en tu nido.

Aun así, sigo. Con dolor constante, con vértigos, con cansancio crónico. Y con algo que no recetan: actitud.

Crear para sobrevivir

De este largo expediente nació Pelusa, la versión más tierna y más lúcida de mí misma.

Ella es la que observa, la que cuenta sin dramatizar, la que escribe cuando yo no puedo. A través de sus Pelusamientos relato —o relatamos— esta bitácora de reconstrucción: una mezcla de medicina, resiliencia, humor, ironía y prosa poética.

Pelusa es mi memoria emocional, mi manera de convertir el dolor en lenguaje y la fragilidad en relato. No busca compasión ni aplausos; busca sentido. A veces se queja, a veces se ríe, pero siempre cuenta su verdad.

Porque lo que no se cuenta, pesa más. Y lo que se nombra, duele menos.

Conclusión abierta

Sigo sin saber qué dictará el tribunal médico ni qué versión de mí aprobará el futuro. Pero sé que sigo dirigiendo este proyecto con la misma seriedad con que he dirigido todos los demás.

He aprendido que el éxito no siempre está en cumplir los plazos, sino en sostener el propósito. Y el mío es claro: seguir viva con conciencia, belleza y algo de humor, incluso cuando el cuerpo protesta.

Este es mi proyecto más complejo, mi tesis más íntima, mi empresa más frágil y más verdadera.

Y Pelusa, esa criatura de tinta y corazón, es la bitácora donde todo se traduce: mi forma de decir, con suavidad pero con fuerza, que sigo aquí. Dirigiendo, sintiendo, reconstruyendo, y creando. Me estaba muriendo de pena sin crear, soy creativa, y lo necesito. Siempre escribo, porque es mi manera de vomitar emociones, es mi forma de sentirme mejor.

Si os apetece, Pelusa os da la bienvenida a sus Pelusamientos:

https://www.instagram.com/pelusamientos

Mi propósito de vida

Mi propósito de vida

Este año y medio de convalecencia, hecha bicho bola en casa, aprendiendo del dolor, me ha permitido mucha reflexión. Muy profunda.

Cuando la vida te obliga a frenar, a parar en seco, a ser resiliente, a combatir y enfrentarte a todos tus fantasmas que hacen fila para hablarte, día a día, hay una pregunta master que suena estridente en el silencio y deja muchos ecos: ¿Quién soy y cuál es mi propósito en la vida?

Es una pregunta tremenda, en mi meridiano de camino, en mi momento más vulnerable, blandita, herida, y en el silencio de la soledad más absoluta que suena tan estridente, me produce tal inquietud que me sumerjo de lleno en lecturas, investigaciones, videos, conocimiento de nuevas herramientas, indagaciones, reflexiones y un sin fin de cosas que me permitan darme respuestas. Me cuesta mucho concentrarme, el dolor hace mucho ruido, me encuentro mal, muy mal, pero he de seguir viviendo y he de buscar la forma de hacerlo en equilibrio con mi nueva realidad, y con la mayor dignidad posible.

Para ello, hay una pregunta muy intensa que rige mi investigación: si tú fueras amor ¿qué dirías? ¿Qué harías? ¿Qué decidirías?

Porque haga lo que haga, quiero siempre hacerlo desde el amor, no desde el ego u otros aspectos, sino desde los valores y principios que rigen el amor.

Lo cierto es que flaqueo muchos días, es tremendo vivir en el dolor, pero trato de conversar con mis pensamientos y sumergirme en los que son positivos, porque trato de reconstruirme en mi mejor versión, que solamente incluya belleza y buenos sentimientos, que se disipe la oscuridad de mi experiencia y se transforme en serenidad y aceptación, en paz, y en amor.

Y para poder producir amor, todo comienza por una misma y el amor propio. Por ello, tras esta poda que ha hecho mi salud en mi, me siento injertada y quiero que lo que resulte de mi nueva yo sea un nuevo brote vital, lleno de flores, y que de frutos reforzados y mucho más jugosos, sabrosos y bellos.

Soy consciente de que me queda un largo camino aun, dificilísimo, duro, atroz, pero lo único que puedo hacer dentro de mis limitaciones es pensar y positivizar mis pensamientos, y transformar mis emociones en belleza. No puedo ni quiero dejar que el agotamiento y la oscuridad sean latentes en mi nueva proyección.

