El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante.
La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas.
No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes.
Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.
Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio.
Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad.
Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufimiento.
❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme.
En esta guerra contra el dolor, yo soy la resistencia. El dolor no siempre se vence, pero sí se enfrenta. Cada día que me levanto, aunque sea con el cuerpo en una tregua frágil y efímera, sé que sigo plantada con firmeza en el campo de batalla de mi propia existencia. No es una lucha por la victoria rotunda, sino por la mera persistencia, por la dignidad de seguir adelante. La resistencia, en mi experiencia, no suena a heroicidad ni a gestas épicas. No se manifiesta con grandes alardes o declaraciones altisonantes. Más bien, suena a pasos lentos, deliberados, uno tras otro, en un sendero que a menudo se siente escarpado y sinuoso.
Suena a respirar hondo, a llenar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, como anclándome al presente, recordándome que cada inhalación es una oportunidad para recalibrar, para encontrar un nuevo punto de equilibrio. Es el acto consciente de no dejar que la oscuridad, esa sombra persistente que acecha en los recovecos de mi mente y mi cuerpo, decida por mí, que dicte mis límites, que apague la llama de mi voluntad. Es un constante recordatorio de que, aunque el dolor pueda ser una marea ineludible, yo soy quien sostiene el mando de mi propio sufrimiento.
Cada amanecer, cuando la luz se filtra por la ventana, se presenta como un nuevo pacto, una renovación silenciosa de mi compromiso. A veces, la tregua con mi cuerpo es tan tenue que un simple movimiento, un suspiro, amenaza con romperla. Sin embargo, en esos momentos de fragilidad extrema, la resistencia no se desvanece; se transmuta. Se convierte en la quietud, en la aceptación serena de lo que es, y en la búsqueda de la mínima fuerza para sostener esa aceptación.
La verdadera batalla no se libra con espadas ni escudos, sino con la quietud interna, con la voz silenciosa que me dice: «Sigue, un poco más». Es en esa voz donde reside la esencia de mi resistencia. No es una voz fuerte y clara, sino un murmullo constante, persistente, que me guía a través de la neblina del malestar. Es una danza entre la rendición y la lucha, donde aprender a ceder a veces es la forma más profunda de resistencia, porque evita el desgaste inútil y conserva la energía para cuando realmente importa.
La resistencia se manifiesta en la elección de una canción que me eleva, en el sabor de una comida sencilla, en la caricia de una manta suave. Son estos pequeños actos de autocuidado los que nutren la llama de mi voluntad, impidiendo que el dolor la ahogue por completo. Cada detalle, por insignificante que parezca, es una victoria, un pequeño bastión que fortifica mi espíritu.
A veces, la resistencia es simplemente el acto de recordar quién soy más allá del dolor, de la enfermedad. Es despojarme de la identidad de «enferma» o «sufriente» y reconectar con la esencia de mi ser: una persona capaz de amar, de crear, de sentir alegría, a pesar de las circunstancias. Es un proceso de desidentificación que me permite flotar por encima de las sensaciones físicas y encontrar un espacio de paz interior.
En los días más oscuros, cuando la marea del dolor amenaza con engullirme, mi resistencia se convierte en un faro. No es un faro que aleja la tormenta, sino uno que me permite navegar a través de ella, recordándome que, aunque las olas sean inmensas, mi barco, aunque pequeño y maltrecho, sigue a flote.
❤️ Yo soy la resistencia: pequeña, cansada… pero firme. Y en esa firmeza, encuentro mi mayor fortaleza, mi dignidad inquebrantable, y la certeza de que, mientras respire, seguiré plantada en el campo de mi propia existencia.