Seleccionar página

Amanece pesado el día, pero aparece alado. El sabor salado en la boca tras una noche opaca donde la persiana filtra los rayos, que se vierten despacio. He soñado, no lo recuerdo pero ha sido intenso, y el cuello mojado, el espacio revuelto, me hablan de tu recuerdo. Destaca tu olor, pero sin color, sólo pesado y marcado por el ardor del pasado. No hay fulgor, no hay dolor, no hay rencor, no hay nada, solamente la cama. Barras de hierro anoche descaradas, hoy calmadas en el recuerdo. Gritan tu nombre en silencio, murmullan el anhelo de tu pelo y del estruendo. Boca magullada ahora sin palabras y pausada, esperando el primer café de la mañana acompañada del alba. Suena la música, única, cuerda. Vierte la vergüenza de imaginarme amada, y sin darme cuenta, no ser nada. Se esfuma la mañana, se vuelve rancia, tengo que salir de aquí y mantenerme ocupada para no pensar en ti y ser libre, con mi calma, con el timbre de mi cabeza sensata y mi nada. Tengo que andar para no entumecer la calma y deshacer la pausa, sentir la brisa escasa en la piel y volver a nacer. Nacer intacta, sola y sin escarcha en la espalda, sin memoria en el roce de tu piel en mi hiel y la noria de mis recuerdos. No los quiero, no quiero saber ni creer, no quiero verlo, no quiero olerlo, no quiero perder el cielo, tu cielo, mi cielo, nuestro cielo, nuestra concordia.