Mi manera de expresarme tiene tres fortalezas muy puras y notorias en mi desde siempre: mi creatividad, mi sentido del humor y mi escritura. Son mis armas y mis armaduras en toda esta gran batalla que es la vida.

Dentro de mi dolor he creado un alter ego que es mi voz y me permite expresarme, se llama Pelusa, y es un reflejo de mi misma y de cómo me siento. Pelusa no tiene boca porque está en un momento de observación y de constante reflexión. Pelusa es mi niña interior, pero piensa en adulto, se ríe de la vida y sus durezas, es tierna y se mueve en un entorno bonito y de colores suaves, tiene el pelo alborotado porque todo lo que merece la pena en la vida, despeina, tiene su pronunciado sentido del humor ácido e inteligente, y va acompañada de su mariposa Berta. Berta representa a toda la red segura de apoyo que me acompaña en mi proceso de recuperación y resiliencia, es su metamorfosis y su conciencia.

No sé cuando podré volver a funcionar, ni cómo podré hacerlo. No sé cómo seguir sacando fuerzas para combatir con el dolor, con la atrofia, con la espesura, con las limitaciones, con los efectos secundarios, con la autoestima…

Ojalá pudiera volver a sentirme bien, dejar de sufrir, pero esta es mi realidad y he dejar tratar de transformarla en aprendizaje y en aceptación, e intentar crear cosas bonitas con estas nuevas herramientas que estoy aprendiendo.

Quiero volver a estar serena, estoy muy cansada, agotada, pero no derrotada.

Quiero vivir.

Mi propósito en la vida, desde el amor:

Soy Marta Bonet, una comunicadora inquieta que siempre ha unido pasión y estrategia. Tras años en hoteles y restaurantes, lancé Pepper Mallorca, la burrita embajadora de destino en un agroturismo de Mallorca. Su campaña se convirtió en caso de éxito mundial, catalogada entre las diez campañas de comunicación más influyentes del sector Turismo.
Ese hito me llevó a fundar Rebuzzna Comunicación, a impartir conferencias, formaciones, liderar cientos de proyectos, y a crear el primer posgrado en comunicación digital de la UIB (Universidad de las Islas Baleares).

Después de un periodo de salud largo y difícilque me obligó a detenerme, quiero regresar serena y renovada, con la coherencia como mantra: sentir, pensar, comunicar y hacer van de la mano. No estoy recuperada ni activa todavía: el dolor es latente, y vivo en un compendio de tratamientos físicos, mentales, emocionales y médicos. Aún no estoy lista para volver a la batalla, pero sí para la reflexión sobre mi reconstrucción.
Soy Ave Fénix.

Necesito un tiempo más y no sé  cuánto ni en qué condiciones podré regresar a mi vida. De hecho, no se si podré hcerlo. No sé cómo valdré ni cómo continuaré, no sé cómo hacerlo con dolor crónico y con tods mis secuelas. Pero sé que lucho como una guerrera, cad día, y que buscaré la forma de ser fiel a mis principios, valores y a mi nueva realidad, con dignidad. Y volveré a crear. Porque soy creativa, y eso es un sello que me define.

Mi propósito no está escrito en la vida laboral ni en el DNI, aunque esos papeles muestren las huellas de lo mucho que ya he caminado. Lo que en ellos se repite es una constante: emprender, crear, comunicar, dar forma a ideas y convertirlas en belleza.

He abierto hoteles y agencias, he creado y dirigido cientos de proyectos, fundaciones, eventos y personajes; he imaginado tantas cosas que después hice tangibles… Siempre con pasión, con esa mezcla de creatividad y servicio a los demás.
Y ahora, en este momento más lento y frágil, siento que mi propósito ya no es solo hacer, sino también serreconstruirme, aprender a sostener el dolor, dar voz a mi resiliencia y compartir lo aprendido.

Dicho de otro modo: mi propósito es transformar experiencias —las mías y las de mi tierra— en historias, proyectos y comunidades que inspiren, ilusionen y emocionen. A veces desde la empresa, a veces desde lo poético, a veces desde lo cotidiano, a veces a través de algún personaje.

La pasión sigue siendo mi ingrediente principal, y la comunicación, el eje de todo. La escritura es mi esencia, la creatividad mi gasolina.

Ahora soy una pelusilla, un pajarillo con las plumas mojadas, aprendo paciencia con óxido en la armadura. No estoy rota, estoy injertada, el dolor hizo poda y ahora todo lo que brota es  nuevo y esencial. La herida me hace crecer, y volveré con una nueva mejor versión de mi misma. 

Otra herramienta en mi camino…

Otra herramienta en mi camino…

Ayer empecé yoga terapéutico guiado por Alberto, mi fisio, y por Leyre, mi maestra en este nuevo camino. Entro con pies de respeto, principalmente por eso, por ellos.

Soy muy escéptica a todo el mundo yogui occidental, la verdad, porque creo que no es cosa de broma, y que el yoga engloba una cultura, una filosofía de vida, ancestral, de tierras lejanas, de culturas sabias, y pienso honestamente que lo hemos acogido sin ningún conocimiento ni historia, sin trayectoria ni entendimiento, sin respeto, y lo hemos banalizado y degradado a un ámbito superficial y mundano, cuando es todo lo contrario. 

Desconfío del “yogui de escaparate”:el yoga no es una coreografía con leggins, es un linaje, filosofía, disciplina, siglos, humildad, sabiduría …

Yo lo miro sin prisa, con hambre de aprender y con la humildad de quien no sabe nada.

En general tengo mucho respeto a lo desconocido, a lo que no se, y especialmente cuando es algo que tiene milenios de historia y cultura, y que engloba tanta importancia incluso ancestral, antropológica, lejana…

Dicho esto, mi momento es muy delicado y como sabéis, sufro, y mi presente es frágil y ruidoso. Convivo con el dolor .

Absorbo conocimientos saludables ajenos para mi transición y aceptación de mi nueva realidad con el dolor crónico. Me abro a remedios y costumbres para configurar un nuevo camino saludable. Me he rodeado de especialistas en salud, profesionales, recojo herramientas, y todos, me han recomendado está práctica para cuerpo, mente, emociones.

Necesito trabajar mi flexibilidad tras año y medio de quietud forzada y sedentarismo obligado, necesito aprender a respirar y buscar la paz interior, necesito almacenar nuevos conocimientos sobre mi misma, mi equilibrio, mi escucha interior, aprender la gramática de mi cuerpo: pausa, escucha, medida. Debo convivir con la gestión de mi dolor, mis emociones, mi psicología, mi calma… y el yoga terapéutico puede ayudarme en mi proceso, un gesto bien hecho, un músculo que despierta, un hilo de aire que me cose por dentro… 

Obviamente con una maestra formada, desde el conocimiento, la sensibilidad, profesional, capaz, y que tiene muchos años de práctica, credenciales y aprendizaje, trayectoria de humildad, y que vive en esta filosofía en cada poro de si misma y de su vida. 

Ayer comencé mi primera práctica, de su mano, y me sentí tan abrumada de mi misma, de mi proceso, de un silencio muy sonoro con un eco que solamente escuchaba yo y que me decía “tu puedes”, que rompí a llorar profundamente. No de derrota, sino de desarme.

Me desnudé por dentro y me quedé sola entre la demás gente, con silencio estridente, y con una voz dentro de mi que susurraba “enfréntate a tus miedos” que dejaba un halo de eco “miedos… miedos… miedos…” y es que mis miedos son muchos, son grandes, poderosos, son imponentes, crueles, pero yo, yo soy más fuerte.

Gracias, maestros.

 

 

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Soy la resistencia

Soy la resistencia

Hoy me pesan especialmente las cervicales como si cargaran la tristeza del mundo. He dormido fatal.

Vi la noticia de Irina y no se me borra de la cabeza ese vagón lleno de cuerpos presentes y almas ausentes.

Tantos ojos abiertos, tantas manos completas, y ni una se tendió, ni una la asistió, y no lo entiendo. El silencio se volvió verdugo, y esa piedra muda cayó sobre su último aliento y su mirada asustada. No sé por qué me afecta, pero me afecta. Casi puedo sentir lo que sintió ella en esos terribles minutos.

Se nos llena la boca de discursos solemnes: Gaza, la paz mundial, el cambio climático…Pero la humanidad no se mide en pancartas, banderas en los balcones, ni en titulares, sino en la reacción mínima ante un grito que se apaga. Simplemente mínima humanidad, empatía, reacción aunque fuera por impulso, que yo consideraría inevitable, incluso involuntaria, como cuando te golpean la rodilla y esta se agita. Por defecto, mínimo, por diferenciar al ser humano de las bestias en el ciclo de la vida.

Y ahí, en ese vagón, no hubo nada. Ni un gesto, ni una grieta de compasión. Solo un vacío que hiela. Sólo la nada contra la que combatía Atreyu.

Me asusta pensar que no hacen falta guerras nucleares ni meteoritos para acabar con nosotros. No pereceremos por el cambio climático: nos bastará con la erosión moral, con el hábito de no mirar, de no sentir, de no escuchar….

Mirad el mundo, más allá de Gaza y de vuestras narices, mirad los gestos cotidianos de las personas en el autobús cuando no ceden el asiento a un anciano, mirad las caras de sorpresa cuando entras en un comercio y das los buenos días, observad la basura en las calles, sed conscientes de todos los trucos de ilusionismo que nos desvían la atención cada día y nos segregan…

La autodestrucción viaja sentada a nuestro lado,camuflada entre pantallas y prisas, y nosotros seguimos fingiendo que no la vemos.

Yo no sé adaptarme a ese gris. Yo no soy gris, quizá soy Momo.

Soy torpe para la indiferencia; me atraviesa como viento en puertas mal cerradas.

Dicen que los altamente sensibles sentimos todo multiplicado, pero ¿no debería ser esa la medida de lo humano? Duele… duele todo… vemos lo que los demás no ven, observamos todo, pequeños detalles, momentos, instantes, miradas, gestos, como Irina, como el gesto en sus ojos que decían: no entiendo nada. Vivimos constantemente en una dimensión diferente, como más intensa, no lo se explicar, y duele constantemente.

De hecho ¿No es más extraño lo contrario: ese entumecimiento que convierte a los vivos en estatuas, en seres inertes que traicionan la naturaleza humana con cada pincelada gris de incivismo, con cada ataque a los valores humanos, a los derechos humanos, al amor? ¿No es eso sentido común?

Por eso insisto en pintar colores. Con palabras, con ternura, con la obstinación de quien sabe que un solo trazo puede rescatar un paisaje. Con lo que puedo.

No sé si sirve, no sé si inspira, si ayuda a alguien, si merece la pena, pero me niego a entregar la paleta al gris.

Escribo para recordarle al mundo que aún respira, para encender una llamita aunque el viento sople con furia. Escribo porque es mi manera de pintar colores y que alguno sobresalga. Escribo porque en esta guerra, soy la resistencia.

Quizá nadie vea mi lucecita o mis colores, o quizá alguien la encuentre en su propio vagón oscuro y le ilumine el camino.

Y entonces, aunque sea solo por una persona, habrá valido la pena.

Soy una pelusilla…

Desde que me operaron por segunda vez hace dos abriles, hace ya un año y medio que parece un siglo (o al menos un montón de días grises), me he convertido en una especie de guerrera, armada con la paciencia que no tenía, con un arsenal de medicamentos y escudada con mi sentido del humor que, aunque a veces se tambalea, sigue latente.

El “cortisona, morfinas, antiinflamatorios y lyrica’s party” con los que he lidiado tantos meses me han regalado muchas secuelas físicas, psíquicas, emocionales complicadas. Inflada, con el lado derecho del cuerpo paralizado y muy dolorido, el sistema nervioso atrofiado, sin apenas dormir un par de horas seguidas desde hace año y medio, con el cabello sin mis rizos habituales, las uñas no crecen, la piel es trágica, las emociones nubladas, estoy espesa en pensamientos y movimientos… La autoestima, claro, a veces se resiente, porque ya sabéis que una es coqueta y le gusta verse bonita y también fuerte, pero aquí estoy, cada día sobre las ocho de la mañana, discutiendo con el ejercicio físico y hablando con los pajaritos, algo que en mi vida hubiera imaginado, pero que ahora es parte de mi nueva normalidad, y dejándome cuidar aparcando la fortaleza a un ladito, por segunda vez.

Mi fisioterapeuta se ha convertido en mi cómplice de batallas, mi mejor aliado y mi maestro, dirigiendo mis movimientos, enseñándome a convivir con este cuerpo que me parece ajeno, feo, desgastado, cruel y muy cansado y también cuento con especialistas aliados en esta travesía emocional. La resiliencia es ahora mi bandera, y aunque me cueste mucho hacerlo, comparto este video, donde no me siento en mi mejor versión física, incluso me doy vergüenza, pero quiero que se vea mi realidad, esa lucha diaria, esa transformación, ese camino de intentar volver a ser yo, o al menos la mejor versión posible de esta nueva yo. Porque en realidad llevo cinco años luchando (una operación en 2019 y la segunda en 2024), y enfrentando a todo tipo de demonios, y trato de hacerlo con una sonrisa.

Sigo de baja desde hace año y medio, ausente, sin saber qué me depara el futuro, con terrible dolor crónico que se ha vuelto mi sombra, pero con la esperanza de que, con cada pequeño esfuerzo, con cada mañana de ejercicio, con cada sesión de fisio, con cada palabra de aliento, con cada pensamiento bonito, con cada pequeña creatividad, estoy, de alguna manera, moldeando una nueva Marta, más fuerte, más valiente y, sin duda, más auténtica y bonita. Todo es aprendizaje, muchas veces duro, pero las cosas pasan por algo. La semana pasada me volvieron a hacer muchas pruebas, un nuevo neurocirujano, pruebas dolorosas y complicadas para tratar de valorar los daños pasajeros y permanentes. Tengo miedo, pero afrontaré los resultados.

Mi vida de antes se ha quebrado, se ha roto, he dejado de ser “útil” para la sociedad, pero no es importante. Es pasado, y, de hecho, no lo quiero, no quiero volver a aquel ritmo, a algunas de aquellas personas, ni a aquella vida. Lo realmente relevante es conservar mi esencia y potenciar una nueva versión de mi misma, con una utilidad diferente y aferrada a mis principios y valores, a mi paz, a la humildad que me provee mi situación, y al amor de mi entorno de aquellas personas que han querido acompañarme porque para ellos no es relevante cuán útil soy, sino mi persona con total profundidad, solidaridad, y empatía incluso en mis peores momentos y versión, y la fe en que volveré a resurgir, la fe en mi. Yo comparto esa misma fe, aunque esté cansada, agotada , aunque el camino sea complicado y duro y a veces flaquee, pero lucho cada día por remontar, y lo haré. Gracias por acompañarme, por esperarme, por confiar en mi, por quererme, por apoyarme, por valorarme, por respetarme… Gracias vida por ponerme a prueba, cada día la supero un poquito más buscando esas caricias que me motivan a continuar la tremenda lucha. Tendemos a preocuparnos y no ocuparnos, a no vivir en presencia cada instante, a desaprovechar y malgastar el amor, tendemos a ser idiotas, pero en una fracción de segundo puede cambiar todo, y lo único que prevalece, es la propia esencia y el amor en todas sus versiones. Es lo único que importa, es la única impronta que anhelo dejar en este mundo: haber funcionado siempre en base al eje del amor (propio y ajeno). Lo demás, es irrelevante.
Aunque exhausta seguiré batallando porque soy una guerrera, pero aún me queda un ratito más…

Os echo de menos, disculpad mi ausencia, pero a veces es tremendamente importante la introspección. A veces no es momento de volar, sino de coger impulso en silencio…

Mi arsenal en la batalla

Mi arsenal en la batalla

Ya vamos hacia un año y tres meses de tortura. Un largo periodo en el que el sufrimiento es latente desde muchos (o todos) los aspectos de mi vida: el dolor rige, la paralización, la autoestima, el amor propio, la perspectiva, el miedo, la tristeza, la soledad, la debilidad, la profesionalidad, la vulnerabilidad, el amor… todo duele.

No obstante, trato de ser todo lo positiva que que puedo, pues soy consciente de que la actitud es más de la mitad del proceso, aunque es muy difícil. Tengo el ánimo muy cansado, exhausto, y libro una batalla interior que nadie comprende, desde hace ya 5 años.

Haciendo acopio de todas las armas con las que cuento para luchar en esta revuelta, voy a escribir una lista. Escribir me reconforta ( y contabiliza como una de las fortalezas de mi arsenal). Hacer una lista por escrito es una manera de coger fuerza.

Vamos allá:

Expresarme ( siempre me he apoyado en la comunicación, como persona y como profesional, explicar, conversar, escribir, orar … la comunicación en todas sus vías. Bien es cierto que estoy en silencio desde hace meses, en silencio digital y público, sigo comunicando de forma íntima, escribo; comunico con mi gente (la que está, la que me apoya); y voy al psicólogo para expresar y vomitar mi dolor también y aprender de nuevos recursos para continuar la lucha)

Rodearme de personas vitamina y de buenos profesionales (a pesar de tener una vida solitaria y no compartirla actualmente con nadie, si que me apoyo en personas de mi entorno personal y también estoy formando una red de profesionales (médica, fisio, psicóloga, traumatólogo…) que me ofrecen recursos y herramientas. Me nutro del amor y el cariño de los familiares y amigos que han decidido estar, acompañarme, cada uno a su manera y todas ellas, bellas. Me nutro de consejos profesionales y apoyo, herramientas y medicinas morales y físicas de mis médicos, terapeutas y profesionales de la salud, con la experiencia para acompañarme en mi nueva realidad y su dureza: el dolor crónico)

La creatividad la tengo bastante dormida, no tengo fuerzas, pero en realidad siempre ha sido mi gasolina y me hace falta. Trato de pensar y hacer cositas creativas que me vayan despertando, que me ilusionen, y es posible que cuando pueda retomar mi vida en la medida que sea, alguna de estas ideas cobre vida y me ayude con mi nuevo camino.

Cada día trato de tener rutinas y cambio de hábitos que me templen y me muestren un equilibrio, un eje, para no caer en la depresión, la desidia, la tristeza del caos, la procrastinación… Es muy importante para la mente tener una vida organizada lo máximo que ahora es posible, desde hacer la cama y adecentar la casa cada mañana, hasta mis rutinas de paseos, fisioterapia, ejercicios , nutrición … mi vida se ha desequilibrado completamente, he pasado de 1000 a 0 en un segundo, y eso es tremendo. Buscar estabilidad en pequeñas rutinas me da paz, y me hace sentir responsable y útil.

Reflexión, también muy importante. La autocrítica, pensar y analizar, sopesar, valorar, medir, sentir con consciencia… Trato de hacer que todo lo que estoy viviendo tenga presencia, de ser consciente y buscar puntos de mejora, de fortaleza, de conocimiento y aprendizaje.

Mi casa , que siempre ha sido importante para mi. Cuido mucho mi nido, mi espacio, mi hogar. Es mi eje físico más importante, mi ancla, y por eso siempre trato su estética y confort, y trabajo para que sea bonita. Ahora no puedo hacer muchas cosas, no tengo fuerzas ni recursos, pues me habría encantado pintar el jardín, decorarlo, crear un rincón para disfrutarlo, reformarlo… no he podido. Pero con lo que tengo intento que sea agradable, y cada mañana me tomo el café al sol entre plantas y pajaritos.

Aprendizaje, no tengo retención de lectura, concentración, no puedo. Supongo que las medicinas y mi proceso me han anulado temporalmente las neuronas (tomo Pregabalina, o Lyrica, en alta dosis, y es terrible). No obstante intento cada día dedicar un ratito a aprender cosas que puedan ayudarme en mi nueva realidad y mi futuro, cuando pueda recolocarme profesionalmente en algo.

Seguramente tengo más armas en mi arsenal para librar esta batalla, pero quizá estas son las que más valoro.

No obstante, hay dos que son las más poderosas y quizá son los mejores escudos, más que armas en si mismas: mis valores y mis principios.

Uno de los aprendizajes más duros de todo lo que estoy viviendo es precisamente aprender a manejarlos y a templarlos. Posiblemente estaban algo desbordados o demasiado potenciados de cara a los demás, a muchos pesos ajenos que he ido cargando en mi espalda. Mi carácter cuidador, detallista, romántico, empático… al final ha ido acumulando muchísimo peso en mi espalda, y se me ha roto ya dos veces. Es un recurso muy bello ser así, siempre y cuando sepa equilibrarlo, y manejarlo. Todo pasa por algo, quizá la vida tenía como objetivo enseñarme esto, no lo se. He pagado un precio muy alto de ser así, pero he de aprender a aprovecharlo.

Vuelvo a las barricadas un rato más, tratando de utilizar estas, y nuevas armas…

Venceré!

Debo encontrar el click…

Debo encontrar el click…

Hoy una preciosa vecina me ha traído flores.

Mi momento de convalecencia ya no es un “momento”. Llevo ya un año muy difícil, de confinamiento, de dolor, y de lo que supone la carga emocional (y física) de haber tenido que detener toda mi vida. Esta vez mi ánimo se resiente, me duele el alma, cuesta el día a día.

Hoy he pensado en precisamente eso, el confinamiento, y he navegado por mis redes sociales para recordar y acercar mi ánimo durante el momento Covid, que paradójicamente, para mi, era un ánimo bonito en un momento también duro de crisis. Por supuesto entonces me encontraba bien de salud y no tenía dolor, ni estaba medicada como ahora, ni atrofiada, todo era mucho más bonito. No había comenzado aún mi pesadilla de estos 5 años, o si, pero aún no con toda la magnitud a la que me enfrentaba (mi primera operación fue en el 2019…).

No obstante, rememorar mi iniciativa con la #cestadetrueque y mi energía de aquella vivencia me recuerda un enfoque que ahora me cuesta, pero que necesito. Un enfoque bonito de esperanza en mi misma y en el ser humano en general, de autoestima, de empatía, de fraternidad, de consuelo, de valores, de principios, de lucha positiva…Si clicáis en #cestadetrueque rememoraremos lo bello que fue. Un pequeño gran momento de amor que lideré, pero que creamos entre todos…

Ahora necesito encontrar una nueva cesta, cuyo esfuerzo pueda asumir, que me empuje, que me motive, a pesar de que ahora no puedo tener el ritmo que tuve entonces, no puedo hacer mucho (de hecho no puedo hacer casi nada) , pero a ratitos (cuando la medicación, la energía y el dolor me lo permiten) puedo crear, pensar, puedo planear el futuro, puedo sentir, puedo luchar y puedo soñar… Necesito volver a encontrar la #cestadetrueque de este momento, la que me active, y levantarme de nuevo cuando la salud me lo permita… Necesito dejar de sentirme apaleada en todos los sentidos.

¿Me ayudáis a levantarme en mi resiliencia?

https://www.facebook.com/hashtag/cestadetrueque

*Por cierto, hoy 30 de abril 2025 el tribunal médico me ha notificado que determinan que debo seguir de baja, que no estoy bien y no puedo reincorporarme…

¿Me empiezo a desbloquear?

¿Me empiezo a desbloquear?

Siempre he sido una gran lectora, y también me gusta escribir. Llevo más de un año en que ni casi lo uno, ni casi lo otro.

Imagino que este bloqueo es una mezcla de espesura, de agotamiento, de dolor paralizante y de desmotivación también. Se está haciendo muy duro, acabo de cumplir un año de baja de esta situación terrible tras mi segunda operación, pero en realidad, llevo sufriendo 5 años y estoy realmente exhausta.

Bueno, pues ayer hice un intento, comencé a leer un libro.

Imagino que os parecerá al tan chiquitito y carente de sustancia e importancia, pero os aseguro que para mi, es una enorme hazaña. Por el momento, he conseguido sonreírle a mi bloqueo lector y he podido leer casi 100 páginas de una novelita sencilla y cómoda sin tener que volver atrás cada dos páginas para recordar lo ya leído, sin que la cabeza se me vaya a otros mil pensamientos o a ninguno en absoluto mientras mis ojos leen, y he logrado meterme en la historia que narra el libro. Si, para mi es una grandiosa hazaña.

Tenemos que tener en cuenta que actualmente sigo un tratamiento de Pregabalina (Lyrica) que anula el sistema nervioso central y neuronal, otro de cortisona que anula casi todo y que me provoca alteraciones de muchas índoles, un antiinflamatorio bastante potente, protector de estómago que duerme incluso las mariposas de la tripa, y si me dan picos de dolor, morfina… por lo tanto, poder leer un libro es maravilloso, y me siento orgullosa y radiante.

Además, por unos pequeños ratitos al día (pues no consigo mantener la concentración mucho tiempo seguido) consigo evadirme del dolor, el malestar, la pesadez de alma…

Intento crear momentos bonitos constantemente, y mi ritual de lectura no es ta sólo sofá y libro, sino sofá, velas de fragancias bonitas, algún pedacito de chocolate, café, flores en la mesa, luz tenue, y mucha consciencia y presencia. Cuando todo está preparado, me pongo las gafas de leer, y me siento poderosa.

Si,he podido empezar un libro, tan simple y tan complejo…

Recaída…

Recaída…

Hace tiempo que no hablamos… la verdad es que no he tenido energías ni para escribir.

Traté de reincorporarme voluntariamente a mi vida, pedí el alta el día 20 de enero y ese mismo día mi empresa me envió a Italia, a Milán, para la apertura de un nuevo hotel. Estuve allí 13 días.

La reincorporación fue mucho más física de lo esperado, y sufrí una fatal recaída.

La semana de regreso, la del 3 de marzo, volví a la baja, al dolor, a la medicación, y a retomar casi desde el inicio todo el trabajo hecho durante dos meses con el fisio, y con el tratamiento.

Han sido unas semanas muy muy duras, casi más duras que los meses anteriores. Con el ánimo muy desparramado, pero semanas de lucha. Soy más fuerte de lo que me parezco.

No sé cuánto tiempo me queda de batalla, pero si se que lucho y lucharé con todas mis ganas para retomar mi vida, mi trabajo, mi creatividad, y muchas cosas que han estado pausadas todos estos meses.

Solamente un empujón más, y aunque a veces parece que no tengo fuerzas para levantarme de la cama, lo hago, me levanto cada día, e incluso intento dar pequeños paseos por la naturaleza de alrededor de mi casa, paseos muy cortos, pero que me llenan los pulmones de paz y de perspectiva.

Esto, también pasará.

Vuelvo por la puerta grande…

Vuelvo por la puerta grande…

Tal como contaba en mi último artículo, vuelvo a mi vida y a mi trabajo, para tomarme las nuevas medidas de mi nuevo traje.

He de medir el ancho de mi capacidad, el largo de mi resistencia, el dobladillo de mi dolor, la costura de mi motivación, los colores de mi nueva realidad y muchas cosas más. ¡Qué nervios!

Estos últimos dos meses he tenido un ayudante, un Pepito Grillo brillante que me ha sostenido y me ha dado la fuerza para seguir adelante. Alberto es una de las personas más extraordinarias que he conocido, dice siempre justo lo que tiene que decir, en el tono e idioma de las emociones de una, habla con mi corazón, me empuja pero con delicadeza, y sus manos me transportan a un mundo de seguridad, bienestar y sin dolor. Alberto es mucho más que un fisioterapeuta: es mi lucecita, mi farolito, y se va a quedar en mi para siempre. Gracias ❤️

Cuando aquel día desesperada visité Sa Tribu, en Esporles, me di cuenta de que Biel me abría un ecosistema a un mundo en el que nunca antes me había asomado, pero que ahora formaría parte de mi nueva realidad. Empezando por Alberto, mi Alberto, y continuando con un espacio donde él marcará mi nuevo camino, mis nuevos cuidados y mis nuevas metas.

Y la idea era regresar progresivamente a mi puesto de trabajo, poco a poco, tomando esas medidas, no obstante no ha sido así. Mañana lunes 20 pido el alta voluntaria y mañana mismo viajo a Italia, a Milán, con la apertura de un hotel. Las aperturas son duras y complejas, veremos cómo me va. Voy con la actitud y la ilusión cargaditas, pero también el miedo. Se hace duro tras 9 meses inmovilizada comenzar así, tan de golpe, tan gordo, pero haré lo que pueda sin descuidar en ningún momento la empatía para mi misma, y compensar las carencias de ella en el exterior. ¡Me daré a mi misma doble dosis!

Fuera bromas, no, no es un juego. Mi salud ha pasado por un cuadro muy complicado estos 5 años, con dos operaciones muy graves. Sé que me he de cuidar, lo entienda quién lo entienda, le pese a quién le pese. Y así lo haré.

No obstante, me ilusiona y también volver a la aventura, y ese cosquilleo de curiosidad, de emociones por lo que habrá en esta aventura nueva me alborota las mariposas. Hacía tiempo que no me sentía así.

Gracias vida por seguir contando conmigo. Gracias por enseñarme cosas. Gracias por mostrarme diferentes perspectivas y caras del dolor y el amor.

Espero poder mantener más controladas mis emociones, que es una parte clave de mi bienestar y de no volverme a romper. He de acariciar mis nervios, y susurrarles de por vida, y no dejar que mis nervios se pongan nerviosos. Así de fácil, así de difícil. He de seguir con fisioterapia, y acariciarlos también físicamente. He de ir adaptando mi nueva realidad crónica y vivir más bonito y saludable.

Vamos a ello.